Cuando empezó siendo recogebolas (tal y como le dicen en Colombia) en el prestigioso Pony Fútbol, que alberga a los mejores jóvenes del país, soñaba con estar vinculado al deporte más lindo. Pero su anhelo no era el mismo que el de la mayoría de los niños que querían patear una pelota. Él quería estar en un lado especial: el vestuario. Compartir y ser feliz siendo parte del deporte que más amaba. Nunca imaginó que el equipo de sus amores, Atlético Nacional sería el que le abriría las puertas a su ilusión, cuando tan solo tenía 9 años. Ni tampoco, que ya llegando al meridiano de su tercer década su foto de whatsapp sería la suya en medio de un River histórico. El River de Ramón Díaz campeón de América. Una historia de un personaje de esos de los que hay miles desperdigados por el mundo, pero de los que poco se sabe. Esta es la vida de John Freddy Rojas Díaz, o simplemente el “Pana”.

Después de empezar a ayudar a los utileros a juntar las pelotas y a limpiar los botines, fue ese Atlético Nacional campeón de América el que lo empezó a marcar dentro de un vestuario. Ese equipazo con René Higuita, Leonel Álvarez y el Palomo Usuriaga, entre otros, fue el que le mostró la puerta de bienvenida a la que sería su vida de ahí en más. Es que en esos tiempos en los que los botines solamente eran negros, su sueño se había hecho realidad. Era utilero. “Soy polifuncional”, responde cuando le preguntan a lo que se dedica. Este colombiano flaco, que tiene el rostro y la nariz afiladas y el pecho metido para dentro tiene el don de gente como su principal virtud para ganarse la confianza de planteles enteros repletos de estrellas. 

Le gusta más andar en micro que en avión. Por eso ha hecho repetidas veces la locura de venirse a la Argentina en una travesía de 15 días. A pesar de haberse cruzado con una Selección Sub-20 conducida por Reinaldo Merlo en un Sudamericano en Pereira, su primer gran acercamiento con un equipo de estas latitudes fue con River. “Fue en un viaje que hizo por la Supercopa a Colombia. Esa era la mejor copa de todas porque la jugaban todos los campeones de América. Me acuerdo de haber ayudado también a Independiente, con el Palomo Usuriaga en el plantel, o Racing”, recuerda con una sonrisa que no se le borrara cada vez que hable de su equipo en la Argentina. Es que desde ese día que se cruzó la banda en su destino nada sería lo mismo.

Asunción. Paraguay. Sede de la Conmebol. Museo. Apenas uno entra y ve el recorrido de los campeones de la Copa Libertadores ve el año 1996 y una foto histórica. Era la de la noche del partido en el que América de Cali le ganó a River 1-0 la ida de esa final que los de Ramón darían vuelta una semana más tarde en el Monumental, con dos goles de Crespo. Hernán Díaz, Altamirano, Astrada, Celso Ayala, Rivarola y Burgos; Sorín, Almeyda, Francescoli, Ortega y Crespo. Pero el primero de todos era un desconocido, un hombre que llevaba la ropa de entrenamiento de River y que posaba como uno más sin saber que esa foto pasaría a la historia grande. Es el “Pana”. El mismo que acompañó al Millonario en esa noche y que quedó inmortalizado en esa foto que usa como imagen de whatsapp. “Este año, cuando River fue a Paraguay para jugar con Guaraní, entré a la Conmebol y en el museo me encuentro con la sorpresa de verme en esa foto”, recuerda mientras toma un sorbo de café en un hotel de mala muerte en el centro porteño.

Con ese equipo de Ramón se divirtió en todo momento: “Todos eran grandes personas. Orteguita fue el primero en decirme Pana y era el que me hacía bailar adentro del micro rumbo a la cancha. Con todos tenía una gran relación. Hernán Díaz me jodía mucho con el acento y me decía “Panita, Panita, ¿cómo está la vaina?, y hablaba con acento colombiano. A él y a Astrada les gustaba mucho la historia de mi país, entonces nos poníamos a hablar de todo”. Tanto significó River en su vida que fue el utilero histórico de los últimos años en el club, Raúl ‘Pichi’ Quiroga, el que le comunicó una noticia que le cumpliría otro sueño. Iba a volver a la Argentina con el equipo. “Es como si fuera un padre para mí. Me tuvo un mes en su casa. Después estuve con Tula. Estuve compartiendo muchos viajes, y siempre que vengo a la Argentina me hace trabajar con él”, lo recuerda mientras se queja del café que no es tan rico como el que se acostumbra a tomar en su Medellín natal.

Tan por sorpresa lo tomó la invitación que tuvo que ir a sacarse el pasaporte colombiano, que para su suerte sólo tardaba una hora en estar listo. Su humilde familia nunca había ido a la cancha y por intermedio del plantel de River pudo llevar a veinte personas a cumplir un sueño. “Me acuerdo que cuando me dijeron que me volvía con ellos para la Argentina llamé a mi mamá para decirle que me prepare una valija así nomás que me iba. Todos se largaron a llorar y después me fueron a despedir cuando nos fuimos con los utileros al aeropuerto”, dice antes de recordar las lágrimas que se le cayeron a él cuando pisó el césped del Monumental por primera vez. Esa primera estadía en el país se extendió por casi dos meses por la misión de ayudar a los utileros de River a preparar la ropa que a fin de año el plantel llevaría a Tokio para jugar aquella final ante la Juventus. Con el actual plantel tiene muy buena relación con muchos futbolistas: “Mis amigos son Rojas, Ponzio, Maidana y Gallardo, que me conoce desde que él era jugador”.

Fue la amistad con muchos de esos jugadores de River lo que hizo acercara a la Selección que por entonces dirigía Daniel Passarella. Fue 1-0 en Barranquilla con aquel gol del Piojo López y una inestimable ayuda de Faryd Mondragón. Lo empezaron a llevar de cábala y, en casi todos los procesos de Eliminatorias, el Pana estuvo presente. En el de Brasil 2014 la confianza fue muy grande. Tanta que los jugadores le encargaban las remeras que usaban debajo de la camiseta: “Algunos usan de Jesucristo. A Di María le gustaba mucho que yo le hiciera unas remeras con el Señor de la Misericordia, y siempre yo se las hacía con una imagen y la fecha del partido que iba a jugar. Chiquito Romero me pedía con el Gauchito, un ‘santo’ que yo ni conocía y yo se las traía”.

Pero dentro del plantel, el tiene un mimado y ese no podía ser otro que Lionel Messi. Al mejor de todos lo conoció en el Sudamericano Sub-20 de 2005 en el que Argentina culminó tercero y que vio a un Messi con la camiseta 18 en su espalda. En ese mes de concentración en Pereira, el Pana se convirtió en el guía turístico de la familia del crack del Barcelona. Souvenires de la Pulga tiene varios. “Esas son todas para mi hija. Para el Mundial de Brasil hice varios partidos y Marito, el encargado de la utilería de la Selección, me decía que agarre la camiseta para dársela a mi hija, María Paula. Una de las que más quiero es la de ese Sudamericano, que es manga larga, con el número 18. Es una reliquia”, se emociona. Y sigue: “Yo a veces pagué mis pasajes para poder estar al lado del mejor jugador del mundo. Compartir un terreno de juego con él. Por eso le doy gracias a Dios porque siempre ha sido bueno conmigo. Me pone en lugares muy lindos, a los que mucha pagaría por estar”.

El pertenecer a ese mundo secreto que es un vestuario lo hace estar pleno de felicidad. De lado quedaron las falencias que tuvo en su infancia, o las incansables horas que recorrió para entrar a una concentración a hacer lo suyo. Cuando deja el negocio de comidas rápidas que tiene junto a su señora y su suegra, el ya no es más John Freddy, sino que se convierte en el Pana. Ese que recorrió Sudamérica y que también trabajó con las Selecciones de Ecuador y Paraguay. El que atesora un montón de camisetas de jugadores argentinos y que elige como su preferida la 9 de Francescoli de la Supercopa 97, que River terminó ganando. O ese Pana que habla casi todas las semanas con Lucas Alario, porque en el pasado Sudamericano Sub 20 de Ecuador, cada vez que nombraba al actual delantero del Bayer Levekusen, este hacía un gol en el Millonario. O ese Pana que lustró muchos botines de Messi o de cualquier otro jugador con una sola esperanza y un solo pedido: “Que Dios bendiga a todos mis amigos y que los ayude a que les vaya muy bien”.