Lo más sensato y sincero que viene a decir hoy esta columna es que, sin asumir actitudes ni reclamos golpistas pero a la vez sin rodeos ni retóricas elusivas, es imperativo empezar a pedir –exigir– la inmediata renuncia del actual presidente Javier Milei y de todo su gabinete.

Frente al derrumbe general de las instituciones de la República, y ante el desastre social que conlleva el abuso de poder por parte del Presidente y sus secuaces, apoderados en forma malévola de las riendas del poder, es ya insostenible la mera contemplación –insoportable para el pueblo trabajador, además– de la acumulación de daños y la creciente desolación social.

La República Argentina padece, ahora mismo, los efectos de la demolición de la política. Que ha dejado de ser entendida como suma de acuerdos, decisiones y medidas tomadas para un armonioso ejercicio del poder en una sociedad democrática, pasando a ser escenario de choques de intereses contrapuestos y desestabilizadores. Por eso, al fracasar esos acuerdos, se demuele toda posibilidad de entender a la política como la mejor manera de ejercer el poder conferido por las urnas.

Lo cierto es que, y al menos en términos teóricos, la política apunta siempre a acabar con todo posible abuso de poder –como sucedió tantas veces en la Argentina– pero hoy, y en manos de una caterva de desaforados que se apoderaron de todas las riendas del poder político, económico y social asistimos a un derrumbe lamentablemente consentido por algunos sectores que por temor u oscuras razones no asumen el rol que sería esperable.

Sobre todo teniéndose en cuenta lo que algunas dirigencias políticas parecen olvidar y otras, ahora en el poder, obviamente ocultan. Y es que desde el origen mismo del actual gobierno se ha instalado –en complicidad con cierto periodismo antinacional– la idea blindada de que el presidente Javier Milei fue elegido en las urnas por una aplastante diferencia de votos, lo que desde hace tres meses se acepta y cacarea como justificación a cualquier decisión, cuando la verdad es que para esa victoria electoral no fue correcta ni verdadera la suma de votos.

Dicho sea clara y precisamente: Milei no fue elegido presidente por más de la mitad del pueblo argentino. Eso en ningún momento fue cierto, como ya lo probó esta columna en la edición de Página/12 del 5 de febrero pasado.

Sí es indudable que Milei fue votado por mayoría de sufragantes, pero su victoria electoral representó solamente el 40,31% del padrón habilitado para votar. Y en cambio el casi 60% restante –esto es: bastante más de la mitad de la población votante– no lo eligió para presidir esta república. Dato que no es baladí dado el estúpido silencio de casi todos los derrotados.

Afirmar y propagandizar aquellos números falsos fue una maniobra –un cuento– mal intencionado y nada inocente. Astutamente se aprovechó el desconcierto de la población y el rápido exitismo desatado por la prensa interesada. Desde antes de cerrarse el escrutinio todos los mentimedios se dedicaron a manipular guarismos y porcentajes, esquivando conteos claros y precisos que estaban a la mano pero se ocultaron. Lo cierto y verdadero fue que Milei no fue "votado por más del 50% del electorado", sino que como candidato recibió exactamente 14.476.462 votos que, aunque no fueron pocos y sirvieron para consagrarlo, la verdad es que representaron sólo la voluntad del 40,31% de los 35.912.841 ciudadanos que estuvieron habilitados para votar. Y tampoco se informó que en ese balotaje sólo votó el 76% del padrón, uno de los registros históricos más bajos.

Lo cierto y urgente es que el infame estado de situación actual de la República debe acabar cuanto antes, y para ello es la ciudadanía la que ahora y en consecuencia tendrá que tomar decisiones graves y necesarias. Y la verdad electoral es un muy buen paso para frenar la soberbia de los supuestos "libertarios", que no son más que cipayos resentidos y violentos.

Es por eso también imperativo y urgente pedirle la renuncia a la totalidad de los senadores y diputados nacionales, acción que más que vaciamiento legislativo implicaría un primer paso en el necesario sinceramiento de la política que la Argentina necesita porque lo necesita su pueblo, hoy desesperanzado y jodido por donde se lo mire y analice.

El desempleo que se extiende como mancha venenosa sobre trabajadores y familias abusadas no sólo es prueba de la bestialidad de las decisiones del poder dizque "libertario", sino que es violencia en sí misma porque produce hambre y desesperación en millones de compatriotas. Son bandidos oportunistas los que están despojando a la República de bienes naturales y productivos que para colmo entregan traidoramente al dominio extranjero.

De tal modo producen también pobreza extrema y desesperanza. Ya se han perdido decenas de miles de fuentes de trabajo que producen injustificable dolor, angustia y desesperanza en los por lo menos 40 millones de compatriotas sumidos hoy en la angustia de la incertidumbre del mañana y el seguro desastre del pasado mañana. Que no otra percepción se tiene y se agrava con cada nueva, estúpida, injustificable y provocadora decisión de un Poder Ejecutivo cipayo y un Poder Legislativo autoanulado, cobarde y seguramente corrupto. Que no otra lectura es posible ante el desastre social.

Es obvio, entonces, que no serán la inacción y el lamento los criterios que pongan punto final a los abusos de bandidos empoderados por una ocasional mayoría de votos resentidos a los que cupo respetar y hemos respetado, pero a quienes si no reaccionan y porque la Patria es primero, no hay razón alguna para seguir disculpando.

La resistencia empieza cada día y en cada debate, en cada calle y cada lugar de trabajo que todavía subsista. Y en el ánimo a recuperar hay que inventariar también que en tanto ciudadanos de esta doliente República no debemos dejar que manadas de brutos, autoritarios y resentidos sigan despedazando la Patria.

Por eso esta columna quiere también, y ahora, hablar de lo nuestro y empezando, como debe ser, por las dirigencias de la democracia, que hacen agua por los cuatro costados. Inexplicables silencios de radicales, socialistas y también de peronistas, los muestran en muchos casos henchidos de visiones cortitas y autoespecializados en fintas para zafar y salir bien parados.

Todo esto, y en circunstancias en que el peronismo parece estar derrotado como otras veces, es urgente. Si de hecho también CFK parece haber bajado los brazos. Al punto que es decididamente ingenuo pensar que "está preparando" alguna salida o recuperación mágica. Paparruchadas, porque encima las últimas acciones peronistas, aunque duela reconocerlo, han beneficiado a la derecha y a los sectores más reaccionarios y cipayos. Ahí están las entregas de Soberanía sobre el Río Paraná y el Canal Magdalena que les debemos a Alberto y a Sergio.

También por eso el peronismo es hoy silencio, parálisis y poca o nula iniciativa. Por eso mejor acabar con simulaciones. El pueblo argentino también se ha equivocado masivamente al votar a una bestia creyendo que era un Salvador. Pero no por eso el pueblo deja de ser lo mejor que tenemos. Escrito sea aunque lluevan acusaciones de "populismo". Por eso y frente a la demolición de la política, por lo menos verdad, patriotismo y acción. Que después no se diga.