Desapareció del mapa en 1971. Llamé a su timbre, no estaba, dejé cartita, cuatro días después conocí en él a un mudo locuaz. Pasó un año, lo invité a tirarse penales con Amadeo Carrizo. Vi a un Gatti impertinente. En el tercer encuentro, echado de Boca y con 45, el “loco” quería ser eterno un rato más.
--Espero el libro de pases; un opio las canchas, voy por mis 50 --me confesó. Mi talento es mi patrón, salí de Boca por una mediocridad chiquita. Infelices, no tengo 45, tengo 20.
--¿En un rincón del corazón?
--Es una mierda la cédula: soy loco en la cancha, pero no boludo.
--Pero Gatti no es eterno.
--Por ahora soy eterno. Qué mediocridad envejecer a los 30. ¿Se ríe? El arquero juega 89 minutos bien, en un segundo ¡todo a la mierda! Es la puta. Necesito otra novia, el Colón.
--Me confesó que moriría a los 42. Tiene 44.
--Creí que no pasaría los 42, pero estoy vivo. Me aterra la vejez. ¿Ayuda para ir al baño? ¡No! Tengo a Nacha, a mis hijos, y soy feliz... Yo andaba por Israel cuando mi papá murió. Hombre de campo, me educó con la mirada. Tomaba un par de vasos y se soltaba mirando el retrato de Yrigoyen.
--Gatti, ¿usted es o se hace?
--Soy muy muy tímido. En el arco saco el fuego. Dios me dice: “Se me fue la mano, te quito el gran final”, y me deprimo. Debo levantar este muerto. El fútbol pide menos látigo y un buen vaso de vino.
--Reiteró la palabra sagrada: vino.
--Siempre un par de vasitos antes de jugar. Sin vino soy como todos.
--Locche coincidiría y Pelé y la doctora Aslán.
--Pelé, ese sabía soltarse. Dormía en los intervalos.
--A ver, Gatti, su virtud y su defecto.
--Virtud, ser agradecido. Defecto, mi individualismo. Debimos nacer sin cerebro y sin lengua. Soy creyente sin misa ni rezos al lado del cajón. Celoso pero no envidioso. Mejor un cáncer que la envidia... Me desvela la vejez. Diez años más está bien.
--¿Dirá eso dentro de diez años?
--Otro miedo, la obesidad. Pelado vaya y pase, pero gordo... Me pegaría un tiro. En serio.
--Siendo DT, ¿pondría a Gatti de 45?
--Yo no juego con mi cédula... Mi padre con la mirada me enseñó a no mentir.
--Cambió el mundo, ¿y usted, Gatti?
--No cambié. Me gustan el silencio, los yuyos, un buen vino o un comunardo.
--¿Tiene a su mamá viva?
--Anda por los 80, ¿se acordará de mí? Usted sabe, la atereosclerosis. Por eso: yo diez más.
--¿Qué gol imposible recuerda?
--Estaba en Boca, en Salta me metieron dos goles de tiro libre. La pelota estaba loca... allí hacían motocross.
--¿Cual fue el gran partido de su vida?
--Con la selección, en Rusia. Nevaba, las hice todas. Para entonarme tomé whisky. Menotti lo sabía. A cada tanto ¡chuik! ¡chuik!
--¿Usted es un hombres que llora?
--No le respondo... Pocas veces lloré para afuera. ¿Por qué me preguntó?
--No se avergüence: hasta Martín Fierro dos lagrimones le rodaron por la cara: Gatti, ¿vuelve con un club grande?
--Busco otro final para mi peli. Para mí el Colón. El país me reclama, soy la alegría. Qué importa que tenga 46.
--45 años, querrá decir.
--Tengo 46. Cuente los meses en la panza. Se juega con esto y esto y esto (Gatti señala cabeza, corazón y donde más le duele a los hombres). Debo traer la alegría. ¿Deliro? ¿Soy un boludo fanfarrón? Soy humildísimo. Muchos callan, eso no es humildad. Si no fuera así el público me hubiera dado una patada aquí ¿ve? en el culo.
--Gatti, dejar a los 45 no es deshonra. ¿Por qué sigue?
--Porque yo no soy quién para contradecir lo que Dios manda.
20 penales, a cancha cerrada
En 1972 una revista especializada en conseguir (o fabricar) “notas imposibles”, me pidió juntar a Carrizo y Gatti. Carrizo, cerca de los 45. Gatti, con 26, era el arquero más atrevido. Sin esfuerzo, a los “enemigos” los reuní en la cancha de Vélez. Se admiraban, y con afecto. Les pedí tirarse penales. Quién ganó: ¿Gatti o Carrizo? El duelo se desniveló al final.
A las 9 y 30 estamos en Beiró al 4000. Carrizo en su Torino. Gatti en taxi. Los dos abrevian los metros de separación. Carrizo camina como conwoy veterano y prestigioso. Gatti, livianito, parece cartero en día franco. Se miran. Se pegan tremendo abrazo.
Carrizo maneja rumbo al estadio. Gatti a su lado. Atrás el fotógrafo Antonio Legarreta y yo. Carrizo acusa un pequeño desgarro. Gatti le dice: “Vamos, viejo, no te achiqués”.
Los dos listos. El utilero nos deja tres balones, ni un alma en la cancha. Carrizo repite: “No me puedo hacer el loco”. Gatti simula no escuchar. Con la pelota en los pies, Carrizo se transforma: la sube al empeine, la adormece, la alza a la rodilla, la levanta a su hombro izquierdo, con un toquecito de clavícula la deposita en el hombro derecho, y dice: “Dale. Hugo, hacé algo vos”. “No, seguí vos Amadeo, yo miro”. Al final Carrizo deja la pelota como paloma persuadida. Gatti empuja el balón, elude a rivales ilusorios y patea sobre el arco vacío. Propongo empezar con los penales. La primera tanda, 2 a 2. En la segunda Carrizo ataja cuatro disparos y recibe un gol. Gatti ataja tres, uno desviado y un gol. En la tercera tanda se hacen cuatro goles cada uno. Desconfío: ¿se están exigiendo?
Quedan cinco penales para cada uno. Les confieso mi sospecha. Carrizo, serio, me dice: “Prometimos que iba en serio”. A Gatti mi sospecha lo enoja: “Si usted no me cree, ya se lo juro por mis hijos”. Le creo.
--¿Por qué casi todos los penales fueron hacia la izquierda?
--Ese lado no nos gusta a los arqueros --explica Gatti.
Dejo que me suceda el sueño del pibe, voy al arco. Me tiran desde afuera del área. Carrizo con suavidad. Gatti con vehemencia. Tiene hambre de arco. Porque la pelota con el frío duele, le saco un tiro con el codo a Gatti. Lo toma como canchereada: recibe el rebote y le pega con todo y yo me agacho y me grita: “¡Sáquese los anteojos, así no tiene excusas!” Respondo: ¡Sin anteojos la vida no tiene sentido!
Cambio, le tiro un centro a Carrizo. Se eleva con una rodilla adelante, alza el brazo izquierdo, y captura con una sola mano la pelota: como si fuese un gajo de cosmo.
Gatti busca el sol, para dorarse. La última tanda de penales, sigue pendiente.
--¿Quién es el mejor arquero argentino, Gatti?
--Yo. Por supuesto.
--Carrizo, y para usted, ¿quién es el mejor?
--Y no sé... la respuesta no me nace.
--Amadeo --le dice Gatti--, yo sé que vos sentís que sos el mejor, animate.
--Qué querés, no me nace. Bueno, sí, soy el mejor arquero… del mundo.
--Gatti --intervengo--, usted afirma que es el mejor. ¿Eso cree?
--Siempre digo que Gatti es el mejor. A Amadeo le falta lengua. El viejo, con carácter habría superado a Pelé... La única contra que tuvo Carrizo fui yo porque si no él jugaría hasta sus 50 en River. Las tribunas nos extrañan. Amadeo, organicemos partidos en todo el país. Vos jugás en un arco y yo en el otro.
--Hugo, yo voy con vos.
Posdata. Les recuerdo, faltan cinco penales cada uno. Uno de los dos convertirá un gol más, que el otro. Pasó medio siglo. ¿Quién ganó: Gatti o Carrizo? Eventuales lectores, me guardo el secreto. Secreto de profesión.