La editorial Rara Avis acaba de publicar un libro soñado, Correspondencia erótica, una selección de cartas que se escribieron Virginia Woolf y Vita Sackville - West. Woolf, la cabra como la llamaban, a pesar de que su apellido signifique - casi - lobo, nació en Londres en 1882 y se suicidó el 28 de marzo de 1941. 

Su cuerpo apareció flotando en el río Ouse, al que se metió con un saco lleno de piedras en los bolsillos para consolidar su final. Antes de eso, se convirtió en una escritora crucial del siglo veinte en adelante, con libros como Las Olas, Al Faro, Orlando; y los ensayos Tres Guineas y Un cuarto propio, donde manifiesta lo que luego y por siempre será consigna feminista: “una mujer necesita dinero y un cuarto propio para escribir novelas” (para ser independiente). 

A Vita Sackville - West la conocemos un poco menos, la tenemos más asociada a Virginia, como su amante y amiga, pero en realidad Vita en su momento era más conocida y sus libros destilaban más éxito que los de Woolf. Es con Orlando, libro publicado en 1928, que Woolf triplica las ventas de Al Faro y recién puede disponer de dinero y pensar en ganar más, al tiempo que comienza a ser más leída que Vita y a superarla en fama. Orlando está inspirado en y dedicado a Vita Sackville - West. Al haberse inspirado en Vita y haber logrado el cenit literario, es como si Virginia Woolf hubiera cometido un enorme acto de amor al mismo tiempo que una gran venganza.

El período elegido por Rara Avis, que hace unos años había publicado una selección de la correspondencia entre Woolf y Victoria Ocampo, es el que va desde que Woolf le comunica a Vita su deseo de escribir Orlando hasta poco tiempo después de que aparece publicado, es decir, desde finales de 1927 hasta principios de 1929. Este momento de la correspondencia entre ambas coincide, según la dupla traductora de estas cartas, Paula Locatelli y Agustín González, con el momento de mayor efervescencia romántica entre ellas y por eso el libro tiene como título Correspondencia erótica

El amor, a un paso del horror

Porque Vita y Virginia se amaron y, más allá de que este puñado de cartas no especifique la cantidad de veces que se encontraron para echarse una sobre la otra, estas cartas fueron escritas desde una extrema seducción que, a veces, como dijo George Bataille, colinda probablemente con el horror. O como ha reflexionado largo Anne Carson en Eros el dulce amargo, una tesis de doctorado susurrada por Safo, el deseo está hecho más con el barro del riesgo que con el del cuidado y su sustracción aumenta su eficacia.

Conocer esto es conocer el punto g del tormento del amor, su dulce/amargo; Vita y Virginia estuvieron dispuestas a encontrarlo muchas veces. En una de las cartas, consciente del mecanismo del deseo y lúcida para infligirse daño, Virginia le escribe: “siempre que me despido de vos pienso que es la última vez. Y la verdad es que ganamos tanto como perdemos. Porque siempre estoy segura de que te vas a ir con otra ni bien puedas… quizas, como te decía, ganamos en intensidad lo que perderíamos con las sobrias virtudes de una amistad larga, segura, respetable, fría y casta”. 

Virginia se desespera con las infinitas amantes de Vita, que no perdona a ninguna mujer con la que se cruza, pero al mismo tiempo reconoce que la relación de ambas gana en intensidad lo que se perdería con una relación suave y lánguida. La ambivalencia del deseo, su persecución, los celos, los reproches, los rencores, la mezquindad, el encantamiento, la fantasía y los cinco sentidos desordenados son, en parte, los temas de estas cartas.

Vita y su perro. No dejaba mujer sin seducir. 

La intensidad como bandera

Y fue así desde el comienzo que la relación que muestran estas cartas tuvo el tono del exabrupto, de lo fuera de tono, de la incorrección. Cuando Virginia la conoce a Vita por medio de su cuñado Clive Bell, casado con su hermana Vanessa, escribe en su diario: Tengo demasiada confusión en este momento como para dilucidar algo. En parte, como resultado de haber conocido a la talentosa y encantadora aristócrata Sackville-West y cenado anoche en lo de Clive. No es muy de mi agrado: es florida, bigotuda y usa unos colores que parece un loro. Tiene toda la sutil seguridad de la aristocracia, pero sin el genio del artista. Voy a cenar a su casa el martes. Me hace sentir una virgen, tímida e infantil. Aún así, después de cenar, saqué conclusiones: es como un granadero, severa, atractiva, varonil, con cierta tendencia a la papada

Esta mezcla de impresiones que van de la atracción al desprecio, del hechizo al disgusto, lejos de ser agradables, sintonizan el barullo mental que atacó a Virginia cuando se conocieron y la distancia que pone mediante la cuantificación de defectos que detectó en Vita es quizá para bajar la inflamación que le produjo el primer contacto. Otro punto de tensión adicional era ser de clases sociales distintas, punto del que Virginia deja constancia en esta cita de su diario. 

Poseedora de Knole, un castillo con infinidad de habitaciones que no pudo heredar porque, aún aristócratas, las mujeres en ese momento no podían hacerlo, Vita era corpulenta, bravía, un espíritu libre que necesitaba campo abierto en las lides del amor. Casada con Harold Nicolson, homosexual como ella, cada uno hacía la suya y eran compinches, se contaban sus aventuras. Virginia era flaca, tenía el pelo aplastado, un mentón alargado, su salud era por momentos frágil y era de clase alta pero plebeya al fin. Tenía con su esposo Leonard Woolf una editorial, la Hogarth Press, en la que, además de autopublicarse, publicó a Katherine Mansfield, T.S.Eliot y las obras de Freud pero desistió de publicar el Ulises de Joyce

La casa de Virginia Woolf en Richmond, donde fundó Hogarth Press

La relación entre ellos era cordial y Woolf la asume decisiva para mantenerse en la existencia pero da la sensación de que Leonard Woolf tenía más reparos con que Virginia estuviera tan encantada con Vita. Entre ellas, algo de ese antiguo e inoxidable deseo entre opuestos que encandila se activó: noble una, plebeya la otra; depredadora una, concentrada en la escritura la otra; exhuberante una, desaliñada la otra; un resumen de la atracción. ¿Qué hicieron con esto? Escribieron y se escribieron, nada más y nada menos. También se juntaron varias veces para recrear esa primera vez juntas que tanto mitifican en su correspondencia: pienso en Vita en Long Barn: todo fuego y piernas y hermosos modos de arrojarse, como un caballo joven, dice una de las cartas.

Literatura del vos: celos y angustias

Da la sensación, leyendo esta literatura del vos - enfatizada por una acertadísima traducción al español rioplatense que nos hace sentir, al leerlas, que estamos al lado de ellas - que Virginia aparece como más demandante y que Vita es más indiferente, que se atiene más a responder, es decir, que se reserva más sus sentimientos. Los reclamos sobre los amoríos de Sackville-West son una constante que Woolf le echa en cara. A cuenta de un affaire que estaba teniendo con una tal Mary Hutchinson, Virginia le responde a Vita: Sos un animal muy ágil, sin duda. Sólo sé un delfín cuidadoso cuando hagas tus piruetas. O conocerás los anzuelos de Virginia

O cuando expresa sus celos sin la mediación usual de trasponerlos en figuras animales, y le reclama que no le escribe: ni una sola carta ¿Por qué? Yo quiero escribir y no tengo tiempo. Pero vos sí tenés. También la acusa de promiscua: Y qué mal que yo ya no te importe: siempre dije que eras una bruta y una promiscua ¿Es una Mary esta vez? ¿O una Jenny? ¿O una Polly?. Te sacaré la verdad a toda costa. No voy a estar entregándole mi corazón a una mujer que acepta irse a la cama con cualquiera. Dice la dupla traductora en la nota introductoria que como toda relación, la de Vita y Virginia fue una relación desigual. Cuando se conocieron, Vita tenía 30 años y Virginia tenía 40 y que, como se dijo antes, una andaba tirando flechazos de amor por todas partes y la otra escribía sin parar. Virginia acusaba el golpe del encadenamiento de amores de Vita, de su vida amorosa más errática y de sus inclinaciones sexuales más expuestas y tenía fascinación por sus piernas. Virginia expresa su demanda de amor jugando con el lenguaje: Si te llamara y te lo preguntara, ¿me dirías que te gusto? Si nos encontráramos ¿me besarías? Si estuviéramos en la cama...

Claramente Virginia deseaba a Vita, y quizás, a pesar de su lucidez y genialidad extrema, no podía leer - y nos impide por momentos leer a nosotros al colocar la cinta de clausura sobre las ganas que sí le tenía Vita y de las que deja constancia en sus cartas - lo que ésta la deseaba. Pero como dice María Moreno en ese magistral tratado, talismán y rendición de cuentas sobre Virginia Woolf con el que abre su último libro Pero aún así. Elogios y despedidas, el amor nos vuelve torpes, indefensos y un poco minusválidos. Subrayo especialmente esto que escribe Moreno: todo enamorado es humilde, incluso un mendigo. Tal es así que Virginia, aún ya habiendo escrito el Orlando y habiendo triplicado sus ventas respecto de su anterior libro más vendido y aún siendo traducido a Estados Unidos, se sigue comunicando a veces con Vita como una mendiga: Pero ¿de qué me jacto si nada logra impresionarte? 

Efectivamente el enamorado viste harapos y no puede dejar de ver al amado como a un noble. Aunque Virginia sentía que se le iba de las manos, Vita afirmaba solo soy una cosa reducida a Virginia en una carta mítica que no está incluida en Correspondencia erótica pero que María Moreno la incluye en el artículo sobre Woolf. Amerita citarla: “He quedado reducida a una cosa que solo quiere a Virginia. Puedo resumírtelo en una frase: te extraño, de la forma más simple y desesperada posible. Tú, con todas tus brillantes cartas, jamás escribirías una frase como esa, capaz ni la sentirías. Pero estoy segura de que la esconderías en una frase tan exquisita y bien formada que perdería sentido de la realidad. Pero como soy yo, te lo digo fuertemente: te extraño más de lo que creía posible, y eso que me había preparado para extrañarte. Esta carta es un chillido de dolor. Es increíble lo esencial que te has vuelto para mí. Pero supongo que estás acostumbrada a que las personas te digan estas cosas. Estúpida criatura consentida, no debería amarte ni entregarme a tí, pero oh querida, no puedo ser ni inteligente ni distante contigo. Te amo demasiado para eso. Te amo verdaderamente. No tienes idea de lo distante que puedo ser con las personas que no amo, de hecho lo he convertido en una especie de talento oculto, pero tú, sólo tú. Has roto mis defensas y la verdad, no planeo resistirme a ti. Tuya, Vita”.

Dicho esto, Vita provocaba desencuentros que herían a Virginia y romances con otras que la hacían sentirse humillada. El Orlando, la novela que cabalga de punta a punta esta correspondencia como una escritura detrás de otra escritura, como una larga carta debajo de muchas otras cartas, es causa y respuesta a este animal enorme, el amor - ellas que animalizaban todo - que engordaron con todo lo que quedaba enganchado a sus encuentros y a sus desencuentros.

Dicen que Orlando - una biografía que empieza en el siglo 16, cuyo protagonista noble, bello y rico transiciona de un sexo a otro - es una venganza de Virginia por la repetición de amantes de Vita y en especial por una que se llamaba Mary Campbell a la que se había llevado a vivir cerca.

Dicen que la venganza consistió en parte en retratar a Vita como una promiscua, enfatizando sus inclinaciones sáficas y su ambigüedad de género. También, que la hizo reconocible para su entorno de una forma que no pudiera dudarse de que era ella.

Dicen que Orlando es la forma que tuvo Virginia de dominar su versión de la relación.

Dicen que Orlando es la carta de amor más larga y encantadora de la literatura. Lo dijo Nigel Nicolson, hijo de Vita.

Dicen que Orlando es producto derivado del goce no confesado del que interroga. Al escribir Orlando, Virginia quiso saberlo todo de Vita como pretexto para la escritura.

Dicen que Orlando es una profecía trans.

Dicen que Orlando es el libro de Woolf que alcanzó un éxito enorme a nivel público con su obra más privada.

Dicen que Orlando es una burla al género biográfico copado por hombres.

Dicen que Orlando fue la manera de deponer la obsesión que Virginia tenía hacia Vita.

La primera edición de Orlando, inspirada en Vita. 


Ponele brandy y servilo caliente

Estas son las posibles lecturas, interpretaciones, desvíos, rumores, testimonios y excusas sobre este libro escrito en unos meses y que sí, efectivamente, y esto es inapelable, estuvo inspirado en Vita. La correspondencia erótica de Rara Avis, como ya dijimos, expone el período más intenso del vínculo entre ambas y la respuesta de Vita a la propuesta de Virginia sobre desposarla escrituralmente vía este proyecto de libro:

Dios mío, Virginia, si hay algo que me fascina y me aterroriza a la vez es la idea de que me moldees bajo la forma de Orlando ¡Qué divertido para vos! ¡Qué divertido para mi! Vas a tener al alcance de la mano cualquier venganza que quieras perpetrar. Si, adelante, lanzá el panqueque al aire, que quede bien quemadito de ambos lados, ponele brandy y servilo caliente. Tenés mi permiso total. Lo único que te pido, ya que vas a dibujarme y descuartizarme, desenrollarme y retorcerme, o lo que sea que quieras hacer conmigo, es que le dediques el libro a tu víctima”

No sólo le dedicó el libro sino que le regaló el manuscrito. En una carta del 20 de marzo de 1928 Woolf le escribe a Vita que terminó de escribir Orlando y, de alguna manera, comienza a cumplirse muy sutilmente la profecía anunciada Vita - y secundada por Virginia - de que cuando se publicara, el romance entre ambas llegaría a su fin, conscientes de que cuando se termina de escribir un libro sobre alguna amada lo que sigue es el punto final. Como cuando se termina de posar para algún artista, lo que queda es levantarse y retirarse. En su diario, Woolf deja constancia de este declive un tiempo antes, cuando anota: “Ayer en Long Barn, una visita bastante feliz. Estoy interesada en cómo se van erosionando los estratos de la amistad; cómo una pasa inconscientemente a estar en otros términos; cada vez percibe menos la amistad como una atmósfera excitante; lo cual es un inconveniente en términos de “efervescencia”; sin embargo es más sano, tal vez más profundo”.

Es bastante lógico que, dado que para Woolf escribir era rodear el conflicto y removerlo como obsesión, terminar Orlando significara terminar con la pasión, como si terminar de escribir sobre una cosa implicara terminar con la cosa. De todos modos, la relación entre Woolf y Sackville - West continuó - en otros términos - hasta el fin de los días de Virginia, sin la pasión y sin la cruz de la época de la que esta correspondencia es testimonio, más bien con la combustión sobrante de dos que se quisieron. Más allá de que Virginia pusiera el lesbianismo del lado de Vita al llamarla sáfica y al hablar de sus inclinaciones (no le propone firmar una carta para reclamar que se levantara la censura contra el Pozo de la soledad de Radcliffe Hall debido a que tus inclinaciones son demasiado conocidas, le dice Virginia) haciendo de cuenta que a ella la homosexualidad no le atañe tanto, las ráfagas de intensidad bajo las que escribió Orlando y esta correspondencia apasionada que alimenta al mismo órgano voraz que inflama la brasa sexual e intelectual, desmienten un poco que Virginia estaba más allá de esas inclinaciones que le atribuía exclusivamente a Vita.

Esta correspondencia puede leerse bajo reflectores que proyectan distintas luces: como una novela en forma de cartas, como un testimonio de dos grandes escritoras del siglo XX, con sus preocupaciones y sus hábitos, con las menciones a sus cachorros, a sus viajes y a los regalos que se daban. También puede leerse como un inflamadisimo juego de seducción epistolar entre dos que sabían ir a fondo. Y, también, puede leerse bajo la luz de un amor intenso, por momentos cruel, por momentos incomodísimo, y por momentos, sobre todo en el cruce agridulce de los sentimientos contradictorios, un amor que hizo crecer literatura, riesgo y pensamiento. 

Un amor que, como dice Vir Cano en un prólogo riguroso y sutil, no complace ni cumple con los manuales morales de las disidencias actuales, pero tampoco cumple ni complace a los manuales de aquel tiempo. Un amor que fuga de lo que lo quiere atar, esto lo digo yo, es de los que parecen valer un poco la pena.