Albertina Carri decía que el juicio oral le importaba sobre todo por su hijo. Que lo que era un relato de familia podía empezar a cambiar y adquirir la dimensión de crimen para la sociedad. Poco después de las tres de la tarde, cuando terminó la primera audiencia del juicio por el Sheraton, el centro clandestino de la subcomisaría de Villa Insuperable donde estuvieron sus padres Roberto Eugenio Carri y Ana María Caruso, todavía pensó un poco más. “Es extraño. No tenía grandes expectativas después de 40 años –escribió en un mensaje.– Sentía que esto era más para mi hijo y el resto de la sociedad que para mí. Sin embargo, después de la lectura, volviendo en tren a casa, siento un inexorable alivio. Y pienso que esa levedad nueva se trata de que finalmente ‘mi hijo y el resto del mundo’ también implican mi cuerpo, la forma de estar en el mundo, la manera de nombrar las cosas. El mundo, las cosas, el hijo, mi cuerpo, ahora son otros. Se organizan de un otro modo, más suave por cierto, al ya no cargar con el peso de memoria, verdad y justicia a solas”.

Algo de ese cuerpo ampliado apareció en la sala donde se celebró el primer día de juicio. El espacio era el único lugar que consiguió el Tribunal Oral Federal 1 en Comdoro Py. Una sala chica ubicada en la planta baja. Ahí, fueron llegando sobrevivientes, hijos e hijas de los desaparecidos, sus compañeros, amigos, familias de las 18 víctimas en juicio de este CCD y de los dos homicidios que se juzgan. Entraron hasta donde no pudieron entrar. Albertina se quedó en la esquina de una silla. Hubo quienes improvisaron asientos en el piso. Y durante las horas y horas de lectura de la enorme letanía del horror, hubo una pareja que se turnó para escribir en un anotar y parar de repente porque necesitaban abrazarse. También entraron tres acusados. Diego Horbert vio a uno de ellos cuando llegó a los tribunales sin custodia ni grilletes. Era José Marí Mainetti, un teniente subordinado del Estado Mayor del Grupo de Artillería 1 (GA1) General Iriarte de Ciudadela, la superestructura orgánica de la que dependió la comisaría de Villa Insuperable. Mainetti entró caminando al edificio solo y vestido de anciano. Pocos podían reconocerlo, Diego sí: Mainetti fue quien le disparó un tiro en la cabeza a su madre.

– Soy el hijo de Carlos Horbert y de Graciela Maliandi –le dijo, al cruzarlo.

Aunque Diego no quería darle la mano ni nada, Mainetti le agarró las dos manos y no lo soltó. 

– Lo siento -le dijo el  militar.

Lo repitió varias veces. Siguió sujetándole las manos, hasta que Diego se soltó.

– Yo en mi vida procuré tener felicidad, y la tuve –le dijo Diego.

Diego se sentó en la última fila, al lado de su compañera y de su hijo. Adelante, esuvo Mainetti. Y en la misma hilera Roberto Obdulio Godoy, el único detenido en cárcel común, ex jefe de operaciones del Estado Mayor del GA1 y Juan Alfredo Battafarano, uno de los responsables de la subcomisaría. Por videoconferencia siguieron la audiencia los otros tres imputados: Rodolfo  Godoy, el de mayor rango, segundo comandante y jefe del estado mayor del GA1; Antonio Luis Cunha Ferré, jefe de inteligencia, y Leopoldo Luis Baume otro responsable de la subcomisaría. “Atención a lo que se va a leer”, les dijo Adrián Grünberg, presidente del TOF1. “Escuchen las imputaciones sobre todo ustedes -les advirtió  a los acusados–, allí están los hechos sobre los que se va a tratar este juicio”. 

La sala escuchó la historia de un centro clandestino sobre el que hasta ahora no hubo juicios orales, al que los perpetradores llamaron Sheraton de modo irónico. El lugar funcionó por lo menos entre diciembre de 1976 y abril de 1978 en el cruce de las calles Tapalqué y Quintana de La Matanza. Tuvo algunas particularidades. Sobre el punto, se escuchó: “las víctimas han referido que no estaban encapuchadas, ni sujetas con cadenas o esposas, lo cual daba sentido a la denominación Sheraton. Por otra parte, muchas veces el personal de custodia organizaba los encuentros de los detenidos con sus familiares e incluso llevaban a cabo un intercambio epistolar. Sin embargo, la contracara radicó en el escaso porcentaje de sobrevivientes: lo cual permite apreciar la relación entre el trato sufrido por las víctimas y su destino final”.

La subcomisaría de Villa Insuperable dependió de la Comisaría 3 de Villa Madero y de la Unidad Regional de Morón, con íntima relación con el Grupo de Artillería Mecanizada 1 de Ciudadela. El juicio lleva como acusados a tres integrantes de la estructura máxima del GA1. “Muchos detenidos” permanecieron cautivos antes o simultáneamente en el Vesubio, una característica que no sólo habla de la cantidad de víctimas llevadas de un centro a otro, sino de las razones por las que varios imputados fueron vistos en los dos centros clandestinos. 

Entre las víctimas también estuvieron Héctor Germán Oesterheld, Adela Esther Candela de Lanzillotti, Pablo Bernardo Szir, Luis Salvador Mercadal, Juan Marcelo Soler Guinard y Graciela Moreno, José Rubén Slavkin y Héctor Daniel Klosowski, hoy desaparecidos. El juicio también toma el caso de los padres de Diego Horbert.