En Puerto Madryn el documental de naturaleza es sin mediación: uno lo filma con su propio celular. El protagonista puede ser un tal Rocky, ese pendenciero elefante marino de Península Valdés que, a los aletazos en la playa, le birló hembras a cuanto macho se le cruzara, llegando a acumular más de cien. Es factible captar también escenas más crueles como esa media docena de jotes alineados en un alambrado, esperando el aliento final de un guanaco moribundo. Y cada tanto aparece un desinformado como aquel español que, al ver una mulita cruzar la ruta a toda velocidad, dijo: “¡Hostias; qué rápido corren las tortugas aquí!”. 

La Capital Nacional del Buceo brinda “bautismos” submarinos.

VIDA SUBMARINA Nuestro documental en vivo y en directo arranca bajo las aguas, con un bautismo de buceo frente a las costas de la ciudad. No se puede aprender a bucear y filmar a la vez, pero nuestro guía se ocupará de registrar todo con una cámara Go-pro con estanco. 

Navegamos 15 minutos mar adentro en una lancha hasta una pequeña plataforma flotante. Ya el traje de neoprén nos entorpece la vida a bordo, pero cuando nos colocan las aletas en los pies, un cinturón de plomo y el chaleco con el tanque, el impulso inicial es volver a tierra firme. Como esta estrafalaria indumentaria es para estar bajo el agua, nos zambullimos hacia atrás –para no golpearnos con los equipos– como una bolsa de papas. Extrañamente, a pesar del peso, flotamos. 

Al llevar el respirador a la boca la primera sensación es que nos falta el aire. Pero con esta tecnología se respira a otro ritmo, mucho más lento y profundo.  Hay un guía por persona y nos sumergimos de a poco, tomados de un cabo atado a la lancha. Y comienza el momento más tenso: la clave es resistir los primeros cinco minutos porque adaptarse a la dimensión acuática requiere de una transición. El instinto pide salir pero pasado el impacto inicial, uno comienza a relajarse y nos envuelve de a poco un sentimiento de sumo placer. 

A los diez minutos me asumo ya como un hombre de vida horizontal –uno parece volar como Superman con los brazos hacia adelante– y me resigno a movimientos de una lentitud pasmosa. El guía me lleva de la mano, compenso con la nariz para descomprimir los oídos y sin darme cuenta ya estoy en el fondo del mar a nueve metros de profundidad. Me abro paso con las manos entre unas algas alargadas color marrón y más adelante aparecen otras como lechugas gigantes. El guía me cuida como a un niño que está aprendiendo a caminar y agarra estrellitas de mar rojizas para colocarlas frente a mis ojos. Después hace lo mismo con un erizo y señala un nudibranquio: una babosa blanca con cuernitos y pintitas violeta y naranja.  

Hasta unos días antes del verano puede ocurrir que uno esté buceando y le pase por al lado una ballena de 18 metros, cuya corriente genera un leve temblor en las aguas. No es la idea bucear con ballenas –está prohibido– pero a veces sucede. También suelen aparecer lobitos de mar que juguetean un rato con los buceadores y se van. Hoy el guion del documental no incluye a ninguno de estos mamíferos, pero ocurre un milagro mucho mejor: a unos metros distingo una nube roja en forma de columna bajo las aguas. El guía hace señas y vamos hacia ella. Y para mi sorpresa comenzamos a bucear entre miles de bogavantes –langostinos más pequeños– con brazadas surrealistas en estado de gracia submarina

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El Pedral, una estancia patagónica para alojarse o pasar el día.

ESTANCIA PATAGÓNICA El plan para hoy es un día de campo patagónico en El Pedral, que se interna a fondo en las soledades esteparias. Partimos a media mañana en una camioneta 4x4 por el ripio de la RP 5, atravesando la planicie desierta salpicada de arbustos. 

–Una vez vi parir a una mara que después se comió su placenta –cuenta la guía quien, como todos en la zona, ha sido testigo de muchas situaciones como solo se ven en documentales.

–Yo vi parir a una guanaca y otra vez descubrí a la vera de la ruta a un ñandú con sus 20 charitos en fila –acota el chofer y nos muestra el video en su celular.

La primera parada es en el faro centenario de Punta Ninfas, una saliente continental que se interna en el mar con un acantilado de 79 metros. Desde lo alto observamos las delicias de la vida conyugal de los elefantes marinos donde conviven varios harenes. Por eso hay luchas, corridas y raptos de hembras por parte de los machos “periféricos”. Y asistimos al momento maternal de un amamantamiento. 

La guía nos explica que estos elefantes son pinnípedos: reptan apoyándose en sus aletas anteriores. Son más grandes que los lobos marinos y un macho llega a medir hasta cinco metros de largo y pesar 4000 kilos. 

A las 11 de la mañana llegamos al casco de El Pedral, una antigua estancia. Ya hay olor a carne asada pero nos vamos a la pingüinera, distinta a otras de la Patagonia por su singular paisaje. Avanzamos hacia la costa con la camioneta por una huella en paralelo a una barda, un gran farallón sedimentario. Un kilómetro antes de la playa estacionamos; a partir de aquí es tierra pingüina. 

De lejos nos alcanzan los trompeteos de los pingüinos llamando a su pareja en medio de un alboroto descomunal. Comenzamos a caminar entre los arbustos donde esos locos bajitos vestidos de frac crean sus nidos y cuevas de medio metro de largo. Entre ellos se picotean si uno se acerca demasiado al territorio ajeno, y lo mismo nos pasaría a nosotros si no prestáramos atención: existen pingüinos locos que a veces se prenden de un pantalón y es muy difícil separarlos.

Acercamiento a los lobos marinos en su propio hábitat, en la reserva cercana a la ciudad.

A nuestros pies hay pedacitos de pescado resultado de la caza pingüinera y finalmente llegamos a un kilométrico pedregal de canto rodado que dificulta el caminar, tanto a nosotros como a esas a aves de andar chaplinesco que avanzan en fila. El guía recoge del suelo unas ostras fósiles de 20 centímetros que nos ubican temporalmente en la dimensión del lugar: tienen decenas de millones de años. 

En esta pingüinera de 1791 parejas nunca no hay nadie, salvo el pequeño grupo de personas que llegue a El Pedral; la sensación es estar en uno de los rincones más agrestes y desamparados de la Patagonia. Este aura virginal de paraíso perdido se diferencia mucho de la pingüinera en la famosa Punta Tombo: sus pasarelas son recorridas por miles de personas al día. En cambio aquí la imagen es la del ser y la nada.

Dan ganas de seguir avanzando a pie hacia la inmensidad patagónica con su promesa libertaria, pero el guía nos recuerda el asado crepitante que vimos de costadito y ya debería estar por pasarse. Regresamos para instalarnos alrededor de una gran mesa en un quincha vidriado junto a la piscina. Hay quien se da un chapuzón antes de que lleguen las empanadas, el chorizo y un tierno cordero patagónico. Hay vino libre, cerveza, ensalada de fruta y hasta torta galesa de chocolate y pasas con licor.

Antes de partir recorremos el palacete de El Pedral, un lujoso hotel de campo de estilo normando con galerías exteriores, techo de chapa acanalada y una torre a la que se sube por una escalera caracol de madera para otear el infinito. El gran comedor tiene una mesa larga y alfombras persas. En el living hay una piel de puma en el suelo y un telescopio, buena lectura, sillones antiguos y esculturas de mármol.

Esta suntuosa casa en medio de la nada es resultado de una historia de amor. En 1870 llegó a la Argentina el vasco Félix Arbeletche, quien hacia 1898 se instaló en Península Valdés a criar ovejas alejado de todo. Allí nacieron sus hijos, dos de los cuales murieron ya que en la zona no había médicos y ni siquiera agua potable. Ante tanta penuria decidieron construir la lujosa casa que es hoy el casco de El Pedral, en una zona con mejor agua. Todos los materiales y el mobiliario se trajeron en barco desde Europa. Tanto esfuerzo del vasco Arbeletche fue para hacer más apacible la vida de su amada María Olazábal, quien nunca llegó a ver la casa terminada: murió en 1921.



DATOS ÚTILES

- Cómo llegar: Andes Líneas Aéreas tiene vuelos directos a Puerto Madryn desde Buenos Aires. Ida y vuelta a partir de $ 3457. www.andesonline.com.

- Excursiones:

  • –El día de campo con pingüinos en El Pedral cuesta $ 1500 incluyendo transporte, asado con bebidas alcohólicas, visita a Punta Ninfas y a la pingüinera y uso de la piscina. El alojamiento cuesta 275 dólares por persona en base doble: pensión completa, traslado desde aeropuerto, visitas a Punta Ninfas y pingüinera y uso de bicicletas. www.reservaelpedral.com
  • –La empresa Abramar ofrece bautismo de buceo. www.abramarbu ceo.com.ar
  • –Napra Club ofrece la excursión en kayak a Punta Cuevas y alquiler de kayaks libres. www.napraclub.com

- Más información: www.madryn.travel



EN KAYAK

Julián Varsavsky
Puerto Madryn, ciudad ideal para actividades de verano, como los paseos en kayak hacia Punta Cuevas.

Desde la playa del centro de Puerto Madryn partimos en un kayak, esa plácida embarcación donde uno se inserta hasta la cintura y la sensación es que el vehículo es una extensión del cuerpo: los remos son nuestros brazos y no nos empuja un motor sino el propio ímpetu personal. Con medio cuerpo por debajo de la línea de superficie comenzamos a remar como si levitáramos rumbo a Punta Cuevas. El guía explica que debemos remar a ritmo suave, llevando la pala bien adelante para sacarla del agua muy atrás: vamos en un kayak doble así que quien va atrás hace de timón. En una hora cubrimos dos kilómetros y medio a lo largo del Golfo Nuevo para desembarcar en la playa, junto a las cuevas donde instalaron sus tiendas los legendarios colonos galeses llegados en el Velero Mimosa el 28 de julio de 1865.