-Nos hinchamos las pelotas, eso fue lo que pasó. Literal.

Cuando se armó el quilombo no veníamos tan mal, no éramos de los más barderos, no le digo que éramos un ejemplo Doc, porque tampoco sobrevivís si sos tan buenito, pero bue, habíamos aprendido en esos pocos años un par de reglas que servían para no pasarla tan mal. Se podría resumir en encontrar el equilibrio entre hacerse respetar, no dejarse atropellar, y por otro lado, como decirle, hacerse lo más invisible del mundo, transparente, pasar desapercibido. Ojo, yo se lo digo así pero no fue fácil: nos llevó un tiempo aprender eso, al Nenego mi hermanito un poco más.

Al principio llorábamos todas las noches. Pensábamos que no éramos tan distintos a nuestros amigos de afuera que estaban jugando en la calle, que comían con sus mamás. Pero de a poco te vas acostumbrando.

De chicos vivíamos en la casa de mi abuela Gloria en Capitán Bermúdez. El viejo trabajaba para la fábrica Verbano. No éramos ricos, pero ahora a la distancia nos damos cuenta de que sí, éramos ricos. 

Algunos sábados a la mañana mi viejo nos llevaba a la fábrica y nos mostraba las máquinas a mi hermanito, el Nenego, y a mí. —Apúrense que me voy —decía y guiñaba un ojo. Siempre el derecho guiñaba.

Dos veces al año, en la fábrica separaban las piezas que no se podían vender al público porque no habían pasado el control de calidad, entonces mi viejo traía a casa una fuente con todos hilos de oro y florcitas. La vieja hacía puchero a la noche, lo ponía en la fuente y era una fiesta.

La vieja era ayudante de una modista famosa, Lidia Bravo se llamaba. Venía gente de Rosario, de San Lorenzo a hacerse los vestidos de novia. La vieja hacía toda la parte más delicada, del detalle, porque ella era de Formosa, de una colonia alemana, Juan José Castilla, y había aprendido de chica a hacer ñanduti. 

¿Sabe Doctor que quiere decir ñanduti? Quiere decir tela de araña, es una palabra guaraní. A la vieja se le quemaron los ojos de tanto bordar y coser con esos hilos finitos. A mi hermanito, el Nenego, cuando le daba el broncoespasmo lo ponía con el nebulizador y le mostraba cómo se hacía la telaraña. El viejo cabreaba si los veía y le decía a mi vieja que lo iba a hacer maricón.

Un sábado a la tarde, en época de cosecha, el viejo fue a hacer una changa al Acopio de Valinoto. No se había puesto el arnés y el silo lo chupó. Los bomberos tardaron todo un día en rescatar el cuerpo y cuando le hicieron la autopsia le encontraron maíz hasta en los pulmones. Muerte por asfixia, dijo el parte. 

El viejo Valinoto se portó bien, compró el cajón más caro de todos y una corona que ocupaba toda la sala velatoria.

Fue medio por esa época que se empezó a ir todo un poco a la mierda. Ese fue el principio de todo. La vieja no podía con nosotros, la vieja era muy para adentro, le costaba mucho hablar, expresarse; como le dije había nacido en una Colonia alemana. La vieja era linda, pero seria. Ella esperaba a que estuviéramos dormidos con el Nenego para besarnos. Nosotros ansiábamos ese momento, ella no sabía que estábamos despiertos, ¿o sí ? Quizás era nuestro secreto, los tres fingíamos.

Antes de séptimo, estábamos en cualquiera. Boludeces, pero así se empieza. Nos creíamos piolas. Nos empezamos a alejar de los chicos que eran nuestros amigos, nos rateábamos, salíamos con el guardapolvo puesto y empezábamos a enfilar hacia el bar de Brika que quedaba en las afueras de Capitán Bermúdez, nos juntábamos con pibes más grandes, pibes que no eran del pueblo.

Al principio nos parecía raro estar en el bar de Brika con vagos grandes a las 11 de la mañana tomando Gancia con soda, jugando al truco, apostando al Quini, pero después, como todo, te vas acostumbrando.

Al fin de ese verano, un chabón al que le decían el Pocillo nos convidó a fumar con unos cañitos de metal que él ahuecaba. Quedamos re duros, superpila. Nos propuso hacer unos laburitos. Los dos somos flaquitos y ágiles, y eso es un valor. Nos dan siempre menos edad.

-Doctor le quedan cinco minutos.

-Ya terminamos doña.

Como decíamos con un amigo, José el poeta del Instituto, nuestra vida fue un tango: “la vida no me quiso y la muerte mucho menos”

En unos de esos laburos del Pocillo tuvimos la mala leche de que un cliente de la concesionaria que iba a entregar el auto, en el medio del robo le agarra un infarto y muere. La jueza de Menores nos manda al Instituto . En noviembre se hubieran cumplido tres años desde que llegamos.

Durante el día, en el Instituto, el tiempo se pasaba, hacíamos ranchadas, jugábamos al volley en el patio. Los días de lluvia veíamos películas en DVD, mi preferida era Rocky Balboa VII . 

Una vez al mes nos venía a ver la vieja y traía comida en un tuper que después nos afanaban o teníamos que repartir con los celadores. Bombas de papas y buñuelos de acelga nos traía.

A la noche se ponía más bravo, a veces tenías que fumarte a Marcelo el profe de carpintería que andaba con otro más pesado, de mantenimiento, el Hueso le decían, se ponían cargosos. 

El flaco este Marcelo de día se hacía el amigo, el piola, usaba el pelo largo con rulos, tipo hippie, nos convidaba cigarrillos en el baño. En el taller lo esquivábamos. Con la excusa de corregirte el agarre de la lijadora o cualquier otra boludez, te trataba de apoyar. 

De noche, estaba al acecho, (no sé si daba con algo) , y se envalentonaba, los pibes trataban de hacerse los boludos, ¿porque ante quien lo ibas a acusar? Los otros profes y celadores no se iban a meter. Los pibes lo esquivaban como podían, pero siempre había uno más débil y el hijo de puta se aprovechaba. 

Con nosotros, varias veces lo intentó, sobre todo con el Nenego. No pasó de sobarnos la pija, manosearnos, usted sabe. Se la teníamos jurada. Cuestión que a veces no pegábamos un ojo en toda la noche o dormíamos de a ratos, estábamos alertas, eso te ponía loco, al otro día no servías para nada, o estabas súper para adelante y te peleabas por cualquier cosa.

Un día descubrimos que nos faltaban una cajita como de zapatos de grande, pero más dura, que escondíamos debajo del armario. Tenía un par de boludeces, las cadenitas de comunión, un libro que la vieja nos leía de chicos, Leyendas universales, de tapa amarilla, unos llaveritos con la cara de Messi y una fotografía en que estábamos los cuatro en la puerta de mi casa de Capitán Bermúdez : mi viejo, mi vieja y nosotros dos de pantalones cortos. La foto es lo que más nos importaba, era la última en la que aparecía mi viejo.

Cuando fuimos a la Dirección a reclamar, uno que hacía como de Secretario nos dijo:

-No rompás más, las cosas te las hizo Marcelo.

Por eso pasó lo que pasó. Supimos esperar el momento, un amigo nos consiguió de onda una faca chiquita, maniobrable. Lo esperamos una noche. Sabíamos que cuando estuviera caliente iba a caer, iba a ir sobre el Nenego. A esos tipos cuando empezás a ponerte grande, cuando te empiezan a salir los pelos, no les gustás más, lo demás, ya lo sabe Doc, está en el expediente.