Las palmas de la mano de Guillermo Pérez Roisinblit acarician el pasamano de una escalera de la ESMA con la esperanza intacta de encontrar algún pequeño vestigio de su madre, Patricia Roisinblit. Las yemas de los dedos exploran las marcas de las esposas que llevaban los prisioneros en busca de rastros del espíritu de su madre. Lo éxtimo del gesto –que para Lacan paradójicamente era lo más interior sin dejar de ser exterior– se reiterará hoy a las 17 cuando participe de la performance Visita de las cinco en el Sitio de Memoria ESMA junto a otros nietos restituidos que nacieron en ese centro de detención clandestino: Jorge Castro Rubel, Juan Cabandié, Sebastián Rosenfeld y Pedro Sandoval Fontana. Para los nietos y el público que participará será un recorrido especial. Al margen del desasosiego político, la recuperación de la nieta 125, anunciada el pasado jueves, es una gran alegría en medio de tanta oscuridad. La cronista invitada es la periodista Analía Argento, autora del libro De vuelta a casa. Historias de hijos y nietos restituidos (2008).

Al menos 37 mujeres embarazadas pasaron por la ESMA entre 1976 y 1983. La mayoría de los niños que nacieron en los centros clandestinos fueron apropiados ilegalmente por represores o sus allegados. Salvo algunas pocas excepciones, las madres fueron asesinadas al poco tiempo de parir. Esta práctica de apropiación se constituyó en un Plan Sistemático de Robo de Niños con alrededor de 400 casos en todo el país. Las Abuelas de Plaza de Mayo lucharon para recuperar a 125 nietos y nietas, 12 de ellos nacidos en la ESMA. “Hay lugares adonde no me gusta ir, pero siempre termino yendo. Me gusta visitar los miedos de vez en cuando porque de un tiempo a esta parte yo también estoy militando en la búsqueda de los casi 300 nietos que faltan, a los que considero mis hermanos. Ir a la ESMA y pasar por todo ese infierno es como revivirlo –confiesa Pérez Roisinblit–. Para mí es un esfuerzo, pero no tanto si el resultado fuera que apareciera otro nieto que pueda recuperar su identidad”.

A Patricia, su madre, la secuestraron el 6 de octubre de 1978 de la casa que compartía con su compañero José Manuel Pérez Rojo y Mariana, entonces una beba de 15 meses. Patricia estaba embarazada de ocho meses. El matrimonio fue encerrado en el centro clandestino que funcionó en el Regimiento de Inteligencia de Buenos Aires perteneciente a la Fuerza Aérea (RIBA) en Morón. Por los testimonios de Sara Osatinsky, Amalia Larralde, Noemí Actis y Miriam Lewin, sobrevivientes de la ESMA, se descubrió que Patricia fue trasladada allí para dar a luz. Guillermo, el nieto de Rosa Roisinblit, vicepresidente de Abuelas, nació el 15 de noviembre de 1978, entre media mañana y mediodía.

–Hay una pregunta que vuelve: ¿cómo era posible que nacieran chicos en la ESMA? ¿Qué respuesta puede dar a más de 17 años de haber recuperado su identidad?

–Cuando fui encontrado en 2000, sabía que había habido una dictadura militar, que había habido desaparecidos. No sabía que también habían robado bebés y que uno de esos bebés podía llegar a ser yo. Pero después, leyendo las historias de los otros y enterándome de mi propia historia, escuchando testimonios de sobrevivientes como Miriam Lewin, la verdad es que la brutalidad, el cinismo, la falta de humanidad que tuvo la dictadura no debería haber sorprendido, porque pasaban cosas tan atroces como que naciéramos chicos en cautiverio. Esto no sucedía sólo en la ESMA sino en un montón de centros clandestinos: Campo de Mayo y los centros de los distintos Pozos (Pozo de Quilmes y Pozo de Banfield), entre otros. Hoy ya no llego a preguntarme cómo los responsables de todo esto pueden dormir con tranquilidad. No me lo pregunto más porque llegué a la conclusión de que había convicciones muy fuertes de parte de ellos: ninguno aportó datos, no se rompió en ningún momento el pacto de silencio y muchos en sus palabras finales en los juicios han reivindicado sus delitos. La verdad es que me quita toda esperanza de que les queden vestigios de seres humanos.

–¿Cómo fue su primera visita?

–En 2005, cinco años después que recuperé mi identidad, me pareció que había pasado el tiempo suficiente y estaba fuerte como para soportarlo. Pero la verdad es que salí de ahí hecho trizas. Fui con quien en ese momento era mi novia, y hoy es mi esposa y la madre de mis hijos. Me acuerdo de que estaba Cristina Kirchner, que era senadora, y estaba el juez Baltasar Garzón. Ese día entré por primera vez y recorrí junto con otros sobrevivientes el lugar. Escuchar lo que funcionaba en cada parte fue muy difícil. A mi mamá y a mí nos tenían en una pieza entre Capucha y el Pañol, y la pieza sigue ahí. Apenas entraba un camastro. Podemos decir que mi mamá era privilegiada por tener un camastro. El calor era sofocante porque el techo estaba a pocos centímetros, a mediados de noviembre. Los relatos estrujan el corazón, lo cual no significa que no sean necesarios. Yo necesitaba saber esa parte de mi historia. Uno necesita para cimentar su persona tener toda la historia, incluso las partes más dolorosas y brutales. Soy uno de los pocos nietos que nació en el Sótano. Hoy está desmantelado y no tiene el mismo impacto que Capucha. Cada vez que hago ese recorrido paso mi mano por el pasamano tratando de encontrar o de sentir, mediante el tacto, algo de la presencia de mi mamá...

–¿Qué aspectos del parto y las primeras horas con su madre pudo reconstruir gracias a los testimonios de las sobrevivientes?

–Después de todo lo que representa un parto, mi mamá tuvo una cuota de rebeldía. (Jorge Luis) Magnacco le dijo que “se había portado muy bien”. Mi mamá le contestó: “Mejor me porté en el parto anterior, cuando lo hice en libertad”... Sé que pidió tenerme un rato más en el pecho, me habló y me dio los nombres que debía haber tenido y que hoy tengo. Nos permitieron estar tres días juntos. Lo que no sé es si salimos de ahí juntos, o si la trasladaron por separado y a mí me llevaron de vuelta a Morón. No sé si en el tiempo en que nos trasladaron a la ESMA mi papá estaba vivo o lo mataron. O si la dejaron en la ESMA y el final de ella fue en un “vuelo de la muerte”. No sé si mi papá llegó a conocerme y a tenerme un ratito en sus brazos. Y pareciera ser que los genocidas piensan llevárselo a la tumba.