¿Qué le vieron a la serie Adolescencia para que volviera a circular por las redes un psicoanálisis como el de los sueños representados por los collages de Grete Stern en la revista Idilio e interpretados por Gino Germani bajo el seudónimo de Richard Rest para la sección El psicoanálisis lo ayudará?
¿Por qué se echó culpa a las redes, a los sinsabores de la masculinidad hegemónica, a la libertad (¿o la indiferencia?) concedida por sus padres a un hijo encerrado todo el día frente a su computadora?
Un pedestre sándwich de pepinillos fue transformado en pieza de ajedrez entre la psicóloga policial (aunque ella desmienta serlo, está de ese lado) y el acusado. ¿O debemos pensar que darle un enfático mordisco equivale a aceptar que se está ya en el mundo de los delitos y castigos (la gayola) y entonces es lógico que, en las secuencia del principio, al ser separado de su padre para entrar en la antesala de la prisión juvenil, Jamie rechace el cereal, símbolo norteamericano del desayuno en familia que éste le ofreciera? (¡No es el momento, pa!).
Los señuelos gastronómicos de Stephen Graham (el actor, guionista, y productor ejecutivo de la miniserie de Netflix) son tan estereotipados como la personalidad de los personajes. El padre que encarna, Eddy, es el miembro de la clase trabajadora violento y deportista, chistoso (dice entre risotadas que la primera vez que su mujer lo besó, casi le arrancó las amígdalas), juega football y lo alienta, no tiene auto sino camioneta (¿habrá votado a la extrema derecha?).
Jamie es el niño tímido que se las arregla para eludir la educación física, sabe dibujar y aparentemente, matar. La madre, Manda Miller, no se qué características tiene , no me fijé o Stephen Graham hizo que no me fijara.
La serie trata sobre la responsabilidad de los padres sobre las acciones de sus hijos, y no sobre el escándalo del crimen infantil o el demonio de las redes. En las ficciones reales dos niños de diez años, Jon Venables y Robert Thompson, raptaron de un supermercado de Liverpool, en la década del 90, a James Bulger, de dos, lo torturaron y arrojaron a las la vía del tren, donde una formación lo partió al medio. Los responsables fueron condenados como adultos. Y recordemos al Petiso orejudo, de 16 años, que en 1912 mató a un niño de tres, pero fue acusado de matar a ocho.
Si hay una insistencia en Adolescencia es sobre si la pulsión criminal es hereditaria o no. Eddy hace una especie de auto-pedagogía cuando razona sobre su padre, que lo molía cinturonazos, y en cambio “él no es así”. O sea, ¿innato o adquirido?
En 1956 se difundió la película Semilla de maldad, de Mervyn LeRoy, que tenía como protagonista a una bella niña de trenzas rubias llamada Rhonda, que mata a un compañero por haberle ganado en concurso escolar. Luego continuará con otros crímenes, siempre manteniendo su imagen dulce e inocente. Su madre Christine sospecha de su hija pero la explica porque su abuelo fue también un asesino. Pero, ¿qué hace con ella? En su momento los guionistas se retorcieron de dudas. No podían dar un final feliz a Rhoda. “Que la parta un rayo”, debe haber dicho alguien, porque eso fue lo que escribieron. A Rhoda la partió un rayo.
Adolescencia sugiere nuevas temporadas. Hay muchos cabos sueltos, como el menor comentario en esa familia sobre el cartel pintado en la camioneta: “Pedófilo”.
Hablando de otra cosa, ¿no podría la desagradable psicóloga de “evaluación” haberle respondido a Jamie, en vez de con un lacónico e impotente silencio, con un tierno y sincero “sí, Jamie, sos muy lindo”.