“Todo comenzó en 1952. Vi a una persona en la playa. Eran las seis de la mañana y un hombre caminaba con un semblante extremadamente preocupado, molesto. Estaba completamente solo ese hombre. Yo estaba en mi hotel, en Positano, y la habitación era muy alta. Nunca conocí al hombre, simplemente comencé a imaginarlo, a soñarlo”. Con esas palabras de parca precisión, con un estilo similar al de su escritura, describe la autora estadounidense Patricia Highsmith el germen de Tom Ripley, su creación más famosa e influyente, en un documental de la televisión francesa. 

El corto fue producido durante la época del estreno del largometraje de René Clément A pleno sol (1960), la primera adaptación al cine de El talentoso señor Ripley, protagonizada por un joven actor llamado Alain Delon que, gracias a esa película, se transformó de inmediato en una estrella de alcance global. Highsmith no era ajena al universo de las adaptaciones: su primera novela, Extraños en un tren, publicada en 1950, ya había sido llevada a la gran pantalla nada menos que por Alfred Hitchcock, y en esa instancia de su carrera varios de sus libros estaban en manos de agentes ávidos de repetir el éxito de esos dos films. 

Especializada en el thriller de tintes criminales, Highsmith moldeó con Ripley un arquetipo de homicida novedoso, ese joven dedicado a pequeños menesteres criminales -estafas de poca monta, falsificación de firmas- que se anima a dar el gran paso y se convierte en un asesino de fuste, adquiriendo la identidad de la víctima y escapando no sólo de la ley sino de las personas cercanas que pudieran advertir y señalar su estratagema.

En 1999, el británico Anthony Minghella llevó adelante una nueva versión, esta vez con el título original en letras de molde, reforzando en el camino los elementos homoeróticos apenas sugeridos en el texto y en la película de Clément, pero manteniendo en gran medida la lógica y anecdotario de la historia original.

Con el correr de las décadas, las otras cuatro novelas del ciclo dedicado a Ripley también disfrutarían de varias adaptaciones, pero el texto seminal cristalizó en la memoria cinéfila gracias a esos dos films, que marcaron a sendas generaciones. Tal vez el siglo XXI vea alterado ese paradigma gracias a la miniserie creada, escrita y dirigida por Steven Zaillan, el veterano guionista responsable de los guiones de Pandillas de Nueva York, La lista de Schindler y El irlandés, entre otros. Una nueva aproximación a los inicios de Ripley como camaleón humano que se despliega a lo largo de ocho capítulos, con una actuación alambicada y potente de Andrew Scott, el actor irlandés visto recientemente en Todos somos extraños. Un viaje a la mente brillante y torturada del joven Ripley, turista accidental en las playas italianas, el viejo/nuevo amigo de Dickie Greenleaf, el joven adinerado y rubio como la miel que Tom debe convencer de regresar a Nueva York, al seno de su familia. Ripley -así, a secas- estará disponible en Netflix a partir del jueves 4 de abril, el retorno a una de las novelas policiales más importantes e influyentes de la segunda mitad del siglo XX.

EL AMIGO AMERICANO

Lo primero que llama (poderosamente) la atención en la nueva encarnación de Tom Ripley es el blanco y negro que lo acompaña de principio a fin. Tanto A pleno sol como El talentoso señor Ripley estaban marcadas por el azul del cielo y el mar, los colores de los vestidos y las corbatas, los tonos chirriantes del neón del bar de jazz napolitano y el rojo shocking de la sangre derramada. Steven Zaillan opta, en cambio, por los contrastes de la oscuridad y la luz, por las tonalidades que recorren de punta a punta el espectro del gris. En otras palabras, la serie redime el black & white del film noir clásico y lo traslada desde Nueva York, donde comienza la historia, a las soleadas playas y cafés de Italia. El claroscuro como fuente inagotable de placer estético: no es casual que el protagonista, influenciado por su “amigo”, se transforme en el más rabioso fan de la obra de Caravaggio, cuyo uso dramático de los claroscuros sigue siendo un referente ineludible a más de cuatro siglos de su muerte, y cuya historia personal también estuvo marcada por la violencia y la muerte. La época sigue siendo exactamente la misma, en algún momento entre finales de los años 50 y comienzos de los 60: ardua tarea sería la de trasponer el relato a la actualidad, con sus comunicaciones instantáneas e infinita información visual en las redes sociales.

En el comienzo, el nuevo Ripley pasa sus días confabulando diminutas estafas telefónico-postales que le permiten sobrevivir, aunque el riesgo de ser atrapado cuelga sobre su cabeza como una sombra espesa. Con algunas diferencias respecto del libro de Highsmith y las dos versiones cinematográficas previas, el muchacho es contactado por el padre de Dickie y enviado a Europa con una suma importante para gastos. La misión es intentar convencer al hijo pródigo de que regrese a los Estados Unidos y, de una vez, se haga cargo de las responsabilidades familiares y empresarias. Ya en el primer capítulo de Ripley, el antihéroe (nunca mejor usada esa expresión para referirse a un personaje) es recreado en pantalla con toda su carga de sutil perfidia y fragilidad a flor de piel. Al fin y al cabo, el Tom de la primera novela es apenas un joven tímido que comienza a dar los primeros pasos en el universo del crimen, lejos aún del avezado manipulador y escapista en el que se transformará con el correr de las novelas subsiguientes. El protagonista se sube al barco que lo traslada a través del océano sin un plan específico en mente, satisfecho por la oferta generosa y definitivamente azarosa que le permite dejar atrás el pavor a ser descubierto y detenido por la policía.

ELTALENTOSO MISTER RIPLEY

Los talentos de Ripley son varios: falsificar firmas, imitar timbres de voz, tocar el piano, aprender y aprehender los gustos ajenos hasta hacerlos propios. Así llega al pequeño y ficticio pueblo napolitano de Mongibello, aterrado por el manejo temerario del chofer del ómnibus que parece estar a punto de despeñar el vehículo en la estrecha ruta de altura, sobre el mar y bajo el sol. Y así también, en una jornada de playa como cualquier otra, Tom se encuentra con Dickie (Johnny Flynn) y su amiga, novia, amigovia o prometida (dependiendo del punto de vista y del día) Marge, interpretada por Dakota Fanning, puntapié inicial de un triángulo destinado al crimen. La marca de fuego del comienzo del resto de su vida. Las imágenes del barco de Dickie en el horizonte, la resplandeciente blancura de las baldosas bajo la luz del mediodía, contrastan con las subidas y bajadas de Tom por las estrechas callejuelas de Mongibello, que por momentos recuerdan el laberinto de cemento de Nueva York. Más tarde, cuando comience su recorrido por ciudades y pueblos italianos escapando de un fatal destino, las escaleras de caracol encuadradas por Zaillian con predilección por el desequilibrio y el escorzo volverán a reforzar la idea de este nuevo Ripley como deudor del cine negro más clásico.

“Tom Ripley forma parte de nuestra conciencia. Casi setenta años después de que fuera creado por Highsmith muchas figuras contemporáneas son comparadas con él. Nunca va a desaparecer”. Las palabras de Steve Zaillian en una entrevista publicada por Vanity Fair hace algunos meses, cuando las formas de su adaptación eran todavía un enigma, destacan el espacio arquetípico que la figura de Ripley ha ocupado en la cultura popular. En ese artículo, el guionista y realizador también refiere que tuvo que tomar coraje para “crear nuestra propia versión y, al mismo tiempo, nuestra comprensión sobre el personaje. El formato de miniserie permitió que fuéramos más fieles a la historia, al tono, a las sutilezas de la obra de Highsmith. Intenté abordar mi adaptación imaginando cómo lo hubiera hecho ella misma”. En cuanto a la decisión de rodar toda la serie en blanco y negro, Zaillian cita como inspiración su copia personal de la novela. “La edición de El talentoso señor Ripley que está en mi escritorio tiene una fotografía en blanco y negro muy evocativa en la portada. Mientras escribía el guion, no podía borrarme esa imagen de la mente. El blanco y negro le sienta bien a esta historia, y además es espléndido”.

RELACIONES PELIGROSAS

Matar a un hombre (o a una mujer) no es tan sencillo como parece, máxima ilustrada con usual prestancia por Alfred Hithcock en la escena más famosa de Cortina rasgada, aquella en la cual el personaje encarnado por Paul Newman, con la ayuda de una tercera persona, tarda una eternidad en acabar con la vida de un eventual enemigo. Los detalles del primer homicidio cometido por Tom Ripley en toda su carrera criminal, es central en las dos adaptaciones previas, pero los detalles milimétricos ofrecidos por la pluma de Highsmith a lo largo de casi cinco páginas recién ven la luz en la versión de Zaillian. Hay una torpeza inherente en Ripley que no es más que el lógico corolario de las leyes físicas y naturales, y el miedo al agua que estaba presente en el texto se hace carne en la pantalla a lo largo de los ocho episodios. Más tarde, cuando la víctima yace sin vida (“Tenía miedo de tocarlo, miedo de ponerle la mano en el pecho o en la muñeca y sentir sus latidos”, escribe Highstmith), llega el momento de borrar las huellas. Nada podría ser más difícil que eso: desandar los pasos, encontrar la manera de eliminar de la faz de la tierra aquello que acaba de ocurrir, evitar a toda costa el descubrimiento del crimen por ojos azarosos o profesionales. Y después, desde luego, el gran, enorme talento: el doble juego de ser Tom y también ser Dickie, desdoblado en cuerpo y alma, un camaleón obligado a cambiar de color según la ocasión. Y la maldición que ello trae aparejado, el no poder ser nunca más uno solo, ni siquiera consigo mismo, en la soledad más profunda.

Ripley, como las versiones previas, hace un uso extensivo de los espejos, superficie reflexiva que le devuelve al protagonista una imagen inevitablemente ambigua, duplicada, mentirosa. Claro que, a diferencia de lo que sufría el narrador de El corazón delator, el célebre cuento de Edgar Allan Poe, aquí el principal adversario no es la culpa -una palabra cuya definición fue eliminada del diccionario personal de Ripley- sino el miedo a ser capturado. En una reciente entrevista, consultado por el trabajo de preparación actoral de esta nueva materialización de Tom Ripley, Andrew Scott declaró que “tomar ese manto no fue una tarea sencilla. Fue un papel duro de hacer, mental y físicamente. Esa es la verdad. Supongo que el viaje para comprender a Ripley fue menos arduo que intentar entender lo que Ripley hace. Hay cosas que puedo comprender, pero otras... creo que lo más difícil es acercarse a ese vacío en el interior del personaje”.

Es altamente improbable que Scott extermine del imaginario colectivo el rostro de Matt Damon o el de Alain Delon como los Ripleys definitivos. No lo lograron previamente Dennis Hopper, Barry Pepper ni John Malkovich (quien no casualmente tiene un cameo sobre el final de la serie), que interpretaron al personaje en diversas adaptaciones de las otras cuatro novelas de la saga. El Ripley de Scott no es tan buenmozo en términos hegemónicos como el de Delon ni de apariencia frágilmente candorosa como el de Damon, pero a cambio ofrece rasgos muy perturbadores, abriendo compuertas que las otras encarnaciones sellaban con varias capas de pasmosa frialdad. 

Marge, interpretada por Marie Laforet en el film francés y por Gwyneth Paltrow en la versión de Minghella, la joven americana que intenta sin demasiado éxito escribir un libro sobre Mongibello, es ahora un personaje mucho más cercano al de la novela, descreída de las intenciones santas de Tom Ripley desde muy temprano. Freddy Miles, en tanto, figura que Highsmith describe como un “hombre horrible, de cutis blanco y pecoso, y un color de pelo rojo zanahoria”, además de “demasiado gordo”, está construido con especificaciones absolutamente opuestas, pura androginia y delgadez interpretadas por la cantante Eliot Sumner, la hija de Sting. A pesar de esos cambios de relieve, Freddy sigue siendo el metiche que, con sus indagaciones irónicas, se convierte en el primer gran escollo en los planes de Ripley. Finalmente, el inspector Pietro Ravini (Maurizio Lombardi) adquiere una importancia usualmente relegada en el resto de las adaptaciones, un sabueso que no quiere soltar el hueso hasta determinar a qué parte de cuál cuerpo le pertenece. 

Zaillian toma también una decisión lógica pero desestimada previamente: entre los talentos de Ripley se destaca la velocidad para aprender nuevos idiomas, y una parte nada menor de los últimos episodios lo encuentran hablando perfecto italiano. Mientras el comentario al paso de un sacerdote, “Es la luz, siempre la luz”, dedicado a alabar la belleza de los claroscuros en una obra de Caravaggio, le ofrece a Ripley las pistas para confundir definitivamente a Ravini, el cerco que rodea al protagonista, lleno de astillas que podrían lastimarlo, comienzan a alejarse cada vez más.

Ripley juega el juego del suspenso sin dejar de lado la introspección, el buceo por las aguas profundas de un espíritu invadido por una oscuridad creciente. La secuencia de títulos de la serie presenta una placa cuyo uso del plural anticipa un deseo: “Basada en las novelas de Patricia Highsmith”. Dependiendo seguramente del éxito o fracaso en la plataforma, esta producción de Showtime adquirida por Netflix para su distribución internacional tendrá otras cuatro temporadas, cada una de ellas basada en las otras novelas de la pentalogía: Ripley bajo tierra, también conocida como La máscara de Ripley, El juego de Ripley (llevada al cine por Wim Wenders con el título El amigo americano), Tras los pasos de Ripley y Ripley en peligro, esta última publicada en 1991, cuatro años antes de la muerte de su autora. Ambicioso proyecto sostenido en una lógica irresistible: narrar la vida y obra del estafador más famoso de la literatura del siglo XX como si fuera la primera vez.

A diferencia del Ripley de Delon, atrapado al final de la escapada por la policía y por esa regla narrativa que afirmaba que el que las hace las paga, aquí el joven protagonista, como sucede en la novela, observa esperanzado el horizonte. “¿Acaso iba a ver policías esperándole en todos los puertos en que desembarcase?. ¿En Alejandría? ¿En Estambul? ¿En Bombay? ¿En Río?”, siguiendo las palabras textuales de Patricia Highsmith en la última página del libro, poco antes de hacerle decir en voz alta a su hijo literario, consultado por un taxista acerca de su destino inmediato, “A un hotel, por favor. Il meglio albergo. Il meglio, il meglio”.