En tiempos pandémicos, el director Juan Pablo Gómez empezó a juntarse con los actores Patricio Aramburu y Anabella Bacigalupo “para sostener la cordura”. Los tres son amigos y ya habían compartido trabajos en teatro, entonces estaba la idea de hacer algo sobre la vejez y los padres. Al calor de esas juntadas empezó a gestarse Los bienes visibles, que según su autor y director conforma “una suerte de trilogía sobre el paso del tiempo”: Un hueco abordaba la “treintañez”, la pérdida de la infancia y el regreso al pago; Prueba y error giraba en torno a una paternidad fallida y ahora que rondan los 40 o 50 años aparecieron nuevos tópicos. “En pandemia empezó a resonar con fuerza el tema del cuidado: de los demás, de la gente que uno quiere, de uno mismo. Después nos olvidamos”, dice Gómez en diálogo con Página/12.
“Hay que juntarse y cantar que estamos vivos”: esa era la premisa frente a la necesidad de recuperar las matrices más básicas del hecho teatral. “En ese momento, el hálito, la palabra y la reunión se habían vuelto peligrosos: no se podía hablar sobre los demás y no podíamos juntarnos. Quería volver a hacer una obra y no me importaba nada. Lo único que me interesaba era juntar gente en el jardín de mi casa y poder hablar al lado de otros. Si lograba recuperar eso, estaba hecho”, recuerda. La vejez era el tema que convocaba a todxs, pero el director tenía su preocupación personal en relación a la música y la colaboradora clave para desarrollar ese trabajo fue Guadalupe Otheguy, con quien de alguna manera continuó la investigación que había iniciado junto a Guillermina Etkin en Un domingo en familia (estrenada en el Cervantes en 2019). “Tuve una banda de rock en la adolescencia como todo el mundo, me gusta mucho la música y laburé como DJ, pero de teoría musical no sé nada. Tengo mucha ignorancia pero sé lo que quiero, entonces necesito una persona que conozca ese lenguaje para poder materializarlo”, explica Gómez.
Con Patricio y Anabella comparten una amistad de varios años, a Agustina Reinaudo la dirigió en el proyecto de graduación de la UNA y a Carolina Saade la conoce desde los 8 años, cuando hacía acrobacia (Gómez se formó como acróbata participando de espectáculos de circo y teatro físico antes de cursar Artes Combinadas en la UBA y dedicarse a la dirección). Con ese elenco empezó a imaginar una obra cantada. “Cuando entró Carolina y empezó a cantar con Guadalupe (también estuvo Lucía Adúriz), ellas pusieron la vara muy alta de lo que se podía hacer musicalmente. El resto –el padre interpretado por Enrique Amido, los hermanos encarnados por Aramburu y Bacigalupo, Reinaudo en el rol de cuidadora– cumple la función de evento fónico general con ruidos, sonidos y palabra hablada. Guada estaba obsesionada en trabajar con armonías, algo complejo de resolver. Se hizo difícil encontrar hombres que cantaran y actuaran bien; mujeres había una lista, pero actores no –recuerda–. Quería un actor para que el coro no sonara tan angélico. El tema religioso ya estaba aludido pero no funcionaba si eran querubines de voces agudas, necesitábamos meter una voz grave y ahí apareció Mariano Sayavedra, con quien ya habíamos trabajado”.
El director remarca que su principal interés reside en “recuperar los temas del teatro en tanto reunión y no en tanto tema”. “Lo narrativo me aburre bastante”, confiesa. Para Gómez, el teatro es un espacio fértil para explorar cuestiones como el cuidado, los cuerpos, el paso del tiempo, la escucha, la reunión, la armonía y la disonancia como problema social. “Lo único que pienso cuando hago una obra es eso; después, claro, hay un ropaje narrativo. Está el padre, los hijos, el romance, los conflictos, pero es casi una excusa para sondear lo otro”.
Consultado sobre las lecturas que pueden hacerse sobre el tema del cuidado en un momento de tanta vulnerabilidad como este, señala: “Muchas veces las obras de arte le hablan a su contexto más por su emplazamiento que por su tema”. En ese sentido, Los bienes visibles es un claro (y agudo) ejemplo de esa operación. Por un lado, se presenta la fábula del padre como problema universal (algo que puede rastrearse en varios clásicos, de Edipo a Lear); por otro, aparece el dispositivo con todas sus significaciones. Los espectadores están ubicados en sillas y tarimas de distintas alturas: actores y músicos recorren el espacio cerca del público, suben plataformas, dicen parlamentos, entonan armonías y los sonidos emergen desde múltiples focos. Hay un trabajo exquisito en relación al desplazamiento de los cuerpos y los sonidos, como si fuera una partitura musical y también espacial".
-Los bienes visibles es una ficción sonora. ¿En qué consiste eso?
-Es una obra menos visual, se piensa menos en el sentido plástico o pictórico del teatro. Todo el tiempo algún actor te da la espalda, hay cosas que te perdés y sólo pueden reponerse a través de los ojos de los otros. Es un experimento de religamiento comunitario que a mí me interesa mucho. A partir de eso se empieza a desplegar también una poética de actuación. Con Brenda Lucía Carlini, la productora, trabajamos en un proyecto para personas con discapacidad visual. A partir del programa de accesibilidad del TNC, mucha gente ciega asistió a Un domingo en familia y continuamos eso en el independiente con visitas táctiles porque era muy apta para ellos. Esta obra también piensa en ese espectador: la información tenía que poder reponerse con la palabra o los sonidos.
En la obra de Gómez convergen la experimentación y lo popular. En relación a lo primero, considera que la danza ganó terreno en esa aventura experimental; con respecto a lo segundo, dice: “El significante popular siempre está en disputa y es capturado por distintos centros del arte, ni hablar la política. A veces se lo asocia a lo chabacano, humorístico o procaz, pero creo que consiste en trabajar con la materia de lo que nos atraviesa a todos y sentirse parte de eso. Con esta compañía hacemos un teatro popular, muy abierto, que trabaja en distintos niveles pero no es una obra de nicho, no me salen esas obras de experimentación pura. Hablar sobre la emoción está muy ligado al teatro popular y es algo que reivindico". Eso puede registrarse, por ejemplo, en un repertorio que incluye temas como “Caruso” o “Tutto va bene”. “Caruso es emotivo porque Carito lo canta hermoso, con mucha verdad. Y todos nos emocionamos alguna vez escuchando canciones malas”, confiesa.
-¿Cómo ves la escena teatral actual y cuáles son los desafíos a la hora de estrenar en este contexto?
-Hay una generación con vínculos en el circuito oficial e internacional y otra más joven (sub 20) que todavía sigue haciendo obras entre amigos, pero cada vez queda menos espacio para una generación intermedia, gente de 30 a 45 años que antes producía mucho y ahora ya no porque, como decía Bartís, tenés que armar “una patrulla en el desierto”: nos atamos una soga a la cintura para que nadie se pierda, nos ponemos unas antiparras y vamos para adelante. Pero cuando todo está perdido, no hay contexto y el Estado es indiferente, más ganas me dan de hacer la obra que se me cante.
*Los bienes visibles puede verse los lunes a las 20 en Dumont 4040 (Santos Dumont 4040) y las entradas están disponibles por Alternativa Teatral.