Kevin Spacey y Harvey Weinstein se pasean todas las mañanas con un peluche en brazos. Esa terapia, el yoga y la meditación son parte del programa de adicciones que ambos están tratando en la clínica The Meadows, lejos del ruido que los tuvo como protagonistas en las últimas semanas, desde que no paran de crecer las denuncias por abuso sexual y violencias diversas a las que sometieron a varones y mujeres. Ari Paluch dijo que sólo estaba tratando de “chocarle los cinco” a la trabajadora que lo denunció por tocarla cuando le sacaba el micrófono, y siguió excusándose en un relato inconexo en el que dijo que él duerme “cucharita” con su pareja y que “cogemos seguido”. Algo de esa escena, de esa infantilización a la que los somete la rehabilitación (¿a las drogas? ¿al sexo? ¿al patriarcado?) o sus propias explicaciones balbuceantes, parece replicarse en las respuestas que tantos varones repiten como mantra desde que el feminismo les explotó en la cara: “no sé qué les pasa a las mujeres”, “nada les viene bien”, “ustedes, las mujeres”, “si quieren igualdad, paguen la cena”, “esto es la Inquisición” y demás frases donde parecen estar perdidos respecto de cómo tratar a personas que ya no están por debajo. Algo de eso pudo verse cuando las movilizaciones de Ni Una Menos empezaron en junio de 2015: ellos querían participar, marchar al lado de las mujeres, lesbianas, trans y travestis que salieron a la calle tras el brutal femicidio de Chiara Páez. Sin embargo, y por más que nadie les dijo que no fueran, ellos no se sentían cómodos, no entendían por qué no estaban a sus anchas, básicamente como lo están el resto del año, en todos los ámbitos. Reclamaban ese espacio público que les pertenece cuando lo transitan sin miedo y se sientan con las piernas tan abiertas como pueden en trenes y colectivos. Con el peluche en la mano y el puchero en la punta de los dedos, se quejaban en las redes sociales de la exclusión, una palabrita a la que, evidentemente, la masa de varones privilegiados de las grandes ciudades, no está acostumbrada. Cuando apareció el exponente que marchaba rodeado de carteles pero tenía una ex pareja que lo había denunciado por violencia, los varones dieron un paso atrás. Mejor no decir nada, o decir, como a esta cronista le dijo un muchacho que fue criticado por colgarse el cartel de Vivas nos queremos, “bueno, que las sigan matando entonces”. Como si su presencia fuera indispensable para que otros respetaran la causa. Como si miles marchando estuviéramos, en el fondo, “solas”.

Lo cierto es que las mujeres ya estamos en la calle. Esta revolución no tiene vuelta atrás: se ve en el espacio público, en el trabajo, en las escuelas y en las relaciones de pareja. Puede verse también cuando se reconstruye el itinerario final de las víctimas: mueren por decir que no, son agredidas cuando se quieren separar, cuando quieren poner fin al círculo de la violencia sexual, verbal, psicológica, afectiva, económica. Y esa punta del iceberg que es la violencia física se reconstruye hasta llegar a la esencia misma del desencuentro: cuando un varón y una mujer se encuentran, hoy en día, corre mucha agua bajo el puente además del simple deseo de querer encontrarse. El texto que se labra allí incluye una disputa silenciosa por el poder de decidir, de avanzar, de quedarse en la retaguardia o intentar encontrarse genuinamente. Naomi Klein describe el ejercicio del poder propio del capitalismo tardío como repliegue. No es que invaden, someten, ocupan con ejércitos: la modalidad de control de los capitales actuales es abandonar la contienda y así dejar el ambiente depredado. “Algo similar está pasando con la masculinidad contemporánea” dice la psicoanalista Irene Meler, compiladora de Psicoanálisis y género (Paidós). “La forma de control del mercado sexual y matrimonial es el repliegue. Existe una tendencia que es el desmatrimonio, que los franceses llaman demarriage, y tiene que ver con el hecho de que en otras épocas los varones finalmente se comprometían aunque después no fueran fieles. En este momento directamente no se comprometen, sobre todo varones de sectores medios bien remunerados. Eso genera mucha frustración entre mujeres que sí buscan algo más estable: hay evitación de cualquier situación de apego porque efectivamente, la reacción masculina al avance femenino no es solo de violencia sino de repliegue y defensa”. Y en esa defensa no sólo está la actitud corporativa de bancarse los trapos cuando alguno se sale de la vaina, como fue el caso de los ídolos musicales Gustavo Cordera o Cristian Aldana, sino que puebla los relatos de las miles de mujeres que se relacionan con ellos, o intentan hacerlo al menos, en tiempos en que la hostilidad se planta antes que se puedan intercambiar los números de teléfono.     

PALABRAS

“Una vez un tipo me dijo que lo que nos pasa a las mujeres se tiene que englobar en un problema de derechos humanos. A lo que le dije “bueno, pero a las que nos matan es a nosotras, así que debería ser más específico, no?”, dice Laura D. “Estuve con un tipo que se definía como feminista, pasamos la noche juntos y a las 9, cuando estábamos desayunando, ya había recibido tres videos porno del grupo de fútbol. Me dijo que era porque tampoco da cortarle el mambo a los demás” cuenta Juana H. “Yo invito varones a mi casa y no necesariamente es para tener sexo pero ellos piensan que si los invitás tienen performance sexual asegurada. Yo lo que quiero es estar cómoda en mi jardín tomando un vino, pero en fin. Una vez vino uno del trabajo que me había insistido para encontrarse miles de veces. Empezamos a charlar y le dije que no quería tener hijos, que nunca había tenido pareja estable y que prefería viajar sola antes que acompañada. Su respuesta fue “bastante inestable, ¿no?” recuerda Jimena A. Sin querer dar su nombre, una actriz de teatro cuenta que fue acusada de “tenerla muy grande” cuando un varón  tardaba en acabar. Por supuesto que ninguna volvió a encontrarse con estos ejemplares, pero en otras relaciones que logran durar dos o tres meses, los testimonios no mejoran: “criticaba mi casa, mi auto, la manera en que colgaba la ropa o el hecho de que haya pedido comida en vez de cocinarla, pero jamás hizo un aporte, ni económico ni amoroso, un comentario que carezca de crítica, como si el varón que se relaciona con una mujer que ya tiene resuelta su vida doméstica viniera a descubrir América, una especie de mansplaining pero de la vida privada” completa Laura. Para Juana, “es lo mismo decir que una es o no feminista, ya me crucé varias veces con el argumento de que “ustedes están terribles” o “no se les puede decir nada” y como “venganza” a esa sensación lo que aparece es una exigencia de compartir gastos con una literalidad casi graciosa, tipo contando los centavos, o un “volvete sola a tu casa si estás tan empoderada” el día que le dije a un pseudo novio que tenía gas pimienta en la cartera. Para la psicóloga Irene Fridman, los varones quieren relaciones sin compromiso afectivo, pero no de pareja estable “sino algo más penoso, sin el compromiso del cuidado al otro que demanda cualquier tipo de encuentro. Hay un uso de un cuerpo-objeto sin persona. Porque no es que estamos entronizando la pareja estable, sino pensando cuál es la ética del encuentro, y hay como una fantasía que ese encuentro sea con una otra sin ninguna condición de sujeta: ni exigir, ni pedir, ni posicionarse en su propio deseo. Algunas mujeres también están perplejas, porque las que siguen buscando relaciones afectivas heterosexuales sienten un desencuentro de base, porque ya no pueden mantener relaciones con muchísima renuncia, como se exigía hasta hace no muchos años”. Para Fridman, otra vehiculización de la violencia pero más privada es: “si no mandan la foto, sino chatean eróticamente, si no responden lo suficientemente desnudas, les contestan con muchísima violencia, y eso es un síntoma de lo social que tenemos que atender” dice y revisa una frase hecha que sobrevuela en las defensas más triviales: “yo nunca le pegué a nadie”. “Hay muchos varones que dicen “yo nunca maltraté” porque no tienen conciencia de que ciertas cosas son maltrato. Yo lo grafico en el famoso “te llamo”. Encuentros con mujeres donde dicen que la pasaron bárbaro, y no solo no llaman más sino que después cortan el teléfono. Eso para ellos no es maltrato. O una cuestión muy común: el chiste invasivo sobre el cuerpo de las mujeres permanentemente, y sobre el cuerpo en un atravesamiento de la intimidad que incomoda a quien la recibe. O los enojos que aparecen cuando las mujeres no cumplen con ciertos modelos de femeneidad: el descuido de lo doméstico, el no ceder posiciones para que el varón esté bien, el no dejarse ceder el asiento. Cuando se encuentran con mujeres que discuten mano a mano de política, de economía, de deportes, en el grupo de los varones esa mujer puede ser denigrada. Son microviolencias que están naturalizadas”.

REDES QUE ENREDAN

La actriz Zuleika Esnal leyó en las noticias la violación colectiva que sufrió una chica brasilera que, mientras la violaban, llegó a escuchar que fueron 30 los hombres que abusaron de ella. Escribió un texto en su Facebook y tuvo 34 mil compartidos. A los dos días tenía 50 mensajes de toda Latinoamérica de personas contándole sus historias de abusos y violencia, y ella empezó a transformarlas en relatos que visibilicen esas violencias. Tiempo después, escribió sobre otra violación colectiva pero en Tandil, provincia de Buenos Aires. “Los de Tandil se pusieron como locos, me escribieron para decirme que me iban a violar a mí también, que sabían donde vivía, que por qué no me daba una vueltita por ahí, que me encanta el morbo. Me escribían también para decirme cosas como que “uno de los acusados es un pibe buenísimo y no tiene un peso” o que la quinta donde pasó la violación era súper humilde, y al mismo tiempo decían que eso no había sucedido, así que era más bien raro todo. Cuando escribí sobre mi experiencia con el aborto me dijeron cosas como “ojalá te hubieras muerto desangrada” a “si te llego a ver por la calle te atropello con el auto”. Así que estoy acostumbrada a que me escriban estupideces pero ¿sabés qué? No me importa. Que me digan loca de mierda no me interesa, que digan delante de mí “uy, ahora no se les puede decir nada” me tiene sin cuidado. Y la verdad que no, no se nos puede decir nada” dice Esnal que llevó a escena todas esas historias en una obra que está en cartel actualmente llamada Piel de Cordero. Para Fridman, el refinamiento de los modos de la violencia tiene que ver con el avance del feminismo. Es un cerrar filas de los varones hegemónicos que no quieren perder poder. “Es un momento muy crítico, la fragilización de los vínculos nos ha dejado solas muchas veces, hay estrategias de volver a las mujeres al lugar mas conservador. En Brasil la presencia de Judith Buttler generó 400 mil firmas en contra y eso me genera una alerta: qué está pasando con las fuerzas conservadoras que cada vez ocupan más espacio. Cada revolución tiene su contrarrevolución y en esa ensalada están metidos los vínculos”. Fridman reconoce que los varones cis, incluso que trabajan cuestiones de género, tienen “cierta aceptación cosmética de las cuestiones del feminismo”, pero ensayan ciertas respuestas de un machismo inmutable, como el colega que le discutió a muerte en un debate público que las mujeres ya alcanzaron un lugar de paridad, para qué seguir insistiendo. 

De unos años a esta parte, la publicidad y los medios de comunicación en general, dieron cuenta de los cambios sociales que pusieron al feminismo en la agenda pública. Ciertos contenidos se dejaron de lado, como el famoso corte de pollera de Tinelli, y si bien su show insiste en la tanga y el cuerpo esculpido y aceitado de las mujeres, algo fue cambiando de color: una alerta permanente, una insistencia constante en no alimentar el sexismo de una sociedad que, hasta hace pocos años, soportaba un sketch pedófilo entre un libidinoso Guillermo Francella y una mujer haciendo de niña, Julieta Prandi. Las publicidades también cambiaron de tono, bajando la apuesta de las mujeres en la casa limpiando y los varones disfrutando de la playa mientras eligen a dedo a la más linda. Para Fernando Sosa, publicista y Gerente General de La Comunidad, el panorama de las mujeres en la publicidad cambió. “El poder de las mujeres no solo se ve en las publicidades sino en las empresas que hacen publicidad. En Cannes se está hablando del empoderamiento femenino y las marcas les están dando mucho lugar, marcas que antes las ponían en un lugar ridículo, como Axe o marcas de cerveza. Hoy, en los festivales está totalmente mal visto y eso se refleja en la producción, porque Argentina siempre tuvo un lugar muy destacado en los festivales. Ya estamos más papistas que el Papa pero bueno, hoy es completamente incorrecto cosificar o hacer chistes machistas. Y esto va de la mano del cambio en la publicidad: vos antes mandabas un comercial y listo, ahora mandás un comercial y ahí recién arranca la campaña que se convierte en una conversación con la gente en redes sociales que dice lo que piensa y siente. El cambio es evidente: el Bambino Veira es un violador y terminó de ídolo de la tele (de hecho protagonizó más de una publicidad, como la de Fibertel) y Cordera hizo una serie de comentarios muy machistas pero la pagó mucho más cara. La publicidad se creó en un mundo donde la mina no tenía poder (lo que se puede ver muy bien en Mad Men) y ahora estamos readaptándonos todos a que a las minas no se las “pijea”, que las marcas hacen cosas para conectar con las mujeres y darles poder ya que, de lo contrario, la gente es muy dura con las marcas”. 

Sosa habla del terror de las marcas a las redes sociales, y es que allí se libra el verdadero campo de batalla cuando los escraches se viralizan antes que los protagonistas sepan que son señalados. Y también es llamativo el silencio de tantos varones cuando las denuncias tocan a ídolos más o menos conocidos, como fue el caso de José Miguel del Pópolo, de “La ola que quería ser chau”. Recién este año hubo un reflejo más astuto de los llamados referentes del rock de la radio y la gráfica argentina, pero viendo que esos mismos espacios son ocupados casi íntegramente por varones y que en muchos casos justificaron abusadores, como el caso de Mario Pergolini defendiendo a Ciro Pertusi después de decir que le gustaban nenas de 7 años, no llama la atención la barricada de mutismo. Muchas nos sorprendimos la semana pasada cuando el periodista Pablo Perantuono, editor de La Agenda, publicó un texto donde visibilizaba los maltratos a mujeres en redacciones. “Clarín, o al menos la sección que integré, aunque me consta que no era la única, es una industria de temor: entrás con ilusión y, si no te presurizás para combatir la baja energía, te vas con el corazón seco dentro de una cajita de fósforos. Allí viví momentos de humillación dignos del medioevo. Nunca vi a tantas chicas salir del baño llorando porque sus jefes las maltrataban o las ninguneaban” escribió y mucha gente le escribió a su vez para decirle que por fin alguien le ponía palabras a ese tipo de abuso. ¿Por qué tanta complicidad, si el cambio cultural llegó para quedarse? Para él, los hombres no suelen observar esos maltratos porque tienen que deconstruirse para ver ese tipo de hechos como violentos. “Las redacciones, y sobre todo el periodismo, es un trabajo que es muy masculino, no solo está llevado adelante por hombres, sino que tiene un carácter masculino, donde la agresividad es un valor y eso construye un poder donde obviamente los varones se sienten mas cómodos y sienten que las leyes son las que crean ellos. Di el ejemplo de Clarín pero podría aplicarse a cualquier otra empresa donde las mujeres son cotidianamente relegadas y donde incluso todo rasgo de sensibilidad es tildado de irrelevante”. 

¿Por qué los varones no escriben ni quieren hablar sobre esto?

Me resulta muy extraño que no lo hagan. Hay un lugar en el que el hombre confía solo en el hombre. Es muy inconciente y me parece que es cultural, que viene desde hace miles de años, y que también hay algo de corporativismo de género: pensar que un hombre porque tiene las mismas pulsiones o los mismos gustos que vos, va a ser mas afín a vos y por ende más elegible, por ejemplo, para un puesto de poder. Cuando escribo sobre rock me doy cuenta que es sumamente machista, y tiene que ver con esa camaradería que ya es obsoleta pero que no está muerta. Yo estoy pensando qué mirada puedo aportar a este tema, y pienso que lo que les pasa a los tipos es miedo a lo distinto, miedo a otra sensibilidad, y miedo a perder poder. 

Siguiendo la flecha virtual, Marina Mariasch, escritora e integrante del colectivo Ni Una Menos, narra una situación con un amigo que retuiteó la defensa de un abusador. “El tipo escribió una carta de aceptación y perdón, y mi amigo la compartió. Le dije que no hacía falta darle el mérito del arrepentido, menos él, que no es alguien especialmente feminista. Mi amigo se sacó: me dijo que a los varones no les quedaba nada si no tenían la posibilidad de aprender, entender y disculparse, que la carta estaba bien y que él, a pesar de que no era su amigo, lo bancaba. Por supuesto, nosotras pensamos que si no querés que te escrachen por violín, no abuses de nadie, pero también tenemos una postura antipunitivista frente a la cuestión de género. Eso implica que el que abusó - o cometió violencia contra una mujer en cualquiera de sus formas- debe ser juzgado y castigado pero que la principal política de estado debe ser preventiva, desde la Educación Sexual Integral, apuntando a un cambio cultural. Los varones pueden y deben involucrarse en la temática feminista, quizás antes de celebrar el pedido de perdón, genuino o no, de un abusador o supuesto abusador, no festejando sus chistes misóginos, sus macanas. “Se mandó una cagada”, van a decir después sobre uno de esos hechos. Es mucho más grave que eso. Y estaría bueno que se comprometieran más, no sólo desde la buena conciencia del que acompaña y se alegra por tener una novia feminista, re cool, sino cortando el mambo de la complicidad machista”. 

PERDER EL NORTE

Este suplemento indagó sobre las nuevas masculinidades en 2013 y allí se citaban grupos de encuentro y debate de varones que intentaban deconstruir sus identidades dominantes. Hugo Huberman, coordinador de la Camapana Lazo Blanco de hombres comprometidos contra la violencia hacia mujeres y niñas, contaba sobre la experiencia y auguraba cambios a corto plazo. Cuatro años después, admite que se produjeron cambios pero no los suficientes. “El macho está siendo preso de su destino cultural. Si el hombre se vuelve feminista se libera y libera a otros y a otras. Necesitamos más procesos, más campañas, más prevención y no se hace, el Estado no atiende esta cuestión y posterga la ESI. El varón está asustado, siente que la justicia es menor con él que con la mujer, cuando es exactamente al revés. Se sienten desafiados, se sienten complicados porque no saben qué hacer, nada les gusta en relación a las mujeres, no entienden cómo las mujeres obtuvieron derechos y ellos no se dieron cuenta. La falta de comunicación y la gran soledad en que están los hombres es un problema enorme, porque ellos no cuentan lo que les pasa. El que está solo es desesperado, y aparte no le va a avisar a nadie que va a actuar” dice Huberman, quien asegura que la tarea de Varones Antipatriarcales es muy valiosa pero limitada y que muchos de los grupos que hace unos años encontraban a varones a hablar de estas cuestiones se fueron diluyendo con el tiempo. “Los varones en general son pocos perseverantes, quieren los cambios ya. Hoy los veo con terror al compromiso en una actitud hostil que la mujer acusa”. Para Zuleika, el tema también es el miedo. “A que la novia lo deje, o no lo quiera más, y por eso no quiere que trabaje, o no quiere que salga. Y después hacen las cagadas que hacen. Personalmente, si al momento de relacionarme el otro no me comprende, es un problema del otro. Hay que laburar para que esto siga avanzando. Y que nuestras nietas vean los cambios, porque nosotras no las vamos a ver”. La escritora Mariana Komiseroff coincide en la hipótesis del miedo: “he discutido muy fuerte con amigos por aquello de las denuncias falsas. Y jamás les pasó, entonces ¿por qué es más importante eso que el abuso propiamente? A mi sí me abusaron en diferentes circunstancias de diferentes formas, entonces hablemos cuando una mujer te acuse injustamente, pero ahora hablemos de las que son reales. El fantasma de la denuncia infundada es mitológico, me parece que tiene que ver con la vagina dentada y la bruja hembra, mitos que prevalecen. Convivo con un varón heterosexual que es mi hijo. El ahora empezó a trabajar. Nosotres teníamos toda una estructura donde compartíamos el trabajo doméstico pero me doy cuenta que es endeble y frágil porque ahora todo el trabajo recae sobre mí. También pasaba con mi ex pareja, ante cualquier cambio del varón, ellos están mejores justificados que nosotras en lo doméstico. Tengo amigues que son padres solteros pero están vistos ante la sociedad como casi héroes y la situación de la maternidad en soledad está totalmente naturalizada. Yo vengo de una familia bastante machista y noto en mi círculo mas cercano que ya no hay discusión sino silencio. Situaciones que en mi familia han sido naturalizadas, como los insultos a las mujeres, noto que suceden menos. No sé si están cambiando pero se están cuidando”.