El duelo, según Freud, surge bajo la influencia de la prueba de la realidad, en la medida en que uno se separa del objeto, “que ya no existe más”. Pero ¿qué significa, entonces, que nos neguemos a aceptar esta pérdida, que inmortalicemos el objeto del duelo, que lo hagamos artificialmente inmortal?
En un reportaje alemán, una joven start-up presenta un programa de inteligencia artificial desarrollado recientemente. Este programa es capaz de crear una versión virtual de una persona fallecida a partir de toda la información accesible, proporcionando así la ilusión de resucitar a esa persona.
Este avatar, proyectado en todo momento en la pantalla, debe ser lo más coherente posible con el original, tanto en espíritu como en apariencia. Esta criatura de IA seguirá aprendiendo constantemente, para poder participar en la vida de sus seres queridos.
Se crea entonces una paradoja: por un lado, se niega la pérdida del objeto amado, pero, por otro lado, se acepta voluntariamente la desaparición total del objeto de amor, ya que la memoria del difunto es sustituida por un algoritmo.
En la narración onírica del padre, a quien el hijo se le aparece en sueños, exclamando: “Padre, ¿no ves que ardo?”, Freud interpreta esta escena como un esfuerzo del soñador por revivir a su hijo y, en consecuencia, como una “satisfacción del deseo”. Por un momento, el hijo parece volver a la vida, sólo para ser quemado por las llamas poco después. Sin embargo, ya estaba muerto.
Lacan cuestiona el verdadero sentido del despertar en esta narrativa. El sonido de la vela cayendo revela el acceso a una “realidad perdida”. No es la pesadilla la que convoca el horror de la muerte, sino el estado de un “despertar absoluto” que representa la muerte. Jacques-Alain Miller se refiere a Lacan cuando escribe que la eternidad constituye un sueño de despertar, porque “es lo que se llama eternidad, y este sueño consiste en imaginar que uno despierta”.
Así que el padre sueña, sigue soñando, incluso después de haber sido despertado por el ruido. Soñar en la vida, seguir soñando es una necesidad para poder vivir con lo que emana de lo Real. En el caso del avatar de la IA, sólo existe la ilusión de vivacidad.
El avatar representa un objeto de amor que nunca se dirige al otro con sus demandas o deseos. El avatar siempre está disponible y se puede desactivar de inmediato. Aquí, el horror está en el sueño de la inmortalidad, donde no hay límite, no hay carencia, no hay pérdida y, en consecuencia, no hay amor.
En la narración de Freud, el cuerpo del hijo pequeño es quemado después de su muerte por las llamas. Si interpretamos el momento de la combustión del hijo como la confirmación de su muerte, finalmente es el momento para que el padre acepte la pérdida de su hijo. Por lo tanto, este momento puede percibirse como un acto de renuncia, donde la limitación reintroduce una pérdida. Y este acto de renuncia no es más que un acto de amor.
*Del blog Psicoanálisis Lacaniano, publicado el 28 de marzo de 2025.