Acaba de protagonizarse uno de los actos de resistencia más numerosos y sentidos desde la recuperación democrática. Y fue así en casi todo el país, en espacios grandes y pequeños, al margen de que el foco atendió a la Plaza de Mayo.

Quien firma, seguramente al igual que la gran mayoría de quienes leen este diario, tiene muchas concentraciones encima. Y debe decir que pocas veces, o ninguna, vio la cantidad de manifestantes “sueltos” registrada este domingo. Fue vivificador. La mezcla de edades y proveniencias sociales también emociona. Y un dato que no debe pasar de largo: fueron muchísimos los testimonios que dieron cuenta de estar participando por primera vez.

El documento acordado para el acto central resultó completo, en su suma y en el destaque en particular de cada línea leída por Estela Carlotto, Adolfo Pérez Esquivel y Taty Almeida. Nada central quedó afuera, visto desde una perspectiva que trata de acentuar los acuerdos en lugar de insistir con cada mínimo aspecto que diferencia.

Dicho eso, quizá cabría reparar en que la palabra “resistencia” debiera ser re-observada frente a esta pesadilla de destrucción y odio que la ultraderecha esparce en Argentina.

Por un lado, el término hace tomar nota de que quienes resisten a esta salvajada están -estamos- completamente a la defensiva. La iniciativa política le corresponde en forma absoluta al gobierno de este lunático. Prácticamente todos, empezando por la dirigencia opositora generalizada, más dura o más fofa, corren –corremos- detrás de la agenda y bestialidades de Milei.

Después, podrá discutirse si acaso los propios mandantes del personaje no desconfían de la capacidad de gestión de él, de La Hermana, del gerente mudo Nicolás Posse y de Santiago Caputo, sobrino de Toto y primo hermano de Nicky, quien encabeza la Triple A de las redes gubernamentales para darle “épica” a la batalla cultural que van ganando.

El Fondo Monetario, las corpos locales y extranjeras, los factores de poder internacionales alineados con los intereses de Washington, contemplan con azorada simpatía de ideología y negocios a quien gobierna Argentina. Y es cierto que se preguntan, en público, si habrá aguante social para seguir experimentando semejante cosa. Pero, por lo pronto, disfrutan de la fiesta financiera a costa de una recesión nunca vista.

De última, ellos nunca pierden y ven que enfrente no hay nada organizado para combatir a su casta.

Tienen asuntos geopolíticos un tanto más complicados de los cuales preocuparse. China. Lo que parece ser la derrota de la OTAN en Ucrania a manos rusas. La anarquía de conducción europea justamente frente a ese tema. Gaza. Argentina, en ese tablero, ocupa un terreno que no es irrelevante, por sus recursos naturales que son eventual sujeto de apropiación y fragmentación nacional. Pero que tampoco debe ser sobredimensionado.

A efectos de lo que estamos hablando, hay un lugar allá, acá, en el culo del mundo, donde rige una experiencia exótica de rumbo desconocido y del cual no se sabe mucho más que el avance -por ahora indetenible- del personaje que lo encabeza.

El curandero ése se da lujos tales como permitir que su vicepresidenta y su ministra de Seguridad se trencen sobre el rol de los militares, para ver quién está más a la derecha. Villarruel confirmó ante su/la prensa fanática que tiene juego propio; que se presenta como la estadista en condiciones de reemplazar a Milei aunque cándidamente no sabría cuándo, y que no tenía la menor idea acerca de los ¿insólitos? candidatos presidenciales a la Corte Suprema. Bullrich, a todo esto, se filmaba también resistiendo con una mullida campera al ataque entrenado de un ovejero, como símbolo de hasta dónde llegará el combate contra narcos y perejiles. Cabría chicanear con que la campera era para proteger al perro.

¿Y qué hacen -hacemos- los resistentes? Siempre por el momento, no otra cosa que quedar presos de esa agenda vista la orfandad de alternativas. Es en ese sentido que “resistencia” suena a poco. A hacer catarsis. A juntarse nada más que para putear. A consolarnos. A postear memes y frases en torno a que nos gobierna un demente o, todo lo contrario, un dispositivo perfectamente orquestado para hacer mierda a este país con el aval de un grueso del pueblo que confía en sus victimarios. A arrebatarse de furia contra quienes lo votaron.

Pero resulta que no. O que, además, lo único que falta es dejar de juntarse. Juntarnos.

Resistencia, en ese aspecto, es una palabra cuya convocatoria adquiere dimensiones de otra naturaleza.

No se trata, ya, de la condición necesaria pero insuficiente.

Es la condición imprescindible para que más temprano que tarde pueda surgir, en la combustión de los excluidos y de la gente conscientemente solidaria en lo político y en las tripas, alguna opción que hoy no se ve.

Decimos “más temprano que tarde” porque no se supone que, en una sociedad con la tradición confrontativa de ésta, con su historia de mayorías o grandes minorías intensas, con su cultura de derechos adquiridos, con su ejemplaridad mundial en la sanción a los genocidas, con la cantidad y calidad de sus luchadores coordinados o dispersos, esta legión de crueles vaya a llevárselas de arriba.

El ataque contra la militante de H.I.J.O.S debería ser un punto de inflexión si no bastara con el resto, estructural, de los signos de terror que manifiesta y ejecuta el Gobierno.

Está el escenario económico con ola de despidos y suspensiones, derrumbe del consumo, pymes acogotadas, tarifazos sin discriminación, la orgía más grande que se haya registrado en el precio de los medicamentos. Pero además, o previo, hay un relato triunfante en torno a que el sacrificio será de “la política”.

Eso abona destruir la memoria respecto de quiénes se beneficiaron toda la vida con ese discurso, igual al del ’76 para no ir más lejos. Y los habilita para sentirse potentes, impunes, sádicos, hasta cruzar el límite de revisar lo que Alfonsín impulsó y consiguió allá por los orígenes de la vuelta democrática. Un “contrato” social por el que había algo que ya no se discutía más. El terrorismo de Estado.

Hay una frase magnífica de Jorge Alemán en su columna del viernes en Página/12, acerca de la lógica del castigo. Primero, recorre que, dado que fueron votados y ganaron, están seguros de que no existe el límite porque, cuantos más sean los quebrados, los que enferman sin remedio, los que quedan fuera de todo amparo, más claro será el efecto de ese castigo. Que no les preocupa ni el aumento incesante del malestar, ni la posibilidad de que ese malestar haga surgir una fuerza política que los ponga en jaque.

Y dice entonces que para ellos no tiene lugar el estallido, porque el estallido son ellos mismos.

Ese disparador es muy desafiante porque interpela, entre otras cuestiones, a lo que seguiría si el estallido efectivamente se produce. Hace rato -digamos- que venimos preguntándolo. ¿Quiénes lo conducirían?

No tenemos respuestas, salvo que no habrá ninguna que no sea lo que pueda parir lo que este domingo ratificaron los significativos.

O dicho de otro modo, y aunque no alcance, que viva la resistencia.