¿Cómo olvidar a Don Draper? Todavía resiste el recuerdo de su aparición en Mad Men, esa versión idílica de la Madison Avenue, el despegue de las agencias de publicidad, los años 60 y un mundo de sueños que ya anunciaba pesadillas. Y Don Draper era su símbolo, el hombre de traje impecable y pelo engominado, un artista y un temerario, un dandy y un hombre de familia. Pero detrás de esa fachada perfecta estaban las infidelidades, una infancia de pérdidas y carencias, una nueva identidad de revancha y restauración. Estaban las amantes a escondidas, con su pelo caoba como el de las femme fatales del film noir, y la esposa perfecta, una nueva Grace Kelly de vestido acampanado, suburbios y confort. Todo eso era Don Draper, encarnado en la estrella fulgurante que alumbró Jon Hamm.

Ahora regresa como otro ejecutivo de traje y corbata, otro hombre de familia, pero esta vez en nuestro tiempo y con otras fachadas. Amigos y vecinos explora una especie de reinvención posmoderna de aquel personaje, arraigado en el meteórico mercado de traders e inversores, en una Nueva York de mansiones lujosas y clubes de campo, de sueños efímeros y horizontes criminales. “Desde el momento en que desarrollé la serie, mi intención fue encontrar la manera de ponerla en marcha”, recuerda el creador Jonathan Tropper en una reciente entrevista con Deadline. “Como no se basaba en un best-seller ni era una secuela, necesitaba tener una estrella. Y la única estrella que realmente podía encarnar al protagonista era Jon Hamm”.

Jon Hamm y Amanda Peet en Amigos y vecinos

Esta vez Jon Hamm da vida a Alex ‘Coop’ Cooper, un agente de inversiones financieras que parece tenerlo todo, una casa soñada, una familia perfecta, un trabajo exitoso, un auto de alta gama. Pero también tiene una monstruosa hipoteca, gastos astronómicos y deudores en cada rincón del ficticio Westmond Village, un suburbio exclusivo de Nueva York. Pero además tiene una lista de problemas: descubre a su esposa Mel (Amanda Peet) en la cama con su amigo Nick (Mark Tallman), ex campeón de la NBA; y más tarde, su jefe y asiduo compañero de squash decide tenderle una trampa para quedarse con su cartera de clientes y su cuenta de negocios. Su camino se precipita en el desvío de ese sueño americano hacia el revés del imaginado paraíso.

Y si de desvíos se trata, las imágenes de Detour (1945), que asoman en el televisor de su departamento de soltero, anticipan un fatídico destino. En el noir clase B del exiliado Edgar G. Ulmer, el pianista Al Roberts se lanzaba a la carretera para recoger en ella todas las maldiciones: un muerto inesperado, una identidad usurpada, una mujer que lo chantajea. También Coop tropezará con los anuncios de la mala fortuna: un crimen involuntario, una identidad delictiva, una mujer de los bajos fondos que lo conmina a un trato criminal. Un itinerario signado por las trampas del consumo, por el engaño del ascenso social, por las malas decisiones narradas en voz en off. Un Don Draper atrapado en una novela de Raymond Chandler, siguiendo los mismos pasos hacia el desvío que el trágico Al Roberts de Detour.

“La piscina es una metáfora”, reflexiona la voz de Jon Hamm mientras se hunde en el agua helada de la piscina de uno de sus vecinos, aquellos que se han convertido en el blanco de sus improvisados hurtos. “No soy un hombre afecto a la introspección, pero hasta hace muy poco tampoco era un hombre capaz de aparecer en el suelo de la casa de otro, cubierto de la sangre de un muerto”. ¿Cómo llegó hasta ahí?, es la pregunta retórica que nos hacemos. Hasta esa casa señorial, esa piscina imponente, esa vida convertida en un aquelarre. Ese es el camino que propone la serie recién estrenada en Apple TV, un relato sobre el fracaso de los sueños caros y cobrados con intereses, sobre el esnobismo de una clase afirmada en apariencias y aspiraciones de élite, sobre la crisis de los hombres en la cincuentena y el delito como autorizada transgresión para esquivar el desencanto.

Coop no termina de renunciar a su vida de mentiras al igual que Don Draper no daba de baja esa fachada de prosperidad como parte de la generación dorada de la Madison Avenue. Sin embargo, Coop sí es capaz de mirar con cínica distancia lo que hasta hace poco era su hábitat predilecto, sus amigos jactándose de sus autos deportivos y sus inodoros inteligentes, las hipocresías que sostenían los matrimonios en crisis, las mezquindades detrás de las disputas en los divorcios. Coop pasó de ser uno más de esos cuarentones que van del cóctel al gimnasio a husmear en los cajones ajenos para extraer algún Rolex olvidado y venderlo por en una casa de empeño. Es así que, en su desvío, conoce a Lou (Andy Danson), la experimentada prestamista que descubre la fragilidad de ese mundo de negociadores virtuales que se relame ante el cantarín sonido de los billetes.

Jon Hamm

La quintaesencia de la mala fortuna en Detour parecía encanarse en la traicionera soledad de la ruta, los tejes y manejes de la femme fatale, las ironías del destino. En Amigos y vecinos, el creador Jonathan Tropper inscribe el funesto desvío en otro universo, aquel que conoce después de haber vivido quince años en el condado neoyorkino de Weschester. “Viví allí durante el auge de Internet, la burbuja de principios de los años 2000, y durante su crisis, aquel proceso en el que el dinero de los fondos de inversión se evaporó durante una inmensa estafa ponzi que llevó la firma de Bernie Madoff”. El derrotero desgraciado de Coop tiene las mieles y las tempestades de los negocios financieros de estos tiempos, una fachada más prolija cuando resplandece y más estruendosa cuando se derrumba.

La mirada de Tropper sacude ese estilo de vida nacido del siglo XXI, inconsciente de sus privilegios, ajeno a los dilemas del mundo real, que sucumbe ante la misma trampa que ha contribuido a crear. Para Coop, sus hijos, su matrimonio, la relación con sus amigos y vecinos son piezas de un andamiaje que debe sostener a como dé lugar. Y los robos se convierten en la mejor estrategia: relojes caros, piezas de colección, exclusivas botellas de vino son todos exponentes de la valía para ese círculo de dinero y frivolidad. Pero esos mismos objetos se revelan como anunciaciones de lo que vendrá, una premonición de ese destino incierto. Y entonces Coop nos anticipa, después de su descubrimiento del lado oscuro de los tesoros venerados, los entresijos de la trampa de la que ya no puede salir. “Una voz en off condensa la dolorosa sabiduría de haber estado allí”, concluye Tropper sobre el caminar solitario de su personaje