Drácula 4 puntos 

Dracula: A Love Tale, Reino Unido/Francia, 2025 

Dirección y guion: Luc Besson 

Música: Danny Elfman 

Duración: 95 minutos 

Intérpretes: Christoph Waltz, Caleb Landry Jones, Zoë Bleu, Matilda De Angelis, Ewens Abid, Guillaume de Tonquédec. 

Disponible exclusivamente en salas.

Luc Besson es un chanta divino. Para confirmarlo solo hay que leer la entrevista que le hizo Diego Brodersen a propósito de su versión cinematográfica de Drácula y después ir a ver la película, recién estrenada. En ella, el francés, militante de un cine de aspiración masiva y raigambre popular, afirma que antes de filmar su adaptación de la novela de Bram Stoker, de la que el cine se apropió tempranamente, no volvió a ver ninguna versión previa. No solo eso: asegura desconocer por completo la mayoría de ellas, ya que el género vampírico y el terror no son algo que le interese, dice. Pero basta ver la suya para saber que su testimonio está flojo de papeles.

Es verdad que Besson le aportó elementos personales a la historia del conde convertido en vampiro. Sin embargo, es imposible no reconocer en su puesta las marcas notorias de otras. En especial de la realizada con gran éxito por Francis Ford Coppola en 1992 y que el director de El perfecto asesino no puede desconocer. O sí, pero todos los especialistas que integraron su equipo creativo se confabularon para usufructuar dicha influencia sin avisarle nada al pobre Luc, que ahora está convencido de que su película es tremendamente original. 

Los primeros acordes del leitmotiv musical compuesto por Danny Elfman para el film de Besson recuerdan enseguida a los de la banda sonora creada por el polaco Wojciech Kilar para la de Coppola. El peinado y el maquillaje del Drácula envejecido en su castillo, a finales del siglo XIX, remiten de forma directa a la misma fuente. El paseo con Mina por París, durante la Exposición Universal de 1889, mantiene el espíritu y la estética de aquel que en la película del director de El padrino tiene lugar unos años después, durante las primeras proyecciones de cine en Londres. De igual forma, Besson se congratula por ser el primero que pone el foco en la historia romántica, cuando desde la Nosferatu de Murnau a la de Robert Eggers, y en especial el Drácula de Coppola, le han dado la misma relevancia al vínculo del conde con su amada.

Pero el mayor problema del Drácula enamorado de Besson no son sus influencias negadas, sino aquello que cree tener de original. Porque la película es un cocoliche que mezcla un poco de todo, creyendo que así podrá conquistar a un público más universal. Una pizca de aventura y otra de acción, mucho melodrama, algunos personajes monstruosamente simpáticos para los más chicos (aunque ridículos, sacados de vaya a saber dónde), algo de humor (lo mejor del combo viene por ese lado), pero todo cocido (y cosido) a las apuradas. En ese sentido, su película se parece más a Frankenstein: un engendro hecho de fragmentos atados con alambre. Es decir, el mismo espíritu pulp que hace queribles a las mejores películas de Besson, pero echados a perder, como en las peores.