El país llega al fin del siglo XIX entre jactancias y festejos. La oligarquía de Buenos Aires lleva a cabo una totalización de vencedores. Nada, salvo ella, perdura con poder. Se permite instaurar una hegemonía absoluta porque ha eliminado todo campo antagónico.

Los gauchos, sus montoneras guerreras, los negros y los indios han sido liquidados. En 1880 Alberdi publica La Argentina consolidada en el 80 y otro ensayo cuyo título lo dice todo: La omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual. Es el estado liberal: fuerte en el frente interno, débil en el externo. En el frente interno habrá de reprimir a quienes se opongan a sus planes de Gobierno. En el externo será la tierra abierta a los capitales extranjeros, que se harán una farra de inversiones.

Surge una generación que se presenta como heredera de la del 37. La generación del 80. Roca es el líder político. Su estatua perdurará mucho tiempo aún donde ahora se encuentra: en la centralidad del poder. Roca es un héroe de la Argentina oligárquica. Patricio, liberal, brillante y joven militar. Luego se verá: astuto político. La generación del 80 cree en el Progreso, así, con mayúscula. Para tal empresa necesita mano de obra barata. La pedirá a Europa. Se los recibirá en el Hotel de Inmigrantes, sin buenos modales. Luego el diputado Miguel Cané redactará la Ley de Residencia. Cualquier extranjero que sustente ideas peligrosas, ajenas al ser de la nación, será echado del país. (La ley de residencia será modelo para cualquiera que se dicte -durante estos grises días- sobre la inmigración. Sin duda el espíritu de Cané sobrevuela el imaginario xenófobo de quienes detentan hoy el Gobierno).

La generación del 80 se educa en el Colegio Nacional Buenos Aires. De este Colegio desparecieron más de cien jóvenes durante la última dictadura militar, que tuvo gran apoyo civil. Hay un libro que se puede leer: La otra “Juvenilia”. La primera Juvenilia se educó para reprimir a la otra, la de los jóvenes de los 70. La generación del 80 creó el país xenófobo y represor que condenaría a la del 70.

Esa generación tiene un gran poder político. Gobierna con los hombres del poder económico. Se da una mixtura entre política y economía. Hoy ocurre algo semejante. No hay políticos que gobiernen para los grandes empresarios, ya que estos se han adueñado del gobierno. Gobiernan de modo directo. Los gerentes de las grandes empresas son los gerentes del país. 

En 1910 festejan el Centenario. Es un festejo autista. Sólo las clases altas festejan. O, sin duda, es claro que se trata de su fiesta, que les pertenece, pues consideran que ellos hicieron el país. Las elecciones que conceden apelan al “voto cantado”. Se trata del mecanismo electoral. Muchos no votan o cantan un voto intimidados por la violencia.

Roca pone en el Gobierno a un hombre de su confianza, Miguel Juárez Celman. Pero el nuevo presidente se rodea de adeptos y cómplices. Hay una corrupción fenomenal y Juárez Celman concentra hasta tal extremo el Gobierno en sus manos que sus acciones reciben el nombre de Unicato.

El país se endeuda y todo se concentra en la actividad bursátil. Julián Martel escribe La Bolsa, donde retrata a esta generación de ricos vertiginosos. Pero, tal como los protagonistas del gobierno de Juárez Celman, se van arruinando de a uno en uno, hasta crear una totalidad del fracaso. Juárez se va del Gobierno y deja una plana mayor endeudada, que ha traicionado al país y sus propias ambiciones. Para los que aspiran al dinero, perderlo es el fracaso más total, el absoluto.

Hay revoluciones radicales: las del 90 y la de 1905. Alguien despierta al Presidente Quintana en una noche difícil. “Señor Presidente, ha estallado una revolución radical, ¿qué hacemos?”. Dicen que Quintana abandona el lecho presidencial y dice: “Por de pronto, hijo, vamos a ponernos los pantalones”. ¡Orgullosa, la oligarquía argentina! Fanfarrones del país de la abundancia fácil. Al día siguiente del atentado en el Teatro Colón- durante los festejos del Centenario- el teatro se llena de gente elegante, obstinada, y jóvenes patriotas de clase alta: quieren demostrar que a nada temen, aunque haya que festejar el Centenario bajo estado de sitio.

Son los triunfadores. Gobiernan envalentonados. (Palabra de moda durante estos días). Todo lo anterior ha sido desidia del gaucho, malones indígenas y torpeza y malos modales de la chusma inmigratoria. No les darán nunca el país. Podrán tomar la casa durante ciertos momentos afortunados, pero no más. A los inmigrantes les eligen un presidente plebeyo. Le permiten ganar las elecciones. Pero siempre están ellos cuidando la casa. Sáenz Peña le entrega el Gobierno a Hipólito Yrigoyen. Sólo por un tiempo para que calme los nervios de la “chusma inmigratoria” y de su brazo político anarquista. A Simon Radowitsky lo mandan a Usuahia. Había atentado contra el jefe de la policía Ramón Falcón. Y a los huelguistas patagónicos, aun cuando gobierne Yrigoyen, los masacran. La ira de la oligarquía es feroz en este país. Es de ellos y que nadie se atreva a discutirlo. No obstante, los que discuten, los que dicen no, los que buscan horizontes más amplios, que no cobijen sólo a los herederos de las viejas fortunas y a los enriquecidos y rapiñosos burgueses argentinos medios que quieren ser y pensar como las clases altas, y son, a menudo, peores que ella, ellos, volverán una y otra vez.