Raly Barrionuevo atiende el teléfono desde Unquillo, su lugar en el mundo desde hace más de diez años. Se lo escucha algo cansado, pero relajado y predispuesto para la charla. El día anterior, en una de las plazas principales del pueblo, se había llevado a cabo el encuentro cultural que organiza con amigos músicos y vecinos un domingo al mes. “Ayer nos juntamos en el pueblo en Unquillo a matear y bailar, y estábamos todos respirando ese clima, ese abrazo que fue la presentación de La niña de los andamios en el marco de la Peña Trashumante”, evoca Barrionuevo y se refiere a la fiesta que armó a fines de octubre en la plaza Próspero Molina y que reunió a 6800 personas. En esa sintonía abrazadora y participativa vibra su nuevo disco, el más intimista de su cosecha, que presentará en Bueno Aires mañana, el 18, 19 y 20, a las 21, en Niceto Club (Niceto Vega 5510). “No voy mucho porque soy muy poco citadino, no me atrae la ciudad. Pero me hace feliz ir a tocar y encontrarme con amigos”, dice el santiagueño y adelanta que el disco se podrá conseguir en formato  vinilo. “Nunca saqué un vinilo, porque llegué a la etapa post, ¡No voy a poder creerlo cuando lo tenga!”, celebra como un niño.

“Siento que son canciones medicinales”, lanza el santiagueño cuando tiene que explicar la esencia del nuevo disco. La niña de los andamios es un disco que, de algún modo, sintetiza el trabajo minucioso y sostenido que el músico viene realizando desde hace dos décadas. Sin contar los discos en vivo, se trata de su noveno trabajo de estudio, editado por su sello propio Disco Trashumante y bajo la producción del músico Juan Pablo Toch. Son canciones emotivas, íntimas, que presentan un fuerte componente autobiográfico. El compositor santiagueño logró aquí sacar lo más verdadero y visceral de su guitarra y su voz, y sanar así algunas heridas del pasado. Evoca a su infancia en “Hijo de ayer”, recuerda a su madre en “La niña de los andamios” (con Lisandro Aristimuño como invitado) y perdona a su padre en la profunda “Mi esfera de cristal”. “Juan Pablo (Toch) tuvo mucho que ver: tomó todas las canciones nuevas; las desnudamos porque venían un poco cargadas con cosas que iba a probando. Entonces, cuando se sumó a la producción, lo que hicimos fue volver de cero con las canciones, solamente con la guitarra y la voz. Es un concepto que me gusta mucho, sobre todo con los cantautores que escucho, como Silvio Rodríguez o James Taylor. Y eso me resulta muy constructivo cuando se trata de canciones de autor. Quería hacer un disco sin batería, pero tratar de buscar un sonido moderno”.

En este disco, además, Barrionuevo retoma su costado más folklórico, algo que había dejado descansar un poco en Rodar, de 2012, su último disco de estudio con canciones propias. Además de chacareras, se le anima a un carnavalito (“Tu memoria y tu mañana”, con las voces de José Luis Aguirre, Ramiro González y Milena Salamanca, y el aporte del charanguista Pachi Herrera) y a una huella llamada “Huella de los labriegos”. “Son aprendizajes que he ido teniendo en el camino, de poder conocer músicas que no son tan de mi zona, pero que son parte de la música de nuestra tierra, de Latinoamérica. La música de la zona de La Pampa me gusta mucho pero nunca creí que iba a escribir una canción de ese tipo”, dice Barrionuevo. Un disco rodeado de amigos de todas las etapas, como los “clásicos” Peteco y Demi Carabajal en la chacarera “Amiga tierra querida”, los nóveles Los de Unquillo en “De la plaza” (con Elvira Ceballos en piano) y la joven cantora Micaela Vita de Duratierra en “La ocasión”. “Me parece una de las voces más bellas que dio la música argentina y te diría que latinoamericana. Es una fuera de serie”, dice de ella.

“Han pasado muchos años desde que saqué un disco con canciones nuevas. En el medio, pasaron Chango (2014), un homenaje al Chango Rodríguez; y el disco en vivo El sueño de los viajeros (2015). Pero en este tiempo, gracias a la española Amparo Sánchez comencé a viajar mucho por España, Alemania, Bélgica, Austria, Suiza, y ese andar también me hizo mirar todo desde la distancia, no solamente el contexto general, sino mi historia personal. Y eso se reflejó en las canciones”, cuenta el músico. En esas giras, nació la chacarera “Y seremos agua”, que conecta con la música irlandesa a partir de la gaita de Pamela Schweblin. “Me inspiré en una música campesina de resistencia a la opresión del Imperio Británico. La sentí muy pariente con la chacarera en cuanto a lo rítmico. Es un ritmo llamado jig y yo hice una asociación tímbrica y musical con la chacarera. Invité a grabar Pamela, que es una gran intérprete de música irlandesa que vive en Lago Puelo”.

–La niña de los andamios tiene una impronta íntima y reflexiva. ¿En qué momento lo encontraron estas canciones?

–He pasado por situaciones duras, como el caso de la pérdida de mi madre, pero también de saber leerlo desde el lado amoroso. Las canciones están hechas desde el agradecimiento. Son canciones testimoniales o autorreferenciales. “Mi esfera de cristal” está dedicada a mi padre, nunca lo había nombrado mucho, porque fue una carencia fuerte que tuve en mi vida, pero a través de las canciones encontré mucho perdón, mucha canción en lo más profundo. En general siento que son canciones medicinales, como “Abre la distancia”. Medicina de arte, de música y de letras. He tenido muchas influencias de lecturas, pero sobre todo de vivencias que transité, como “Tu memoria y tu mañana”, en la que hablo de la avaricia de algunos que enferman a la tierra. O “Huella de los labriegos”, que es un homenaje al agricultor artesanal que le hace bien a la tierra y a los que vivimos en ella. Hay mucho de perdón a mi historia personal y también hay denuncia. Cuando uno daña a la tierra, está dañando a todo su contexto.

–En el disco está muy presente el agua, de hecho hay dos canciones que la mencionan en sus títulos. ¿Qué representa para usted?

– “Y seremos agua” es como un espejo de lo que somos. El agua es sabia, como cada elemento de la naturaleza. Entonces, cada acto que realizamos, para bien o para mal, el agua termina reflejándolo, tanto cuando hay sequía como cuando hay inundación. Sentí en esa canción que el agua siempre nos dice la verdad de lo que somos, como sociedad y seres humanos. Hace unos años, en mi pueblo (Unquillo) hubo unas inundaciones feroces y por más que lo intenten negar los responsables de los desmontes, eso se debe al desmonte irracional y siempre terminan pagando los de abajo, los que están al costado del río, gente que la sufre muchísimo. Después hice un viaje por Europa y empecé a escribir esa canción, porque pude ver el agua como un espejo. El agua nos va a ir convirtiendo en agua y se va a ir manifestando de la forma que nos vea. Después, “Agua de los tiempos” (canta junto a Ernesto Guevara), es poner el agua como una simbología del paso del tiempo. Es una letra que escribí pensando en qué me gustaría manifestarme cuando ya no esté en este mundo, en qué me gustaría volver.

–Usted se ha ganado un lugar de peso en la música popular argentina y las nuevas generaciones lo toman como referente. ¿Qué grado de responsabilidad implica eso y cómo lo transita? 

–Me genera algo pesado que me idealicen. Lo que menos soy es una persona ideal, porque trabajo un montón de cosas para poder crecer. No me molesta que me tomen como una referencia porque yo he tomado muchas referencias de artistas, como León Gieco, al que considero un padre musical. Las referencias son seres humanos. Ocurre algo peligroso cuando te súper idealizan: después ven un gesto que no les gusta y te hacen bosta. No hay que idealizar a los artistas, hay que tomar de ellos cosas que pueden aportar. Me siento más bien un compañero de muchos artistas más chicos que yo que están en el proceso de construcción de una propuesta. De hecho, tengo la posibilidad de grabar con mucha gente que me invita, desde ese lugar me gusta compartir. Hay que ser conscientes de que somos seres humanos, de que hay cosas de cada uno que no nos gustan pero tratamos de crecer. El camino que sí es interesante como referencia es la autogestión. Yo he tomado, en ese sentido, el ejemplo de otros artistas, como Lisandro (Aristimuño). Tiene que ver con el rumbo que uno le quiere dar a su camino artístico. De todos modos, yo pasé por otras formas de gestión, he firmado contratos (con una discográfica); por algo pasé por todo eso, pero elegí la autogestión como un camino que no tiene vuelta atrás. Está bueno aprender de los aciertos y errores de los otros. Yo no firmaría un contrato nuevamente. Hice cosas por inexperiencias. Hay cosas que nadie te enseña, uno tiene que chocarse con esa realidad.