Dedicado a la memoria de Hugo Soriani y todos quienes han hecho de las contratapas un género político-literario.
Soñé que escribía una contratapa.
Una pregunta me empujaba, me arrastraba a la hoja: ¿luces y sombras se disputan territorio? ¿O no? ¿Crecen ambas en forma siempre despareja, arrancándose jirones unas a las otras? ¿Es infinita la sombra? ¿Habrá luz más allá de la sombra? La escritura buscaba formular una pregunta que ahora --ya despierta-- no alcanzo a poder formular. El sueño, por supuesto, sabía decirlo mejor.
Soñé que despertábamos y todo esto había sido una pesadilla. Soñé que despertábamos y porque despertábamos dábamos fin a la pesadilla. Soñé que podíamos despertar, que era tiempo de hacerlo.
Soñé que estaba apurada, escribiendo estas líneas, en realidad eran otras pero el sueño se las llevó, las arrastró lejos de esta orilla.
Entonces escribo éstas, pobres copias que al sueño no alcanzan, pero líneas al fin. Manojo de ideas, figuraciones provisorias. Tal vez si sigo escribiendo recuerde lo que soñé.
Se trataba de luces y de sombras. Pienso, ya despierta, que esa contratapa en verdad la escribí hace unos meses, pero ésta era otra. En el sueño era otra. Escribía a toda velocidad como se escribe cuando se trata de alcanzar a capturar una idea, arañar una visión, una esperanza. Era una idea fuerte, algo que las palabras lograban descubrir gracias a la poesía.
Soñé que escribía sobre luces y sombras, sí, era sobre la relación entre ambas. No hay unas sin las otras, es cierto, pero estamos en un tiempo en el que parece que algo muy oscuro, el absoluto despojo, está ganando la partida.
Mis preguntas siguen siendo las mismas que vengo escribiendo, aquí y allá, y entre el sueño y la vigilia. Las que me desvelan, las que nos desvelan.
¿Cómo librarnos del fatalismo de los retornos que la historia recrea, de la catástrofe experimentada o anunciada? ¿Somos capaces de soñar formas de ponernos a salvo y de combatir la pesadilla, el sinsentido y el trauma?
Vuelvo a unas palabras de Pier Paolo Pasolini, que escribió acerca de las luciérnagas. Algo sabía él de luces y sombras, de su enigmática alternancia, de los mensajes que cruzan siglos, tiempos y espacios, de esas existencias de paradójica desaparición, porque aún retornan. Anne Dufourmantelle escribió respecto del sueño y su mensaje profético. Profético no en tanto capacidad adivinatoria sino como aquella “profecía” que el saber inconciente nos anticipa, nos revela antes de que el yo conciente pueda apropiárselo. Anne hablaba de “profecías íntimas”, y yo agrego que es tiempo de profecías colectivas, esa íntima pero jamás solitaria convicción, esa íntima y tan nuestra convicción de que en la calle soñamos, cuando nos reunimos con nuestros insomnios y desvelos sabemos soñar, llegamos a saber, a enterarnos de lo que sabíamos, o a vislumbrar una salida. Un sueño es un saber pasado capaz de crear imágenes nuevas. Es un saber que de lo pasado hace porvenir. Es un saber que sirve solamente si encarna en los cuerpos.
Charlotte Beradt, periodista, escribió un libro fenomenal, un testimonio clave para la historia de la humanidad: “El Tercer Reich de los sueños”. Podría decir muchas cosas respecto de ese libro, pero hoy me interesa referirme a esa obra como una forma de enlazar y sellar sueño y escritura. Ese libro es un testimonio-mensaje para que cruce tiempos y espacios también. Se ocupó de conservar y hacer de los evancescentes sueños bajo estado de terror, cápsulas de sentido para el porvenir, confianza en que la desfiguración onírica y la desfiguración que los resgurardó bajo la clandestinidad, serían no su “déficit” sino prueba de su verdad. Entonces, diría ahora, que escribir y soñar es un trabajo vital que se hace con los retazos, con lo fragmentario.
Un sueño es un dispositivo también titilante, sabe desvanecerse, ilumina con su condición sombría, lejos de la luminosidad de reflectores, lejos de una memoria capaz de reflejarlo por completo, y cerca de la nebulosa. En esa tenue iluminación radica su potencia reveladora.
Soñé que escribía una contratapa. Ahora me pregunto: ¿por qué una contratapa? ¿Será que este es un espacio en el que muchos y muchas soñamos nuestra memoria, nuestro bastión de sueños que saben hacerse cartas, sobrevida de la historia que fue, y será? Pienso ahora en las contratapas, espacio de este Diario que sabe resguardar palabras, que sabe que para contar La Historia hace falta contar historias, también las pequeñas. Diría que son las contratapas algo así como esas furtivas luciérnagas. Un titilar de palabras que resisten a apagarse. Un linaje honroso de luciérnagas. Pienso ahora que las contratapas son un particular género político-literario que este Diario ha inventado, una política de la memoria que se construye narrando historias.
Del mismo modo, mi sueño dice que hay un saber que buscar, y que escribo por y para eso, para inventar o recordar (qué difícil algunas veces separar esas dos cosas) palabras, señas, rastros, señales, mensajes. A fin de cuentas, soñamos y escribimos para enterarnos de lo que sabíamos, soñamos y escribimos también para llegar a saber. Soñar y escribir comparten otra batalla, una disputa permanente entre lo ilegible y lo legible, también lo legible y lo ilegible se arrancan jirones entre sí.
Ahora ya no sueño dormida, pero sí sueño despierta porque escribo, que esta contratapa tal vez aspira a ser contraseña, señal titilante, faro o linterna en medio de un naufragio. Un sueño que no se quiere perder, al que no se quiere renunciar.
El sueño de querer seguir soñando.