Tuve un maestro que escribía poesía y siempre nos dejaba sintiendo y pensando. Él me enseñó que una película tenía que iniciar fuerte, sembrando el nacimiento de un árbol que iba a ser el relato. Con él también aprendí que el arte en contextos de encierro libera a las personas. Y que no es cuestión de tener talento, sino de la posibilidad que tenemos de abrir ese encuentro con otros. Escribió: “¿Qué hiciste con el amor mientras el otro sufría?” (Vicente Zito Lema).

Resuena su voz en mi memoria, insiste su pregunta. Qué estamos haciendo con el amor frente a tanta destrucción, a tanto daño que nos circula y que va ahogando poco a poco a nuestros seres queridxs, a las personas que conocimos en cada película de la que participamos. ¿Qué estamos haciendo con el dolor que están sufriendo aquellas personas que fueron parte de las historias?

Una vez, desde el programa del INCAA Cine en Cárceles participé de un conversatorio virtual con jóvenes privados de su libertad. Con un filo que admiré, uno de los chicos tomó la palabra y enojado se puso a enumerar todas las cosas que estaban necesitando. No supe bien cómo intervenir. Recuerdo la sensación de impotencia y callarme para dejar que la demanda avance. Cuando cerré la computadora me quedé pensando qué podía hacer ahí una película, aunque en definitiva ellos estaban pudiendo hablar más allá del muro.

Otra vez, me tocó ir a un penal de mujeres en el marco del Festival de Cine de Tandil. Montaron la pantalla gracias al Cine Móvil del Instituto y comenzó la función. Las chicas compartían el mate y charlaban, cada tanto alguna bardeaba o se reía. Cuando terminó la proyección hicimos una ronda y la palabra empezó a brotar: los abortos que sufrieron, lxs hijxs que extrañaban, la violencia, la sangre. Lloramos mucho esa vez. Recuerdo a dos chicas que se abrazaban y besaban: una de ellas contó que se amaban y se iban a casar. Antes de despedirnos nos pidieron más películas, pero que ellas querían elegir qué ver. Quedé impactada, las rejas se cerraban detrás de mí, cada vez más lejos de ellas.

Nuestra ley de cine dicta que se debe fomentar una Cinematografía Nacional en su valor cultural, artístico, técnico e industrial. No estamos hablando solo de la producción de películas, sino de todo aquello que el cine y el audiovisual puede hacer circular en la sociedad. La Cinematografía son las películas que mi abuela veía cuando era chica y que estamos perdiendo, a pesar del compromiso de trabajadorxs del INCAA que intentan preservar cada lata de fílmico recuperada, porque nos falta una Cinemateca Nacional. La Cinematografía es cada debate en cada escuela de cine, son los estudiantes y todas las generaciones. La Cinematografía Nacional se arma todos los días con cada entrada que se vende o cada play que se aprieta en las pantallas, porque las películas terminan de ser cuando alguien las ve en su casa, en una escuela, en salas de cine de todo el mundo, en comunidades indígenas, en las cárceles.

Quien hoy está a cargo del INCAA desprecia la Cinematografía Nacional y está llevándola a su ruina. Aliado a un Gobierno que censura la pluralidad de relatos y que con su agresividad y odio nos empuja a los lugares más oscuros que alguna vez ha llegado la historia de nuestro país, me pregunto qué hacemos con nuestro dolor frente a su incompetencia para fomentar una cultura del amor.

* Cineasta, directora de Pibe chorro (2016), Niña mamá (2019) y La larga noche de Francisco Sanctis (2017), codirigida con Francisco Márquez, que compitió en Cannes. Integra la agrupación Colectivo de Cineastas.