Todo libro elige a sus lectores en las primeras páginas, decía Umberto Eco. Más allá de la temática feminista, centro de toda la obra de Siri Hustvedt, El mundo deslumbrante apela a lectores con una buena formación literaria y filosófica, y sobre todo a los interesados en las artes plásticas. Además de las reflexiones, citas constantes y notas al pie, tiene una estructura compleja y mucha descripción de las instalaciones de “arte conceptual” de la protagonista, Harriet Burden, Harry (nombre de varón) para sus amigos.

La novela está organizada como una película del género “documental”: es un rompecabezas de una serie de testimonios (escritos y orales) de voces muy distintas en tipos de texto variados, desde entrevistas en diarios a escritos, pasando por transcripciones de declaraciones orales, críticas de exposiciones, una lista de puntos del hijo de Harriet, Ethan, y fragmentos del diario de la artista, recuperados por su hija Maisie. Para no salir de las artes plásticas, la novela es el retrato múltiple de una persona a la que se cuenta desde muchos ángulos, como si se la recorriera despacio para abarcarla desde todas las perspectivas posibles: como artista, como madre, como pareja, como mecenas, como mujer intelectual. Hay personajes que se expresan en muchos textos y otros que aparecen una sola vez. Es un coro variadísimo que forma una música disonante, tan contemporánea como la obra de Harriet. Para subrayar esta multiplicidad de testigos y sus consecuencias, hay una historia familiar (la muerte de unos gatitos recién nacidos) que se cuenta varias veces según distintos miembros de la familia Burden (los apellidos importan: “burden” es peso, carga, en inglés). Como siempre en este tipo de planteo, al final, es imposible saber cómo fue ese episodio: la “realidad” no es una sola y el pasado va cambiando a medida que pasa el tiempo.

Los seres humanos tampoco son uno/una. Hustvedt construye sus personajes sobre la idea feminista de la interseccionalidad, según la cual somos la intersección de muchos/as. Harriet es Harry (mujer y hombre) y es tres artistas más que usa como máscaras para obras propias. Así, quiere probar que la producción de una mujer tiene una recepción distinta que la de un hombre; que hay discriminación en el arte. Los tres artistas que elige como “máscaras” son muy diferentes entre sí: los dos primeros la respetan (el segundo la quiere); y el tercero, Rune, es en muchos sentidos la encarnación del patriarcado. ¿Quién es Harriet en realidad? Cuando se citan sus diarios, se aclara que están clasificados con letras y por supuesto nunca aparece el cuaderno “I”, “Yo”, en inglés. Es decir que nadie puede encontrar el “yo” de Harriet, ese “yo” singular que corresponde a la idea europea de “individuo”: ella es todas sus máscaras y más.

Hustvedt tiene un manejo exquisito y cuidadoso del texto. Lo plantea como “documental”, y por eso, tiene notas al pie y hasta una “Introducción” de la voz narradora general, la que “arma” el libro, que explica el tema que exploraba Harriet: el estudio de la recepción/percepción de una obra de arte, incluido el peso de las ideas inconscientes sobre raza/género/celebridad de quien la contempla. En el centro, claro, está el “machismo”: la idea de la mujer como monstruo peligroso. Y Harriet quiere ser ese monstruo, mostrarlo y defenderlo. El “monstruo femenino” que gran parte de la sociedad rechaza es un tema no solo plástico sino también literario de la contemporaneidad. Tal vez todo en El mundo deslumbrante gira alrededor de ese monstruo, incluyendo al creado por Mary Shelley (mujer) en Frankestein. Pero el libro no olvida la clase social. Tiene que ver con los sin techo que ella acepta en su caserón, entre ellos al “Barómetro”, uno de los personajes que no se relacionan con el arte y también con la riqueza de Harriet, que no tiene que trabajar desde su primer matrimonio con Félix Lord (otro apellido importante: “Lord” refiere a la nobleza), marchante y coleccionista (es decir, un hombre que maneja “arte” y también “dinero”).

Las voces que pintan a Harriet también son variadas: algunas son claramente intelectuales; otras cuentan chismes o escenas de las que fueron testigos; algunas están llenas de sentimientos; otras solo quieren dilucidar si las obras de las tres “máscaras” -Anton Tish, Phineas Eldridge y Rune- eran de Harriet o no en realidad; muchas comentan el estado mental de la protagonista, a quien sus enemigos tratan de “loca”. Para los lectores más interesados en la narración que en la descripción, las voces más intensas son las de quienes miran desde un costado el mundo del arte (las instalaciones, los museos y las galerías) y las de quienes se conectan con Harriet como persona y hablan de sus relaciones con ella, sus hijos, sus amigos, sus “máscaras” y no con lo que hace. Esas son las partes más conmovedoras de la novela, y las más aptas para lectores que buscan, sobre todo, narración (y no tanto reflexión).

Hustvedt no pinta a Harriet como la “artista desdichada” y víctima de la mirada romántica. Harriet no es una víctima. Por eso, a pesar del horror de algunas partes de la historia, hay varios personajes que la aman, la protegen y la ayudan: Bruno, su último marido; su hija Maisie; Sweeney, que viene a “limpiarle los chakras” cuando la artista agoniza (y Hustvedt da a Sweeney la última palabra). Esos personajes completan el mundo cruento, terrible y sobre todo injusto que se pinta en la novela. Con ellos, la prosa dura y erudita se convierte en un discurso conmovido y conmovedor sobre las relaciones humanas.

El texto incluye largas descripciones de las instalaciones de Harriet y sus máscaras, y de las sensaciones que quieren producir y producen entre los “espectadores”. Y es que, en realidad, como “retrato”, El mundo deslumbrante es una descripción literaria de una figura artística, que también funciona como ejemplo de la situación de las mujeres en el arte. ¿Un ensayo entonces? No, porque toda descripción de un ser humano requiere una “historia”, una “narración”. Como se dice en la “Introducción”, no “tenemos claro lo que dejamos atrás” aunque “somos muy capaces de armar una historia que lo explique y devanarnos los sesos para lograr que todo encaje”. La “historia” de Harriet (según Hustvedt) no es una sola: pertenece a nuestro tiempo literario, en el que sentimos que las historias son siempre provisorias y que solo pueden armarse entre muchas voces; que nada se entiende con una única mirada.