El mundo se volvió de repente un lugar horrible, una pesadilla envuelta en un estado totalitario, machista y opresor. Las mujeres dejaron de tener derechos, no pueden trabajar, ni caminar libres por la calle, ni elegir pareja, ni permanecer con sus hijxs y mucho menos decidir sobre su sexualidad. Un grupo de delirantes creó un nuevo orden en una ciudad de Estados Unidos, impulsados por la falta de nacimientos en años. Las mujeres fértiles fueron capturadas y condenadas a vivir como criadas-esclavas para un matrimonio que tiene como meta en su vida tener un hijo. Para lograrlo realizan una “ceremonia”, un eufemismo para una violación que se realiza una vez al mes en presencia de la esposa infértil, perpetrada por el marido al que llaman comandante. 

En la serie El cuento de la criada, basada en la novela de Margaret Atwood, la sociedad es como una recreación del libro 1984 en clave machista. Parece ciencia ficción, pero todas las situaciones marcan de algún modo momentos que se viven en la realidad, sólo que más extremos y violentos. Las mujeres sometidas a una organización que las oprime y no las deja ser. La serie comienza con el instante en el que atrapan a June, magistralmente interpretada por Elisabeth Moss, y desde ahí se va contando lo que va sucediendo con la introducción de flashbacks que traen cómo era la vida antes y cómo se fue pasando poco a poco a esta otra vida sin libertades ni derechos para las mujeres. “Dejamos que pase, no despertamos, las cosas se iban agravando cada vez más y no despertamos”, dice en uno de los monólogos interiores que utiliza la protagonista. En esta sociedad las mujeres están divididas en cuatro actividades, las esposas infértiles, que se visten de verde; las criadas que se visten de rojo y parecen más bien monjas aunque las traten de putas; las martas que son las sirvientas de las casas y las tías, que son mujeres encargadas de mantener a las criadas a raya y aleccionarlas. “Lo normal es a lo que nos acostumbramos”, dice para explicar el horror del encierro y la crueldad de los castigos a los que son sometidas las mujeres que osan salir de la línea impuesta, decir algo que no deben o rebelarse con la más mínima pequeña acción. ¿Cómo aceptan algo así? Consienten ese modo de vida como se consiente este modo de vida del otro lado de la pantalla, por acostumbramiento, por resignación, por miedo. 

En la segunda parte de la serie empiezan a verse señales de rebeldía dentro de June, la mujer que es llamada con el nombre de su comandante porque las criadas adoptan los nombres derivados del jefe de la casa. Cuando piensa en su marido y en la hija que tenía en su vida pasada, las fuerzas para afrontar la crueldad resurgen y se vuelven vivas. La idea de escapar y de no dejarse vencer es cada vez más fuerte, se va propagando en el mundo interior como una oruga que quiere volverse mariposa. Va juntándose con otras, va pidiendo a las amigas con las que puede hablar a escondidas que no se dejen vencer, se atreve a decir lo que les está pasando a una delegación que llega de México a negociar. “Somos esclavas, nos están matando, somos seres humanos”, dice en un discurso revelador y conmovedor. En los interiores la atmósfera siempre es oscura, la luz se puede ver afuera, en los exteriores. 

Cerca del final de esta primera temporada, un episodio las hace por fin empezar a mostrar el descontento, a pesar del miedo al castigo físico. Una a una se van animando a decir basta a tanto horror y deshumanización. Una de las escenas más emocionantes es cuando June camina por la calle al frente de esas mujeres con la canción de Nina Simone “Feeling Good”: “Es un nuevo día, es una nueva vida”. El final es abierto, pero esperanzador. June tiene una amiga fiel y de esa amistad resurge las ganas de liberarse. Las cosas pueden cambiar con un poco de coraje, y siempre acompañadas.