La estratificación de los países marcada por su PIB, también se extiende hasta sus muertos. Son altisonantes y dolorosos para un amplio sector de la humanidad los decesos en las guerras o conflictos que padecen las naciones miembros del Grupo de los 20 (G-20), o de la OTAN, o de alguna organización transnacional que asocie al club de los Estados más ricos y poderosos del mundo. Cuánto duelen los 1.400 muertos israelíes que produjo Hamas en su incursión del pasado 7 de octubre a Israel; pero cuán olvidados son las más de 30 mil víctimas mortales palestinas en los varios meses de inmisericordes ataques aéreos, terrestres y marítimos del potente ejército israelí en la Franja de Gaza.

Es impresionante la manera en la que el mundo ignora las miles de muertes sistemáticas de africanos, latinoamericanos y asiáticos que mueren intentando atravesar la inhóspita selva del Darién, y luego todo Centro América para llegar a los Estados Unidos. De igual manera, a los que se hunden en improvisadas embarcaciones ambicionando cruzar el Mediterráneo para llegar a tierras europeas. Esos muertos no valen para el mundo occidentalizado y capitalista. Su rango es inferior porque provienen de territorios empobrecidos y marginados por los mismos que hoy ignoran sus tragedias.

Y nos muestran los medios de este lado del mundo las guerras de Rusia y Ucrania, y la de Israel y Palestina como las únicas que tienen lugar hoy en el mundo. A ese relato reduccionista le agregan la tergiversación histórica que lleva a satanizar a las verdaderas naciones víctimas, y a exaltar como héroes a los estados criminales y agresores de siempre. Bien lo señalaba Malcolm X “Cuídate de los medios de comunicación porque vas a terminar odiando al oprimido y amando al opresor”.

Pero, en el noreste de África está ocurriendo un conflicto bélico fratricida, que por el rango geopolítico y económico de quienes lo libran, no aparece ni siquiera referenciado en las principales agencias de noticias. La República de Sudán está atravesando lo que han denominado “la tercera guerra civil sudanesa”, y sus efectos han sido tan devastadores, que además de las miles de muertes que ha producido desde hace un año que inició, ha generado la mayor crisis de hambre de la actualidad en el mundo: cerca del 95% de la población está en condiciones de desnutrición severa a consecuencia de la guerra.

Ese prolongado conflicto entre las Fuerzas Armadas del país y el grupo paramilitar denominado “Fuerzas de Apoyo Rápido” se ha agudizó luego de la secesión de Sudán del Sur en 2011 y del derrocamiento del expresidente Omar al Bashir por parte de los militares en 2019. Lo que ha predominado en esa nación árabe africana de alrededor de 48 millones de habitantes es la destrucción y el caos. Cerca del 40% de su territorio está destruido por la guerra, más de 7 millones de desterrados y una absoluta escasez de agua, alimentos y medicinas.

La región de Darfur, que es de las más afectadas por las confrontaciones, tiene reportes de una severa crisis humanitaria ahondada por las severas violaciones a los derechos humanos, los innumerables casos de violencia sexual; y, en síntesis, enfrentamientos bélicos que no respetan en absoluto (como no lo hace ninguna guerra) los preceptos del derecho internacional humanitario; y mucho menos, las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU instando ceses al fuego.

Los muertos sudaneses; por ser negros, empobrecidos y africanos no son merecedores ni siquiera del envío de los corresponsales de guerra para que des-informen sobre el curso del conflicto. Al fin y al cabo, en la lógica del capitalismo eurocéntrico y occidentalizado hacia el norte, esos muertos no importan, y esas guerras no existen. Aunque sean las más violentas, fratricidas y letales de la actualidad.

*Abogado y Magíster en Educación. Coordinador del Equipo de Trabajo de Medellín en el Proceso de Comunidades Negras (PCN). Colombia.

Publicado originalmente en www.diaspora.com.co