Este jueves, Mimi Böhm y Fabio Grementieri presentaron su nuevo libro, “Buenos Aires, capital del espectáculo”. El tomo publicado por Ediciones Larivière es un belleza, un lujo de investigación y un deslumbramiento. El análisis de lo que es realmente una industria amenaza convertirse en un clásico. Y el efecto de ver tantísimos teatros, anfiteatros, cines, salas de todo tamaño y diseño, todos juntos, página tras página, es simplemente abrumador. Ni el porteño más pintado y salidor tiene real conciencia de lo que hay en esta ciudad.

En algo más de cuatrocientas páginas queda en claro que la industria del espectáculo movió capitales enormes en esta ciudad y generó una cantidad de arquitectura de primer orden llamativa. Una foto aérea del Parque Japonés en 1911 muestra que ya ocupaba un área comparable al posterior Italpark, pero en una zona casi de campo donde lo único reconocible es el Palais de Glace, aunque en su estilo original francés. Ver el lujo de salas de barrio, como el exactamente contemporáneo Teatro Verdi de La Boca, muestra la importancia de estos lugares en la vida social de la ciudad. Y la seguidilla de edificios del capítulo “Ilusiones modernistas” puede hacer llorar al más duro al mostrarle salas perdidas, como el Coliseo original, el de Nordman y Meyer, o el Nacional de Fernández Poblet y Ortúzar. Ni hablar de piezas como el La Armonía de García Nuñez, que hoy sería considerado una joya de la corona del Art Noveau.

Böhm y Grementieri van trazando un arco claro para mostrar la sucesiva complejización de este tipo de arquitectura en la ciudad. Las salas arrancan estructuralmente simples, en su mayoría pequeñas y con ornamentos modestos. Los interiores se conciben como repositorios de artes visuales, cajas de colores con murales y paneles, resplandecientes de flamante luz eléctrica. A medida que avanza el siglo y se afirma la prosperidad porteña, crecen las salas, se expanden por la ciudad y se hacen cada vez mayores y más arriesgadas arquitectónicamente. El racionalismo es la edad de oro, con bellezas que son verdaderos palacios de los sueños. Por algo hay un capítulo sobre la rivalidad entre el Opera y el Gran Rex, dos edificios maravillosos, dignos de cualquier capital de este mundo.