Entendés al futbol como una escuela de vida?

-Por supuesto, porque lo importante del fútbol es que le sirva a cada uno que lo transita para formarse como persona y ciudadano. La estadística es letal: por cada mil chicos que empiezan en un club menos de dos llegan al profesionalismo. Los que lo conseguimos somos unos afortunados.

-¿No pensaste en dedicarte a formar futbolistas en divisiones inferiores?

-Sí, es un lugar donde hay mucho por hacer. El este-reotipo ideal para el sistema que gobierna al fútbol es el del jugador primitivo y superfluo, porque es más sencillo de ser manejado. El futbolista inteligente, el que pregunta demasiado, es visto como una amenaza: porque cuanto más formado está, más herramientas tiene para discernir qué está bien y qué está mal, qué le gusta y qué no le gusta. Y eso, para el que dirige, puede ser un problema. El fútbol no es sólo ganar o perder. Hay un mensaje bastante perverso en el fútbol infantil, donde se exagera la competitividad. Los chicos de por sí son competitivos. Todos vemos lo que pasa en futbol infantil, yo tengo hijos que juegan. Hay que preguntarse cómo se va a entusiasmar con el juego un chico, si vive pensando que tiene que ganar.

-En muchos casos la presión viene desde la casa.

-Sí, la historia de “mi hijo el campeón”, con toda la familia montada sobre los hombros del pibe pensando “ojalá nos salve”. Entonces, el niño termina siendo tratado como un adulto prematuro y se le acabó el juego. Siempre me pregunto cuál es la edad correcta para el desarraigo de esos chicos que dejan sus casas y se vienen a las pensiones para cumplir el sueño de ser profesionales. Yo empecé en Estudiantes de La Plata a los 13 años y no soporte más de un año. Fue un error. Extrañaba. Me volví a casa y regresé tres años después, a los 16. Ahí, ya tenía más claro que me interesaba el desafío de intentarlo y lo viví distinto. El daño del desarraigo es difícil de cuantificar.

-¿Cómo fue tu inicio?

-Jugaba todo el día en las calles de General Belgrano. En el Mundial del 78 tenía 8 años y soñaba que era Kempes. Todavía guardo una redacción de la escuela titulada “Mi ídolo Mario Kempes”. Un sueño que tienen todos los pibes. Hoy quieren ser Messi, antes Marado-na y, en mi época, Kempes. En mi casa nadie pensó en mí como futbolista. Tuve más problemas con mi vieja porque dejé la facultad de veterinaria que por venirme a vivir a La Plata. Lo único que me dijo mi viejo fue: “Si el fútbol es lo que vas a hacer, lo tenés que hacer a full”. Hoy, siento que me quedó algo truncado con la universidad.

-¿Esa sensación te surgió al dejar el profesionalismo?

-Me costó mucho el retiro, realmente me dolió. Tuve que bancarme el duelo, como le pasa a cualquiera que pierde algo que le importa. Me entristecí. Iba poco a la cancha, sentía que era meter el dedo en la llaga. De un día para el otro, a los 37 años, deje todo: el partido, los compañeros, el vestuario. Empecé a hacer el curso de entrenador y ahí me convocaron de ESPN para trabajar.

-¿Extrañás trabajar en televisión?

-No, aunque lo disfruté cuando estaba; en algunos lugares más que en otros, de acuerdo a cómo te sentís identificado con el producto que sale y con el mensaje que querés dar desde el deporte. La exposición, en sí misma, no me genera nada; sí extraño poder dejar un mensaje. En Argentina, algunos medios de comunicación no tienen un mensaje constructivo hacia el fútbol.Utilizan el deporte para despertar en la gente emociones viscerales: el elogio desmedido o la crítica despiadada.

-¿En qué programa te sentiste más identificado?

-En “Futbol Compacto”, con Rodolfo De Paoli en Deportv. Había mucho desarrollo de equipos, de posiciones, con un mensaje educativo. Nos hacía pensar. Una de las enseñanzas que me dejó ver tantos partidos y tan variados es que el buen fútbol es atemporal. Puede ser bueno o malo, pero no es moderno o antiguo.

-Curioso punto de vista.

-Mirá, acabo de terminar de leer “Fútbol a todo tiem-po”, de Carlos Peucelle. Es un libro en el que describe a la “Máquina de River” y desarrolla temas como “las individualidades y el acoplamiento”, “el entrenamiento invisible”, “desmarques simultáneos: unos entran y otros salen”. Es absolutamente actual.

-¿Qué encontraste en ese paso por los medios?

-Cuando empezás a trabajar en la tele, si te interesa, te ponés curioso. La cámara te ayuda a mejorar la forma de expresarte y a entender cuestiones de comunicación, como el uso de conceptos claros y cortos. Particularmente, siempre he mantenido un estilo. En la actualidad, la gran mayoría de los programas giran en torno al chimento y el chisporroteo. Eso a mí no me gusta. Yo entiendo al fútbol como un deporte y como un juego. No hay que olvidarse que el deporte forma parte de los tres pilares educativos que tiene una persona, junto con la familia y la escuela.

-¿Qué balance hacés sobre tu corto paso como entrenador por Atlanta?

-Llegamos con Caldera y Adrián González, a dos semanas del comienzo del torneo y estuvimos apenas cinco partidos. Quizás la desesperación por estar nos jugó en contra. Los resultados no se dieron y en veinte días nos tuvimos que ir. Me quedé recaliente. Es difícil hacer un balance en tan poco tiempo. Ahora me está costando volver a dirigir porque como seguí con la comunicación, eso debilita la posición del entrenador y la gente interpreta que estás para una cosa y no para la otra.

-¿Creés que el futbolista de hoy es distinto al de antes por la exposición?

-Sí. Los jugadores se tienen que tapar la boca adentro de la cancha para hacer un comentario. Hoy el fútbol es un reality show del cual el futbolista debe cuidarse. Tal vez nosotros nos mandamos más cagadas que los chicos de ahora pero nadie se enteraba. Ahora, todo está más vigilado. En las redes sociales hay maldad, por eso el futbolista se pone a la defensiva. Pese a que hay un público ávido de cuestiones futbolísticas, se prioriza el chimento porque es difícil hablar y opinar de futbol interpretando un partido y con conocimiento. La frase “el quilombo vende” es mentirosa.

-Sos bastante crítico de la situación.

-Pareciera que en el fútbol no hay virtud, es una lógica instalada. Escuchas “estaba desconcentrado”. ¿Cómo estaba desconcentrado? ¿Estaba mirando a la tribuna? Me molestan ciertas afirmaciones mientras hay otras palabras que no se usan. Se confunde trampa con engaño. El engaño es una herramienta del juego, la trampa no.

-¿Creés que el fútbol argentino va hacia una supremacía de los equipos grandes?

-Para mí, el verdadero problema del fútbol argentino es que se transformó en una estación de tren: suben 15 y bajan 15 todos los años. Todo cambia todo el tiempo. Son aquellos que pudieron mantener las estructuras, los que sacaron ventaja: Boca, River y Lanús. No siempre tiene que ver con el poderío económico, porque podés tener plata y gastarla mal. Hay que tener un proyecto y defender un estilo. El fútbol tiene tres preguntas claves: ¿Quién? ¿Con quién? y ¿Para qué? Quién juega, con quién al lado y qué función tienen que cumplir. Igual, en la Argentina a veces pasan cosas irracionales. Tenemos a Messi que hace de a 600 goles y resulta que clasificamos a Rusia porque fue este hombre que tiene poderes y recorrió el vestuario. El descreimiento hacia el futbolista es terrible. Si el resultado no depende del jugador, ¿a qué nos aferramos, entonces?