Con una nueva producción de Andrea Chenier termina la temporada de ópera del Teatro Colón. Mañana a las 20 tendrá lugar la primera de las seis funciones previstas para el celebrado título del italiano Umberto Giordano. Amor, muerte y lucha de clases son algunos de los condimentos de un drama con música enfática sobre un libreto de Luigi Illica que, en función de las necesidades de la ópera, se inspira libremente en la vida y la muerte del poeta André Chenier en épocas de la Revolución Francesa. 

Con cambios repentinos en el cast, el Colón termina la temporada como la comenzó, en marzo, cuando la soprano Angela Gheorghiu se bajó repentinamente de la producción de Adriana Lecouvreur, por ejemplo. O más tarde, cuando Sofía Coppola renunció a poner en escena La Traviata. En esta oportunidad la baja a último momento fue de Lucrecia Martel, directora de escena, por razones de salud (un accidente en Los Angeles, donde había ido a presentar su película Zama). Esto obligó a replegar sobre Matías Cambiasso. Antes, Marcelo Álvarez había renunciado a ser Chenier, hasta que, tenor argentino de éxito internacional por tenor argentino de éxito internacional, José Cura aceptó el rol del poeta que por su pluma mordaz y punzante termina conducido a la guillotina por Robespierre en 1794. 

Además del estreno de mañana, Cura protagonizará las funciones del domingo 10 (a las 17) y miércoles 13 y sábado 16 (a las 20). Con él en el elenco principal estarán además el barítono Fabián Veloz como Carlo Gérard, sirviente cuyas lecturas de Rousseau lo predisponen para cumplir funciones más importantes en la nueva dinámica social; y la soprano María Pía Piscitelli como Maddalena di Coigny, la sacrificada del caso, noble dama en obvias dificultades que por amor acompañará a Chenier hasta su última morada. La mezzosoprano Gaudalupe Barrientos será la mulata Bersi, criada de Maddalena que en tiempos de revolución pondrá el cuerpo para ayudar a su ama; el barítono Hernán Iturralde interpretará Mathieu, un sans-culotte conocido entre sus camaradas como Populus; el bajo Emiliano Bulacios será Roucher, el prudente que aconseja a Chenier abandonar París; el tenor Segio Spina encarnará a un “Increíble”, ciudadano del nuevo orden con algo de alcahuete; la mezzosoprano Cecilia Aguirre Paz será la Condesa de Coigny, madre de Maddalena; la mezzosoprano Alejandra Malvino será la anciana Madelón; el barítono Norberto Marcos y el tenor Iván Meier, interpretarán a Fleville y el abate, representantes saloneros de las letras del  viejo régimen. En las funciones extraordinarias (sábado 9 y martes 12) el papel de Andrea Chenier quedará a cargo de Gustavo López Manzitti. Leonardo Estévez será Gerard y Daniela Tabernig, Maddalena. Actuarán además Gustavo Gibert, Mario de Salvo, Gabriel Centeno, Vanessa Thomas, Ernesto Bauer y Pablo Politzer. Al frente de la Orquesta Estable preparada por Mario Perusso, que dirigirá las funciones extraordinarias, y el Coro Estable preparado por Miguel Martínez, estará el norteamericano Christian Badea. La escenografía es Emilio Basaldúa, los vestuarios de Eduardo Caldirola, la iluminación de Rubén Conde y la coreografía de Carlos Trunsky.  

La idea original que Martel tenía para esta puesta en escena de Andrea Chenier trasladaba revolución y romance a Sudamérica. La emergencia prefirió ajustarse a una puesta sin mayores riesgos. “Una puesta serenamente tradicional –dice Cura a PáginaI12–. En el sentido de que el público verá todo en su lugar. No se inventó nada raro, todos estamos cómodos y en condiciones de dar lo mejor cantando. No vamos a descubrir la pólvora, pero vamos a mostrar un espectáculo lindo, profesional y seguro”, dice el tenor y agrega: “Todos al principio estábamos un poco asustados, pero Matías (Cambiasso), casi sin tiempo, tuvo el coraje de hacerse cargo de este ‘peludo de regalo’ y sacarlo adelante. En estos casos hay que apelar a la tradición de un teatro, a su mística. Ojo, trabajamos con las dificultades de siempre, entendámonos. A esta altura no necesito chuparle las medias a nadie.” 

Cantante, director de orquesta, compositor, director de escena, en su multiplicidad, incluso a veces difícil de digerir, Cura representa una figura poco frecuente en el universo de la música académica. “Hay un mediopelismo universal que nos ahoga. Cuando uno decide emprender un camino artístico lo hace con armas y bagajes, con todo lo que tiene y en todos los ámbitos. Por eso para muchos soy un tipo ‘sospechoso’ y el mayor trabajo es convencer a los que dudan. Y eso me estimula. Tengo fama de ser calentón, pero en realidad soy entregado. El que me ve como calentón es porque es frío. El que es capaz de vibrar como uno agradece esa intensidad”, dice Cura y se apura a aclarar que más allá de sus múltiples capacidades trata de no intervenir donde no lo llaman. “Tengo un código y trato de no meterme en el trabajo del otro. Para mí esto es como bailar: si me llevan bien, me dejo llevar. Ahora, si me pisan los callos, tomo iniciativas, pero como cantante me encanta ser instrumento de otros directores, ser parte de una idea, de la posibilidad de decir algo.” 

Cura recuerda que cantó por primera vez Andrea Chenier en 1992 y que siempre lo hizo en puestas tradicionales. “Porque la raíz histórica del drama no acepta cambios de tiempo y espacio”, aclara. Por las redes circula en video una notable participación suya en Boloña, en 2006, con la puesta en escena de Giancarlo Del Monaco. “Hice Chenier en muchos teatros. Dramáticamente es una ópera despareja, con momentos maravillosos y otros que el mismo compositor consideraba puentes”, explica Cura, que considera “peligrosa” la música de Giordano. “Es verismo. Todo es exuberante y se corre el riego de sobredimensionar las cosas. El drama pide, la orquesta tira y entonces tira el cantante y así es fácil terminar a los gritos”, explica el tenor y concluye: “Habría que volver a la sonoridad de cuando las orquestas afinaban con el diapasón más bajo. Así podemos cantar en esa zona de la voz donde la palabra se puede articular mejor. A los cantantes se nos entiende menos porque hoy cantamos casi medio tono más alto que hace cincuenta años. Cantamos, sí, pero sacrificamos mucho. De noso- tros y del compositor”.