El feminismo es una pasión, un fuego que devora, que se enciende ante las injusticias. Es sangre que hierve ante la lucha, es compañerismo que brota espontáneamente. Se contagia a través de miradas cómplices y de abrazos infinitos que se replican a lo largo de las calles. Nos ofrece la certeza de una pertenencia a un movimiento genuino, una convicción y ganas de cambiar el mundo, de ponerle voz a las que callaron e invisibilizaron. El feminismo es amor en su máxima expresión.

Cada año, el 8M nos reúne para seguir luchando por nuestros derechos, reafirmar las conquistas y perseguir nuevas victorias. La del viernes pasado no iba ser una marcha más. Se podía sentir en las voces que se amplificaban a lo largo de los días. Sabíamos que esta vez debíamos estar ahí todas. La convocatoria a esta marcha específica tenía una carga especial: no hace falta que les cuente cuál es el ambiente político que estamos viviendo. Ellos nos estaban esperando y así fue.

Madres, hijas, hermanas, abuelas y amigas: esas eran las postales y las calles fueron nuestras. Nuestro reclamo atravesó las diferencias como si entre todas pudiéramos abrazarnos, extendiendo lazos de una unión que crece como la caña, que se apodera de todo. Siento que es una pasión tan incomprensible como la que sienten lxs fanáticos del fútbol, con ese afecto por sus ídolos y equipos que provocan risas o llantos con sus victorias y derrotas. Ahora que lo pienso, el feminismo se parece a cuando hinchamos por Argentina en un mundial, todas unidas con un mismo objetivo.

El otro día caminando hacia la marcha, una chica se acercó a mí, me abrazó y me dijo: “Yo comí tu guiso en la vigilia de 2018”. Ese año había cocinado una olla popular de guiso para todas y esta piba se acordaba de ese pequeño gesto, una acción más entre tantas que nos unieron a quienes estábamos allí. Qué fuerte que se tejan estos vínculos. Así como esa chica me contó lo que había significado ese cuenco de guiso, le pasa a muchxs otrxs: nos une el amor de esta historia, que se pasará de generación en generación.

En un plano que podríamos pensar como opuesto, horas antes, en pleno inicio de la jornada del 8M, el vocero presidencial comunicaba la decisión de cambiarle el nombre y la función al Salón de las Mujeres de la Casa Rosada. Entre las explicaciones, Adorni señaló que tal vez el salón anterior fuera “discriminador con los hombres”. Si en el ámbito del derecho se usa la expresión “sic” para señalar que una palabra o frase que pudiera parecer inexacta, es textual entonces luego de estas declaraciones debo escribir: sí, sic. Y tal vez agregar: sin remate.

¡Qué casualidad! Esperar a este día para hacerlo público y con semejante puesta en escena, es otro gesto más del sadismo que manejan. La publicación del video locutado por Karina Milei fue algo que sorprendió a muches, para quienes siempre había sido una figura casi muda, tétrica en el detrás de escena. En el spot podemos escuchar a Karina Milei explicando por qué decidieron prescindir de un Salón de las Mujeres que, según ellxs, estaba completamente abandonado. Podrían haberlo reemplazado por tantas cosas… Salón de la Libertad, de la Democracia, de la Patria, cualquier sustantivo abstracto que no especificara demasiado, pero no: decidieron destinarlo a una serie de próceres varones (no existen las mujeres próceres, parece ser) entre los que se encuentra el ex presidente Carlos Menem, acusado y procesado que no cumplió con sus condenas por los fueros de la política.

La creación del ahora desarticulado salón había buscado homenajear y reivindicar a mujeres que fueron olvidadas, invisibilidades en los relatos de la historia, como es el caso de Juana Azurduy. Entre las figuras que recuperaba este espacio estaban Mercedes Sosa, Alicia Moreau de Justo, Alfonsina Storni, Victoria Ocampo, Mariquita Sánchez de Thompson, Madres de Plaza de Mayo, Aimé Paine, Blackie, Eva Duarte, Cecilia Grierson, Lohana Berkins, María Elena Walsh y otras más que conformaban un abanico heterogéneo que unía el clavillo de haber sido todas ellas valientes, transformadoras y luchadoras.

¿Realmente no hay una sola mujer que haya hecho nada que esté a la altura de la lucha de los hombres? ¿No caben en nuestra historia mujeres ni disidencias? ¡No la ven, chicxs! O quizá todo sea parte de una provocación innecesaria, que me hace preguntar si Karina Milei o incluso Adorni cursaron la Ley Micaela, de capacitación obligatoria para todas las personas que se desempeñan en la función pública.

Lo que me queda claro es que el resentimiento es muy peligroso. En las declaraciones de Karina Milei y del vocero presidencial se percibía un disfrute, una burla: perversión le llaman a eso. Puede que efectivamente se trate, como muchxs dicen, de una maniobra distractora, pero no hay duda de que además es un acto de pura venganza. Hay una clara búsqueda de destruir un nuevo sentido común construido por luchas y reclamos. Una intención de revertir y discutir derechos estigmatizando.

Supongo que no estaban preparados para semejante respuesta del colectivo: tremenda demostración de amor y compromiso. Fue la marcha más grande y multitudinaria desde la asunción de Javier Milei y, a mi parecer, no tuvo la cobertura que se merecía por su magnitud en los medios hegemónicos. Como sea, el tiro salió por la culata: se sentía la energía, sabíamos que esa marea verde debía convertirse en tsunami y decir ¡acá estamos! ¿Nos ven? Todas unidas, cada una con sus dolores, sus luchas, con sus victorias o sus pérdidas. Al caminar, esa masa se volvía una, porque solas no hacemos nada, pero unidas hemos demostrado que podemos con el mundo entero: no hay quién para esta marea.

Creyeron que íbamos a llorar porque nos quitan el Salón de las Mujeres, pero ya no lloramos por lo que perdimos. Hoy luchamos para que ninguna sea olvidada, porque mientras nosotras estemos vivas para contarles a nuestras hijas y nietas estas historias, no necesitamos un salón. Solo basta con tener memoria.