La economía es una ciencia con algunas características que la hacen singular. Una de ellas es que interviene en las relaciones de poder entre clases sociales. Al hacerlo deja de funcionar solamente como ciencia y lo hace también como ideología. Esto es así porque entre sus roles se encuentra el de brindar argumentos para legitimar determinada estructura de distribución del ingreso al interior de la sociedad. Por ello, resulta de interés señalar algunos ejemplos de gran visibilidad mediática, en particular, el caso de aquellos economistas que pueden denominarse de manera sintética y por sus posiciones maximalistas, “los gurkas”.

Desde tiempos inmemoriales la tarea de los gurkas consiste en correr por derecha a todos los gobiernos, incluidos los más de derecha. Dada su previsibilidad, podría sorprender que los medios de comunicación hegemónicos les presten tanta atención, pero el objetivo ideológico es bien claro: transmitir la idea de que a la derecha de los gobiernos ultra neoliberales todavía existe algo, no sólo la pared.

Como en cualquier otra subespecie de economistas, entre los gurkas los hay con distintos grados de seriedad y formación. Están los integrantes de fundaciones o consultoras financiadas por grandes empresas, pero también los lobos solitarios. Entre estos últimos se destacan distintos esperpentos y personajes estereotipados construidos para llamar la atención en los medios con frases disonantes y explosivas y, por qué no, peinados raros. El look también suma.

El discurso gurka no es muy difícil de aprender. Alcanza con repetir siempre, en todo tiempo y lugar, cualquiera sea el caso, unos pocos axiomas: achicar el Estado, bajar el gasto, flexibilizar el empleo, reducir los impuestos, desregular los mercados, abrir la economía, volver al mundo y, por supuesto, que el tipo de cambio está “atrasado”. Como puede observarse: todo muy científico. Comprenderá el lector que no es necesario cursar la licenciatura en Economía para ordenar de manera creativa estas afirmaciones. Sin embargo, las largas horas del estudio de la macroeconomía convencional o vulgar lo llevarán, al final del camino, a las mismas conclusiones. Además, no es lo mismo decir las cosas con título que sin él. El aura, seamos serios, es distinta.

Luego, si el gurka quiere ganar buen dinero –finalmente es un trabajo– bastará que construya algunas series con los datos puntuales que difunde mes a mes el Indec, las recopile en un Power Point vistoso –hoy hay muchos programas online que facilitan la tarea– y ya estará en condiciones de brindar la cientificidad necesaria para cobrar sumas suculentas por cada intervención. Sin embargo, no deberá olvidar que a estas charlas no será invitado por los gráficos y series, sino para decir que hay que flexibilizar, desregular y cobrar menos impuestos, que de eso se trata.

Por supuesto todo relato, si su objetivo es construir credibilidad, debe tener contenidos de verdad. Ello vale incluso para el género de la literatura fantástica. Cualquiera que tenga algunas nociones elementales de economía sabe que hoy el aumento del endeudamiento en divisas supone la pérdida acelerada de grados de libertad para la política económica. Desde hace meses la prensa financiera internacional, que reproduce las visiones del capital financiero global, comenzó a advertirlo. Al mismo tiempo crece tendencialmente la tasa de desempleo. El gurka, entonces, estará compelido a advertir también sobre estos problemas evidentes y principales, los que aparentemente se encontrarían fuera de su órbita axiomática. Pero la técnica es sencilla y es posible que lo exprese a su manera. Reconocerá, por ejemplo, que el endeudamiento es insostenible, pero que la única manera de combatirlo es… sí, adivinó, bajando el déficit fiscal, aunque no exista ninguna relación entre demanda de pesos y necesidades de dólares. Aquí aparece un problema, bajar el déficit presupuestario es incompatible con bajar impuestos por lo tanto, la recomendación será que hay que achicar el Estado. 

Luego está el desempleo. El gurka se quejará amargamente por el problema del empleo y hablará de la necesidad de “generar empleo de calidad”. Sin embargo desvinculará el problema del funcionamiento de la estructura productiva, una idea que escapa a su léxico, preocupaciones y órbita intelectual. Preferirá hablar de capacidades y méritos, pero no tardará en llegar a… sí, también adivinó, la desregulación del mercado laboral y el peso insoportable de los “impuestos al trabajo”. Advertirá el lector que con un poco de práctica y maña no existe problema económico que no pueda derivarse, más o menos rápidamente, a los axiomas principales.

Un último ejemplo para ver que todo es posible, que la metodología siempre funciona: las crisis sistémicas, esos momentos atroces en que el modelo defendido por los gurkas estalla por el aire. En tiempos recientes sucedió sobre el final de la convertibilidad. En los últimos años del menemismo se había llegado a una normalidad neoliberal tal que se afirmaba que la economía funcionaba ya “en piloto automático”. Eran los tiempos gloriosos del mismísimo CEMA manejando el Ministerio de Economía y el Banco Central independiente. Sin embargo en 1998 comenzó una recesión sin fin que se extendería hasta 2002. La explicación de los gurkas sobre los acontecimientos no fue ni compleja ni sofisticada. El modelo no colapsó porque era intrínsecamente insustentable, sino porque se aplicó mal. Alcanza con recordar la propuesta de política que ofrecieron en 2002: entregar el manejo de la economía a un consejo de notables extranjeros. Al parecer, a diferencia del presente, no había argentinos que supiesen aplicar eficientemente el modelo de la comunidad de negocios.