Hay una llamarada que zigzaguea entre el verde mojado de las tipas, bajo la resolana débil del cielo completamente encapotado. Son los días en que la tormenta “supercelda” azota Buenos Aires, los descansos del aguacero son pocos y cortos; en el Parque Lezama, Itziar Ziga aprovecha para jugar con un paraguas rojo, enfundada en su también rojo y escotado vestido. Rojo como su corazón vasco, de izquierdas e independentista. Rojo como los labios que se retoca cada tanto y rojo como el color que las putas feministas eligen para marchar cada vez que demandan por el reconocimiento del trabajo sexual.

Itziar no es puta, o sí, en la parte del estigma del que se ha adueñado; pero no supo nunca cobrar. Las putas son sus compañeras, dice, y de hecho vino a la Argentina a festejar el cumpleaños número 29 de Ammar -Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina, aunque su integración desborda tanto la categoría “Mujer” como la de “meretriz”-. La invitó su amiga Georgina Orellano, la presidenta de ese sindicato, trabajadora sexual desde hace casi dos décadas, para que sea parte de un conversatorio, ahí en la puerta de la Casa Roja, pleno barrio de Constitución. Y es que Devenir perra, el primer libro de la chica del vestido rojo, fue parte basal de la formación teórica que se vienen dando colectivamente las integrantes de Ammar, en complicidad con feministas de las facultades que les acercaron textos irreverentes, cercanos a la calle, lejos del punitivismo que suele encontrar aliados en sus acérrimos enemigos, la policía; cercanos también a la reivindicación de lo que para las putas es cotidiano: “Hacer que el patriarcado nos pague en contante y sonante todos los días”, como dice Georgina.

“En estos últimos tiempos tengo la sensación de que el mundo se ha plagado de mis hijas e hijes bastardes, ¿no? Tengo muchas más interlocutoras que nunca; existe desde música hasta un posicionamiento político feminista en el que las mujerizadas y otras parias de género hemos asumido el insulto, el mayor agravio, que es perra o zorra o puta. Es más divertido así, no tragarte el cuento de ser decente ni de parecer decente. Y no es sólo que sea aburrido, sino que tampoco te salva de la violencia ni te sirve para empatizar con quienes la sufrimos o la sufren”, dice Itziar Ziga sobre Devenir perra, un texto desbocado que antes de que terminara la primera década del tercer milenio les voló la peluca a feministas de muchos territorios por su modo de reivindicar el goce de la manada callejera, lejos de la victimización y el punitivismo, a años luz de querer solucionar los conflictos o pretender reparar las heridas con la cárcel.

Georgina e Itziar se admiran mutuamente, el ejemplar de Devenir perra de la primera está subrayado, algunas frases impresas se completan con anotaciones, las hojas se ven transitadas por muchas manos. La edición española de Puta feminista. Historias de una trabajadora sexual, de Orellano, lleva el prólogo exultante de Ziga, se titula “Larga vida a la zorroridad puta y al sindicato Ammar”. Fueron atentamente escuchadas en la conversación que tuvieron en el escenario del cumpleaños del sindicato por las delegadas de todo el país que habían llegado para el festejo. También estuvieron iluminadas… por un patrullero que estacionó detrás y dejó encendida su sirena mientras los policías se paseaban entre el público. Había autorización para cortar la calle, pero no se privaron de amedrentar.

Una historia de violencia y resistencia

“Yo siempre digo que tener un padre maltratador ayuda mucho a ser feminista (se ríe a carcajadas); ¡cómo no me voy a permitir hacer bromas sobre la violencia que hemos sufrido! Para mí, lo primero que vi fue la violencia que ejercía mi padre contra mi madre y también la violencia económica que sufrían las mujeres de mi barrio. Esto en mi último libro lo comento mucho, cómo vivían las mujeres. Soy de un barrio obrero bastante precarizado y de migrantes de la periferia de Rentería que es una de una ciudad industrial y bastante conflictuada en los años 80, con muchos presos independentistas, también contra el Estado en general. Veía a las mujeres y veía desde su alcoholismo (se ríe y señala la cerveza que está tomando en la mesa sobre la ventana del bar Británico), su extrañamiento respecto al mundo y sus dificultades para salir adelante con matrimonios de mierda que apenas podían dejar porque hasta finales de esa década no existía aun el divorcio”, dice Itziar perdiendo la vista por el retazo de San Telmo que hizo su casa por algunos días.

Si Devenir perra es muy fácil de encontrar en versión digital, o en alguna impresión artesanal de las que se encuentran en ferias de editorxs o feministas, su último libro, La violenta y feliz vida de Maribel Ziga (Melusina) es más una rara avis. Un libro corto y eficaz, doloroso y necesario para honrar a su madre, sobre todo para acompañar a quienes atravesaron la violencia machista y patriarcal y han buscado modos de reparación alternativos a los procesos penales. “A mí me preguntas si me hubiera gustado que mi padre, mi aita, fuese a la cárcel, te digo que no, ni de coña. Y es un tema muy complejo, es complicado pensarlo, qué queremos, qué repara, pero tenemos que hacerlo de manera no autoritarias.”

Es que tantas veces la denuncia aparece como la única salida, aun cuando sabemos que muchas víctimas de femicidio habían denunciado y sin embargo…

--En mi último libro cuento un poco todo ese lío, y es una reivindicación absoluta de mi madre porque nosotras no elegimos ser maltratadas, no elegimos ni ser mujeres, ni mujerizadas, no elegimos ser maltratadas, pero todo está puesto en contra para que nos cueste mucho salir de una relación de maltrato o podamos incluso a morir en ella. Pero también todo está puesto en contra para que después de haberlas vivido, que encima la vivimos de alguna manera todas, caiga sobre ti el estigma de la víctima que es aberrante, degradante, asqueroso, como que te apabulla te deja derrotada y tú no eres eso. Necesitamos identificarnos en los hechos de la otra, pero si has tenido en cuenta los índices de violencia machista que hay en nuestras sociedades patriarcalizadas, teniendo en cuenta eso, si la violencia nos destruyese, es que no estaríamos aquí ninguna, coño, estaríamos como arrastrándonos, coño. Existe muchísima vida rebelde después, estoy en contra de la idea del trauma como forma privilegiada de oposición contra la violencia machista, no, cariño, no.

En La feliz y violenta vida de Maribel Ziga cuentas que tu madre quiso separarse cuando eras chica y que no lo hizo porque al no haber divorcio podía perder la custodia de sus hijas. Una herencia del franquismo que fue muy disciplinador, como cualquier régimen autoritario, también sobre los modos de ser hombre y de ser mujer, y nada más, claro.

--Cuando yo escucho esa pregunta de mierda que le hacían a mi madre y que se hace en general, por qué no lo dejas, por qué quieres que te peguen, mi madre cuando nos planteó a mi hermana y a mí por primera vez que... Yo tenía 5 años y nos planteó en la cocina: “Me quiero separar, pero que con quién os quedaríais”. Y era una pregunta terrible para hacer a una niña de 5 años y a otra de 8 años, pero es que en esa época la jueza o el juez era capaz de dejarle las criaturas al padre porque ellas eran condenadas por abandono del hogar.

Se legalizó casi al mismo tiempo que acá, parece otro mundo.

--Pero en este mundo tampoco hemos logrado encontrar a Lorca. ¡Porque no lo hemos buscado! Una vergüenza. Hace poco, además, sabemos que hubo una institución espantosa, el Patronato de Protección de la Mujer, que dejó de funcionar en el 85, 10 años después de que muriera Franco. Si estabas en un bar sola, si eras adúltera, si eras lesbiana, si tu padre maltratador quería librarse de ti, si por cualquier razón… con una sola llamada te capturaba la policía, te llevaban a Madrid donde investigaban tu vagina y decidían si eras completas o no completa y a partir de ahí se decidía el confinamiento en cualquier convento de monjas sádicas de toda España. Hubo mujeres que estuvieron ocho años, o sea, 8 años secuestradas por cualquier razón... Durante muchísimos años nos preguntamos dónde estaban las lesbianas durante el franquismo, porque no estaban con las maricas y travas en los campos de concentración, en psiquiátricos y en cárceles ¿y dónde estábamos las lesbianas? ¡En el Patronato encerradas! Los increíbles estragos que hizo esto sobre nosotras. Muchas veces la única manera de salir del Patronato era casarse con hombres que iban a buscar mujeres ahí, y como bien sabemos, el matrimonio es una maravilla para las mujeres. Yo lo sé porque mi madre estuvo casada con el maltratador 30 años.

¿Nunca te enojaste con ella?

--Mi madre también tuvo una resistencia muy bonita, con sus amigas, nos reíamos mucho con ella. Le costó mucho separarse porque no hay nada más difícil que dejar un maltratador. Porque estamos programadas para cuidar, para amar, para creer que las relaciones van a mejorar, para tenerle pena porque, claro, es un desgraciado, ¡Claro que es un desgraciado! Pero es esa programación social para cuidar, que cuidar es lo que tenemos que hacer. Y sí es cierto que no hay nada más hermoso en este mundo que cuidarnos, ¿eh? solidariamente, comunitariamente, pero claro, si solamente nos toca una parte de la población entonces...

¿Y cómo fue el proceso de reparación para vos?

--El feminismo ha sido mi gran proceso, pero también mi mayor terapia ha sido siempre con los libros. En cada presentación que hago del libro de mi amatxo (madre en euskera), hay tías y no solo tías, que cuentan cosas de sus vidas y que lloramos, nos reímos, nos abrazamos, es esa reparación ver un poco como nosotres nos tenemos y vamos juntas hacia arriba.

La sonrisa siempre lista y las ganas de andar entre una manada desbocada y gozadora.ñ


Los barrios bajos

“Se parece tanto al Raval, en Barcelona, el barrio donde me instalé y de donde creí que nunca me iría. Esto es más heavy, claro, pero bueno, allí también es putas, yonkies y policías, las perras de las boas raídas y las que se la montan con lo que tienen. A la policía no la queremos, pero lamentablemente es parte del paisaje”, Itziar Ziga -que lleva el apellido de su madre, un cambio que logró después de dejar su casa- habla de Constitución, el barrio que recorrió con Georgina, el de influencia del sindicato de trabajadorxs sexuales. Ahí se sintió tan en casa como Georgina en el Raval, donde caminaron juntas una vez.

“Allí conocí el post porno y también lo que es ser cuir, que en definitiva era una enfermedad de los no normales, de quienes nos escapamos de la norma, una forma de reconocerse y agruparse”

¿Te considerás queer?

--Yo soy una pansexual perdida, pero más allá de eso, a mí es como siempre me ha gustado ver y buscar esa imagen de la mujer perdida pero glamurosa, arrabalera, es el origen de mi propia vida. Yo las observaba de chica, esas chavalas que se iban con sus mangas de murciélago, con sus lentejuelas y con lo que iba saliendo de brillo. Y cuando encontré las maricas, pues encontré una conexión absoluta. Siempre me ha gustado llegar a lugares multi identitarios. No sé qué hubiera sido de mí sin mis manadas, sin aquelarre. Que por cierto tengo unas compañeras que vinieron por aquí a hacer una performance de post porno en una universidad y enseguida les estaba buscando la policía por hacer orgías. Majo y Elena, de Post op.

¡Me acuerdo muy bien! ¡Un escándalo! Fue en 2015, en Sociales, pero era parte de una investigación de la carrera de antropología. ¿Y vos cómo te llevas con el pos porno?

--Yo eso se lo pregunté a las dunas. Estaba un poco de opio en la madrugada del 99 al 2000, para colmo en un país árabe donde ni siquiera cuentan los años igual. Pregunté qué hago con mi vida. Y las dunas del desierto me dijeron "Barcelona". Y hacia allí me fui. Es que las perras, las cosmopolillas, las queers necesitamos de ciudades que nos amparen con su noche, sus barrios. Y ahí me crucé con el porno feminista, hecho por ti.

¿Te importa que se haga diferencia entre el porno y el pos porno?

--Fíjate que las post porno cada vez abrazamos más el porno en el sentido de que no queremos ponernos así como si fuéramos mejores que el resto, no queremos criminalizar el porno y no queremos convertirnos en quienes vamos a consagrar una dicotomía más. Estoy totalmente en contra de la idea de criminalizar el porno porque es criminalizar el sexo. ¿Vamos a dejar que nos quiten la sexualidad cuando ya nos han quitado todo desde el patriarcado y ahora que nos lo quite el feminismo?

¿Y qué? ¿Hiciste películas? ¿Te podemos ver en algún lado?

--A veces no dábamos tanto al rec porque estábamos demasiado follando. Pero en una orgía en Barcelona fundamos un colectivo feminista. Ex donnas, ex mujeres.

Queríamos renunciar a la categoría mujer porque al fin y al cabo el binarismo de género fue algo impuesto desde el imperialismo occidental, como dice Gloria Steinem -cito mucho a yankees, lo sé- "el patriarcado tiene entre 500 o 2 mil años, según en que parte del planeta estés" y es verdad.

Pero vos de alguna manera defendes un cuerpo "hipermujerizado"

--Y sí, también es eso por otro lado. Me encanta, o sea, no, no creo que la cuestión tenga que ver con llegar a una especie de androginismo. O sea, nos volvemos locas un poco con todo el tema de la identidad y es lógico porque es un quilombo como dicen aquí. Dentro de las señas de auto de identificación, de autoconstrucción me han gustado mucho las que tienen que ver con la imagen de la puta, la que tiene que ver con las plumas, de la borracha, de la que está por la noche, de la pendenciera...

Sin embargo, el feminismo se ha puesto bastante pacato en España últimamente, no todo, por supuesto… Por ejemplo, ¿cómo te llevas con esa ley de “Solo sí es sí”?

--Yo estoy horrorizada de que hayamos pasado del no es no, que es un grito feminista totalmente comprensible al sólo sí es sí, que nos pone en un lugar en el que estamos todo el tiempo asintiendo, teniendo todo el rato super claro qué es lo que queremos, como que tenemos que conectar la sexualidad con el deseo todo el tiempo y la verdad es que yo puedo follar por dinero, a veces follo porque no lo tengo claro, o por qué sí. En el estado español nos la han metido al saco con esta historia. ¿Por qué tenemos que tener nuestra sexualidad tan clara, dónde está la duda, donde está la curiosidad, el error? Otra vez capturada la sexualidad de las mujeres, parece que no se puede perder la cabeza, todo el rato te obligan a convertir la experiencia en algo judiciable, se le obliga a las mujeres a denunciar como si así dieran prueba de su existencia. Pues no, cariño. No.