Cuando escribí la letra de 2001 estaba fumigando departamentos (era mi trabajo en esa época) y lo escribí sin beat. estaba tan triste q decidí escribir un poema y lo saqué sin necesidad de una base y después armamos la instrumental con kuribo

Eso tuiteó Ill Quentin en 2022, en referencia a la letra de una de las canciones de su primer disco, Muerte en el agua. Enseguida viene a la cabeza la pregunta que ronda como leit motiv del trabajo: "¿en dónde encontrás poesía si no es en la muerte?", y lo simbólico se vuelve imagen en el tedio de un oficio gótico que exige borcegos. Hoy Rodrigo ya no necesita exterminar cucarachas, aunque sus pasos lo mantienen alerta a las alimañas.

Ill Quentin tuvo su cabellera roja durante un lapso breve, pero así como el tinte capilar, todas las decisiones que deja al descubierto de su público son premeditadas. Como el tiempo que le llevó desprenderse de q*, el disco que publicó a fin de año y que presentará este miércoles 29/5 en Niceto Club. Ese rojo que tuvo Cobain, pero también portaron Rosalía o Lali -a quien le dedicó un tema-, sigue de guía en la línea biográfica, inquietante como el rastro de la sangre en la nieve.

Una continuidad con el bordeaux en penumbras y el hilo chorreando de su sien en la tapa del monumental Muerte en el agua (2019), acaso el debut más sólido de trap nacional (compartiendo podio con Antezana 247 y Modo Diamante). Después vino El círculo (2022), EP de transición, y por último q*, con un rojo tan intenso como si se hubiese quemado la imagen, como si todo estuviese a punto de arder. Quentin dilata sus pupilas para concentrarse y la midriasis queda en el olvido enseguida; varias de sus dudas se extinguieron en cenizas, y la claridad de la luz -por más pequeña que sea- le permite caminar con firmeza.

A fines de los '50, Yves Klein experimentó con diferentes materiales que lo llevaron a una entrega cromática de un compromiso total, al punto de que su intervención con el uso de pigmentos hizo que un tono lleve su nombre: el azul klein. Cuerpos de mujeres y otras siluetas sin curvas recibieron tinta de ese color, una combinación preparada para transmitir lo infinito conservando la intensidad. Klein era francés, pero en pleno centro porteño puede verse de cerca -y gratis- una de sus obras: la Venus Blue, escultura diseñada en resina que forma parte del acervo de la Fundación Klemm. Especialistas aseguran que quien se para frente a algunos cuadros suyos y los mira por un largo tiempo puede experimentar cierto éxtasis, que hasta puede devenir inspiración.

El azul en inglés se asocia con lo melancólico, podría entenderse como un paso previo al apagón. En la otra punta de la metáfora, lo afable: ese azul es el mismo de los encargos que fabrican las camisetas de Boca, el club del cual Quentin es hincha. Y si el fútbol es pasión, entonces rojo y azul son compatibles por intensidad. Quentin es bostero, pero por su tendencia a las penumbras y el riesgo, más que un Klein sería un Rothko. A través de los colores y de cómo se posa la luz en ellos, es posible contar esta historia. El proceso de q* llevó tiempo. ¿cómo se contempla la oscuridad? ¿de qué manera se interactúa entre las sombras?

En 2024 el pelo de colores ya no se ve en las cabezas de quienes marcaron la cancha en la música argentina contemporánea. La tintura entró en receso al igual que varios de sus artificios estéticos o discursivos. Gastados los trucos, fue hora de reagruparse. Algunos radicalizaron su estilo, otros mantuvieron el modo fácil y hay quienes, como Quentin, tuvieron que sentarse a mirar el fuego. Y no por falta de opciones: necesitó de esa quietud. Fueron cinco años de madurez transitados al calor de la notoriedad. Crecer en público y sufrir en secreto quizás sea una de las tramas de esta generación. "La destrucción tiene su precio, y no es barato", dijo la diseñadora japonesa Rei Kawakubo.

Una parte de esa canalización por lo vivido, siendo hijo de una de las crisis más bestiales de la historia reciente, quizás tenga como herencia el hacer de lo trágico algo habitual. Ver la muerte de cerca, citarla en canciones sin solemnidad, equiparar la cotización de la moneda extranjera con la inestabilidad de la salud mental, no por ostentación sino por sus niveles de importancia ("Sube la ansiedad como los dólares", canta) o narrar el propio fin sabiéndose parte de un mundo expirado, de promesas fantásticas sin efecto. Los espejos sin brillo son solo una pared.

Foto: Cecilia Salas

El color de la intensidad también marca su cara, un avant garde que ha perdido legibilidad pero no sentido. Cuando Quentin entró al juego con amigos, hoy nombrados en conjunto como RIPGANG (un colectivo artístico integrado por personajes como Broke Carrey, Dillom, Saramalacara o Muerejoven), se los ubicó en un peldaño temporal alejado del mododiabloverse. Eran parte de la llamada "nueva ola", que hidrataba por irreverente y apertura audiovisual. Un lustro de distancia mediante obliga a pensar qué es lo novedoso ahora y quién -consciente o no de eso- ha tomado ese rol.

Ya sea por la amputación cognitiva que exigen ciertas firmas de contratos o por la sencilla ignorancia de lo que sucede en el tejido de lo real, son muchos los artistas que evaden preguntas sobre la actualidad del país. No es el caso de Quentin, que expresa su rechazo hacia la represión policial, sube historias desde la marcha del 24 de Marzo y liga censura en Instagram por desearle un destino poco feliz a un diputado.

"Hacía lo mismo cuando no era conocido. No sé si veo responsabilidad porque no soy mainstream, no me considero formador de opinión. Pero a veces pasan cosas y me siento en falta si no salgo a decir lo que tengo ganas de decir. En días particulares estoy pensando todo el día en eso, y si no lo hago me estoy fallando. No digo que sea mejor que nadie por estar politizado, lo que me jode es que a veces tengo gente quejándose. Si te sorprende lo que digo, evidentemente no me escuchás, porque si estás atento te podés dar cuenta de lo que pienso. Desde que tengo uso de razón puteo a la policía. Si te molesta que diga eso, no soy un artista para vos."

  • Tu debut es sustancial a su época: es la emergencia quien marca el ritmo, con beats corrosivos hacen de escudo frente a días inciertos y una Argentina sin plan B. ¿Cuánto hay de deliberado en tu marca nacional?
  • No creo usarlo como una estrategia, hablo de lo que me sale y de lo que me formó. En estos años un montón de amigos y conocidos se fueron a vivir afuera, y muchas veces pienso que quizás sea lo más fácil. Nos estamos cagando de hambre, nos cagan a palos una banda, pero al mismo tiempo siento que todo lo que está fuera de esta frontera que tenemos es medio gris. Veo que en otros lugares están viviendo bien, más cómodos económicamente, pero esa relación con el individuo extranjero la siento blanda. En Argentina tenemos algo maravilloso, y hay un montón de gente que no sólo no lo está cuidando sino que está en contra. Desde diciembre vengo juntando angustia. No dejo que me pegue como para bajarme, pero pensé que estábamos todos en la misma página, y no. Pensé que todos estaban prestando atención igual que yo en el colegio.

  • Fuiste uno de los precursores en grabar un LP dentro de los nuevos sonidos de entonces, de hecho debutaste exactamente un mes antes que YSY A. Pero también fuiste quien tomó una pausa más larga para extender su obra: una pausa de cinco años, que en esta industria puede ser determinante.
  • Muerte en el agua lo hice en piloto automático. Sabía lo que quería hacer, sabía de qué quería hablar, el sonido, el color del álbum, la portada, tenía todo eso clarísimo. Cuando me metía en el estudio apuntaba ahí, y también estaba con dos productores -Leston y Kuribo- que sin mucho diálogo nos entendíamos. Bastante después me di cuenta de lo que había logrado y con la facilidad con la que lo había hecho. También era una época en la que no solo yo, sino también el resto de los pibes, nos manejamos con mucho ego, por todo lo que estaba pasando alrededor, con mucha gente queriendo pegarnos. Estábamos nadando contra la corriente. Era pensar: "Soy el mejor" o nada, y ésa era la manera de moverse en todo sentido, no solo musical. Después me jugó en contra para q*. Terminé mi primer disco pensando en el próximo, creyendo que sería fácil. Estuve tres años haciendo un álbum que no me llenaba; estaba haciendo otro álbum de trap, pero no me cerraba. Tuve la suerte de empezar a trabajar con productores que saben de los procesos de composición y me pusieron las paredes para que me vaya chocando, pero con un destino.

  • Hablás de Lamadrid
  • Sí, la primera vez que me junté con él fui a plantearle si quería producir mi álbum. Y me dijo que no iba a hacer temas de trap. Hace poco me di cuenta de que había reprimido algo de ese momento. Con el tiempo me acordé y entendí por qué salió como salió: tuve a una persona que me sacó de ahí para lograr algo completamente nuevo.

  • En retrospectiva, el trap acá terminó siendo una etiqueta que la prensa usa para describir a artistas que ni se asoman por el género. ¿Qué quedó de aquel momento?
  • Al consumidor de trap argentino le dolió mucho que la cultura local no se pudiese convertir en lo que era la estadounidense, que era a lo que apuntaba. Pocos artistas se la jugaron con el trap y con lo nacional. Creo que con Muerte en el agua lo hice. Me cagué de hambre y estoy en esto, es lo que yo hablo con ese sonido, eso es el trap. Se masificó tanto que era mucho más fácil caer en el cliché del Lambo y la droga. Al día de hoy, lo más trap que hay en el país es el Doly Flackko. Hay otros artistas que me gustan mucho que respetan el sonido y sus parámetros, pero el Doly mantiene la esencia.

Quentin también nombra a Stiffy y a Agusfortnite2008 (le dice Agustín Fortnite, como si nombrándolo completo lo envejeciera, o quizás porque a la distancia puede observar en plan paternalista). "Siento que representan cómo éramos nosotros de chicos: reírse de todo y que no les entre una bala. Eso es parte de la actitud del trap. Lo que conceptualmente se conoce como trap me parece que no hay acá, se desarmó antes de que agarre forma."

A quienes no haya llegado a llamarles la atención Quentin por lo que rapeaba en 2019, es probable que lo haya hecho su imagen. Adicto al diseño de todo tipo, siempre se vistió con estilo y una única pátina posible: la negra. "Me gusta ver pasarela, editoriales. Cuando algo me cautiva, la tangente que une todo es el diseño. Si algo me gusta como está diseñado entro. Así también me interesa el diseño industrial: veo una silla que está re piola y me vuelvo loco, aunque no sepa cómo está hecha o quién la fabricó. Admiro a la gente que le tiene atención al detalle. Me gusta consumir por consumir. Hay gente que ve una película y si el final es malo toda la película le parece mala. No me pasa eso: entiendo lo que quiso hacer esta persona, valoro la experiencia."

  • Por otro lado, q* es un disco tan personal, de autor, que al escucharlo es imposible pensar en colaboraciones. ¿Cómo te llevas con la soledad?
  • Siempre sentí que saqué cosas buenas de ahí, pero ahora hace mucho tiempo que no me siento solo. Tengo mi grupo de amigos del trabajo, otro grupo al que también pertenezco, una buena relación con mi pareja y familia. Entonces me cuesta sentirme solo, quizás esas cosas estaban pero me sentía mucho más solo y no me terminaba de encontrar; hoy siento que puedo hacer buenas cosas sin estar en soledad. Igual ese fantasma siempre me ronda, a veces me pregunto qué pasaría si volviera a estar solo. Es la primera vez que me siento cómodo con mis pares.

Para grabar q* hubo que alejarse. La distancia muchas veces es la que descifra qué es lo que nos hace elegir a las personas que tenemos alrededor. Quizás eso responda al carácter luminoso que este segundo proyecto cobra en comparación, con canciones con melodías dispuestas a bailar y un Quentin mucho más amigado con armonizar su voz. A sus amigos no sólo les comparte tiempo, sino que descansa en ellos para descubrir artistas, como pasa con Broke Carrey. "A Carrito siempre le doy bola porque estamos conectados, él sabe mucho qué quiero escuchar en determinado momento. Me quedo a dormir en su casa y al día siguiente, mientras desayunamos, me muestra sus descubrimientos, que son increíbles. Hace un tiempo me mostró Helado Negro y entré a los cuatro discos que tiene de una."

Foto: Cecilia Salas

Quentin habla de lo que le pasa desde una habitación que contiene una máquina de contar billetes. Una imagen accidental que dice mucho más de lo que cuenta. En un contexto como el actual, el estereotipo del empresario de culos y verdes, lejos de ser parodia, genera más bien rechazo. Y esa caricatura de la que muchos se alimentaron, hoy más que demodé, ofende. Al comentarlo, el chiste es inevitable. Lo que lleva puesto, por otro lado, es de su colección, aún en fase sample. Quentin tuvo un corto paso por Diseño Gráfico, interrumpido por una cuestión de prioridades.

"En mitad de año de cursada, cuando nos empezó a ir bien con la música, nos fuimos de gira y la dejé. Tuve que tomar una decisión y decirle a mi vieja que iba a abandonar la carrera. En mi familia siempre se inculcó el estudio y yo rompí ese ciclo, aunque soy el hijo mayor. Hasta que apareció la música le preocupaba no verme interesado por nada. A la vez salió Superglue y dije 'Ma, es esto'."

Al concluir la nota, Quentin se sube parte del pantalón y descubre el motivo que le estaba provocando dolor en una rodilla: se tatuó la cara de Charles Manson. Un modelo de mirada tiesa posando durante sus últimas detenciones. Lo toca y la luz delata cual terror en sala interrogatoria: su piel se está agrietando. Una cicatriz de tinta busca seguir interpretando dureza en el cuerpo de Quentin, porque el artista sabe que con q* ha quedado más expuesto al mundo.


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