Los debates que se generan en torno al tema del acto criminal producen una tipología contradictoria, inconsistente, pero la estridencia sentenciosa de las apreciaciones hace olvidar esa inconsistencia. En este campo se pueden deducir diferentes prácticas de interpretación, como señala Éric Laurent (2003): una se reduce a cierta psicosociología masificante, cuya referencia es el individuo que se reenvía a un colectivo, ya sea la caracterología cuyas nomenclaturas nombran al criminal, o las que reconducen a la restitución del derecho vulnerado. Asimilando la particularidad dentro de una generalidad, proceden fijando a una identificación, lo cual libera de la verdad singular del acto. Otra práctica posible es reenviar a cada cual, no al colectivo, sino a su singularidad, a su exilio respecto de los sentidos comunes y la soledad de su relación con el acto.

El psicoanálisis es desmasificante, procede uno por uno, apuntando a la responsabilidad subjetiva, es decir, a qué posición toma el sujeto respecto de lo que dice y hace. Para sondear este contrapunto, notemos lo siguiente: toda narrativa sobre la génesis de la criminalidad encubre una diferencia fundamental, el hiato irreductible entre un acontecimiento y las conclusiones que de ahí cada sujeto extrae. En esa discontinuidad del sentido está la función «sujeto». Partamos de una concepción popularizada, las películas sobre criminales de producción hollywoodense, donde se apela a la cronología para situar el nexo causal, el eslabón perdido entre el sujeto y el acto. Su narrativa suele situar un supuesto trauma que marcó un destino funesto, como una especie de condena de la cual los sujetos no pueden salir y los conduce por un derrotero trágico. Esa idea de trauma ya plantea un error de base, donde, por ejemplo, si algunos están traumados y otros no, entonces habrá una especie de desviación respecto de una norma que no existe.

El trauma es el de ser parlantes y sexuados, la irrupción del lenguaje nos expulsa de toda programación y no hay un saber sobre cómo arreglárselas con la existencia. Al venir al mundo, cada cual se confronta con esa falla, de un modo distinto según cómo se encuentra con ello y cómo responde. Considerar que algunos están traumados y otros no, desplaza el centro del acto hacia el autor, fundando ahí un perfil diferencial. Pero todos estamos en el trauma, aunque de diferentes maneras en relación con eso. De las vicisitudes que atraviesan a una vida, ninguna marca es operante sin una decisión del ser, que puede fijarla como acontecimiento inolvidable, dedicarse a desmentirla o pasar por alto, o en cualquiera de ellas, modificar algo de su posición. Esa respuesta, esa discontinuidad en la causalidad objetiva es la elección, es lo que constituye al sujeto.

Hay cierta vertiente del discurso psicológico-jurídico que también implica desplazar la cuestión del acto al autor, desconociendo el hiato entre historia y acto. De fondo, en esos discursos, está la influencia de una pretensión pseudocientífica, la de objetivar el acto destituyéndolo de su singularidad, para estandarizar el tipo. Se trata de un deslizamiento recurrente en la etiología criminológica —desde el lejano evolucionismo hasta los nuevos conocimientos médicos—, que reconstruye la estigmatización del criminal nato y deriva en conclusiones apresuradas, racistas, que procede de forma mecánica.

Lacan decía que la historia va del porvenir al pasado, es decir, que no hay una psicogénesis, sino que, más bien, la historia es el pasado historizado en el presente, es algo que no está concluido y según cómo se interprete sucesivamente, puede inmovilizar en una marca o abrir a nuevas posibilidades. En esa variante del acto está la función del sujeto, donde no hay causa-efecto, más bien, lo que eso encubre es la causa que sostiene el sujeto.

*Psicoanalista. Fragmento de su interesante texto El acto criminal, publicado en el n° 16 de la revista Analítica del Litoral-Una revista sin fronteras; que dirige Jorge Yunis. www.analiticadellitoral.ar