Con la cabeza gacha y la mirada clavada en el pasto, el pibe de 22 años que acaba de ser expulsado caminaba rumbo al túnel debajo de las plateas cuando atronó la voz del sabio, campechana como siempre pero estentórea como nunca antes: “¿Querés salir campeón? ¡De la concha de tu hermana!”.

Más de 10.000 hinchas deliraban en la tribuna visitante del estadio Ricardo Echeverri. Se acercaba el final del partido y Gimnasia le gana 1-0 a Ferro con un tanto de Federico Lagorio que había tenido la complicidad de Esteban Pogany por un mal pique. “El gol más grité en mi carrera, el que más cosas me hizo sentir en ese momento”, asegura Carucha más de dos décadas después. Hasta que a los 83 minutos un hecho motivó el inolvidable bramido. Favio Damián Fernández pisó la pelota en la mitad de la cancha y cuando Humberto Fabián Biasotti se la robó, lo cruzó de atrás. Roberto Ruscio, el árbitro, poco tardó en sacar de uno de sus bolsillos la tarjeta roja. Entonces, comenzaron a escucharse, en segundo plano por los micrófonos de ambiente de la transmisión televisiva, los insultos de Carlos Timoteo Griguol. Cuando Yagui se iba de la cancha, el legendario entrenador, ahora bien tomado por una de las cámaras, lanzó la puteada histórica.

“En ese momento no escuché lo que me gritó, sí lo vi después por televisión. Al otro día Timoteo me llamó y me pidió disculpas, algo que no era habitual en un hombre como él. Me contó que había sido por el enojo por la situación y me peguntó por qué había hecho ese foul”, cuenta Fernández. La explicación de la jugada se cierne al sacrificio individual en virtud de lo mejor para el conjunto; por eso aún hoy entiende que no tenía otra opción que esa falta: “Estábamos saliendo y me sorprendió el anticipo, por eso lo único que me quedaba para no dejar mal parado al equipo, que iba ganando, era cortar el juego ahí”.

Terminado el partido, en el vestuario se había desatado una fiesta por el complicadísimo triunfo que había dejado a Gimnasia en lo más alto, con la posibilidad, como nunca antes, de ser campeón del fútbol argentino. El delirio se movía de los bancos debajo de los percheros a las duchas. Volaban camisetas y toallas entre chorros de agua, gritos y cantos. Pero ajeno a toda esa parafernalia, Griguol rumiaba su enojo. Mascullaba la bronca y se lamentaba por las ausencias que tendría en el partido definitivo; porque a la expulsión del Fernández se agregaba la suspensión de Darío Ortiz por acumulación de amonestaciones. Los dos habían estado presentes en los 18 partidos jugados hasta esa tarde.

Los dos puntos conseguidos en Caballito dejaban al Lobo como puntero del torneo, con mínima ventaja sobre San Lorenzo, a una fecha del final. Frente a Ferro, Gimnasia había conseguido su tercer triunfo consecutivo y el duodécimo en 18 partidos, una enorme campaña que se completaba con cinco empates y apenas una derrota, frente a Banfield en la quinta fecha. “Jugábamos bien, pero se trataba de un equipo de transición; tal vez con menos virtudes que los equipos del 96, 97, 98 y 2000. Éramos más sufridos y aguerridos. Sin ser vistosos, demolíamos a lo largo del partido con un muy buen estado físico, mucho sacrificio, concentración y trabajo en equipo. Teníamos la importante del Viejo”, repasa Enzo Noce.

Griguol había llegado a finales de 1994 y su figura retumbó inmediatamente en el Tripero. “Cuando pisó Estancia Chica, para muchos de nosotros era tener a un técnico de una tremenda jerarquía. Era como recibir hoy a Guardiola”, recuerda el arquero. Para Pablo Morant, “Carlos le agregó al orden defensivo que tenía el equipo de procesos anteriores, una mentalidad más agresiva y ganadora. Llegó para dar un salto de calidad que lo consiguió inmediatamente, acaso sin que los jugadores estuviésemos preparados para darlo”. “Carlos era un adelantado, sobre todo en la educación técnica y táctica del jugador. Al principio algunos entrenamientos nos parecían de juveniles, pero era todo parte de un proceso para llegar a un funcionamiento colectivo. Marcó un quiebre en el club a partir de inculcar que se le podía ganar a los grandes”, pondera Fernández.

Nada escapa al trabajo de Griguol, por eso en una oportunidad se había hecho traer un tractor que él mismo manejaba para cortar el césped según su preferencia: quería el pasto bien cortito para que la pelota rodase a mayor velocidad. A los futbolistas lo exigía en los entrenamientos, los guiaba en su vida privada y también los sorprendía, como cuando en un viaje comenzó a repartirles hojas en la que había armado un cuestionario teórico para evaluar el conocimiento del reglamente que tenía sus dirigidos. También los llevaba al cine y les organizaba cenas con sus familias.

Noce se detiene en el germen de aquel proceso y lo que rápidamente llegó después: “De entrada nos sorprendió con un fútbol ofensivo. No nos hablaba de descenso, que era nuestra realidad, sino de salir a jugar de igual a igual, a disputar los partidos sin meterse atrás ni esperar a ver qué proponía el rival de arranque. Nos cambió la forma de entrenar y de jugar; y también hizo que tanto nuestra mentalidad como la de la gente fuese otra. Por eso después sorprendió a todos el lugar donde estábamos menos a él y a su cuerpo técnico”. Los principales colaboradores de Timoteo eran Mario Gómez y Javier Valdecantos. En la exigencia del actual preparador físico de Boca residía para Yagui Fernández una de las mayores virtudes de aquel equipo: “La condición atlética fue fundamental para esa campaña. Por esa fuerza física que teníamos se ganaron varios partidos en los últimos minutos”.

Además del triunfo agónico contra Ferro, Gimnasia le ganó a Argentinos con goles a los 36, 42 y 44 minutos del segundo tiempo, a Racing faltando cuatro para el final, también a los 41 del complemento le empató a Central en Rosario, a Lanús le ganó a los 43 minutos del segundo tiempo, con goles de Guillermo Barros Schelotto derrotó a Vélez a los 40 minutos de la segunda mitad y a Talleres a los 45 y contra Platense se impuso a un minuto del cierre. Para Morant el despliegue físico que desarrollaban amedrentaba: “Tanto sacrificio, tanto orden y tanto ir a buscar habían hecho que, después de algunos triunfos sobre el final, otros se dieron también de esa manera porque los rivales comenzaban sentir el efecto psicológico de saber que Gimnasia ganaba en los últimos minutos y entonces se replegaban instintivamente. Así conseguimos algún empate y varios triunfos milagrosos”. “Era notoria la diferencia de rendimiento que marcábamos en los tramos finales. A veces en los primeros tiempos nos costaba un poco más porque sentíamos las piernas pesadas del trabajo de la semana, pero en los segundos tiempos superábamos a todos”, rescata Lagorio.  

A la última fecha del torneo Clausura de 1995 habían llegado los dos equipos en la primera fecha habían igualado 1 a 1. Gimnasia, un punto arriba pero con menor diferencia de gol, recibía a Independiente y San Lorenzo se presentaba en Rosario ante Central. Para el Lobo era estar en un lugar inédito, con la satisfacción pero también el vértigo de lo desconocido.

“La semana previa se sentía la presión, mejor que la de pelear el descenso, pero se sentía; más para los que vivíamos en La Plata, con el ambiente que había en la ciudad”, recuerda Noce. Es que cada esquina de esas mil diagonales era una sonrisa como nunca antes para el Lobo, en la antesala del que podía ser su primer título en la máxima categoría y con Estudiantes en el Nacional B. “La ciudad y el club estaba revolucionados. Lo ideal hubiese sido otro final”, se lamenta todavía Yagui Fernández.

“Contra Independiente tuvimos más situaciones de goles que en todas las fechas anteriores. Tuvimos cuatro o cinco claras frente al arco; yo tuve una en el primer tiempo que definí con la inexperiencia de los 19 años que tenía“, se retrotrae Lagorio. “Nos faltó la suerte de partidos anteriores. Al minuto de juego perdimos un chance que generó algo raro, como que la cosa no venía bien”, describe Noce. “Ese partido merecimos mucho más. Incluso tanto tiempo después es difícil aceptar esa derrota, porque hubiésemos quedado en la historia de Gimnasia”, se lamenta Morant.

Dos 1 a 0, el de Javier Mazzoni para Independiente en La Plaza y el del Gallego Esteban González en Rosario dejaron a San Lorenzo en lo más alto. Al subcampeonato del Lobo del Clausura 1995 siguieron los del Clausura 1996, Apertura 1998, Clausura 2002 y Apertura 2005. Una cadena de sin sabores que acaso pudo tener otra historia si el primer eslabón hubiese sido distinto. Pero fue también esa campaña la que cimentó una filosofía distinta en Gimnasia a partir de la maestría de Carlos Timoteo Griguol, el nombre que lleva el Centro de Alto Rendimiento Deportivo del club y el técnico que sin ser campeón dejó una marca eterna en el lado tripero de La Plata.