“La última noche que Renzo viene a mi casa no llueve. Es como si lloviera, pero no llueve. Hay niebla, eso sí. Las veredas están mojadas. A las luces de la calle las rodea una aureola brumosa, espesa. Y él parado ahí, bajo esa lluvia que no es lluvia, esperando”.

Así empieza Talón de Aquiles, el primer relato de Ese mundo ya no es nuestro, libro de cuentos de Pablo Colacrai, autor que nació en Noetinger, en 1977, pero que creció y vive en Rosario. Es licenciado en Comunicación Social y miembro fundador de la editorial Río Ancho Ediciones. Desde el 2010 coordina talleres de escritura. Publicó los libros de cuentos La noche en plena tarde (2012; próximamente reeditado por la Editorial de la UNR), Nadie es tan fuerte (2017, finalista del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez; reeditado en México en el 2025 por la editorial de la Universidad Autónoma de Nuevo León) y Ese mundo ya no es nuestro (2022). Varios de sus cuentos fueron incluidos en antologías y revistas literarias de Argentina, Colombia, Ecuador y Bolivia.

En las primeras obras de Pablo, La noche en plena tarde y Nadie es tan fuerte, nos encontramos con cuentos cortos, clásicos: centrípetos, redondos, perfectos, al modo de los griegos. Fieles al estilo realista iniciado por Chéjov y llevado al extremo, al llamado hiperrealismo de Carver. Pablo se inscribe con comodidad y soltura en esa línea narrativa. La misma, podríamos decir, de un Sergio Gaiteri.

Rodrigo Fresán nos habla de la teoría del glaciar como contraparte de la teoría del iceberg de Hemingway: “Que haya mucho bajo el agua pero, también, que haya mucho sobre el agua, ¿no?” En los cuentos de Pablo, entendemos ambas teorías. Las vemos en práctica, envueltos como por magia de arte, con los ojos vendados, hace que al llegar al final nos preguntemos: ¿cómo lo hizo?

Al abrir Nadie es tan fuerte, esperamos encontrarnos con un conjunto de cuentos similares a los que Pablo nos tiene acostumbrados. Pero la sorpresa es inmediata. Pablo decide salir de lo que podríamos llamar su zona y nos ofrece tres relatos de largo aliento con una estructura cercana a la nouvelle. Da un salto acrobático de forma y estilo. Y mientras nosotros leemos conteniendo el aliento él cae parado.

La tapa del libro.
 
 

 

Tenemos a tres posibles escritores, tres egos imaginarios: en Talón de Aquiles, el protagonista es un profe de Lengua y Literatura y escritor que se recupera de un accidente, mientras juega al ajedrez y reflexiona sobre literatura como si fuera lo más natural del mundo: “la ficción siempre es verdad”, nos dice. “La ficción vence al tiempo”. Cree que ahora, finalmente, va a tener la excusa necesaria y el tiempo para poder escribir, pero contrario a lo previsto: “Hacía unas semanas que vivía en un planeta diminuto y lejano, como el Principito, pero sin el candor ni la esperanza del Principito”. Por aquellos días –recuerdo– Pablo se fisuró una costilla jugando a la pelota, así que presentó el libro en sintonía total con su personaje. Una de esas malas coincidencias que nos juega la literatura. Aparte, si hay algo difícil de trabajar es la relación entre literatura y ajedrez. Pasar por los lugares donde ya tantos pasaron. Y tan bien:

“El juego era de mi abuelo. Las piezas son de madera pero no tan pesadas como a mí me gustaría. Algunas perdieron la franela verde que tenían en la base y quedaron más petisas que las otras. Si uno las arrastra sobre el tablero hacen un chirrido que rebota en los dientes. Siempre pensé que iba a arreglarlas cuando pudiera jugar con mis hijos. Pero ni a Ema ni a León conseguí interesarlos nunca por 'el juego de los reyes'. Así que desistí. La caja con el tablero y las piezas quedaron olvidados en el fondo de un cajón hasta que me quebré y pensé que sería una buena forma de pasar el tiempo. Algo en lo que podía ocupar la cabeza”.

En El centro del mar, el segundo de los relatos, la paternidad se vuelve el eje central. Una pareja que camina por la cuerda floja, de trasfondo el mar y un hijo que podría perderse. ¿Qué le pasa a un escritor que ya no escribe? ¿Deja de ser amado? Pablo focaliza en lo complejo de los vínculos, con la habilidad de un mago, que saca huevos de oro de la galera.

Los silencios, el último de los relatos –con un título más que oportuno– abarca ese lugar del escritor que quiere contar una historia que no se deja. Nos hace ir hacia atrás mediante un juego casi de montaje. Ir hacia atrás es el pretexto para contar un recuerdo. Así como contar un recuerdo es el pretexto para escribir. 

El protagonista describe sus primeras lecturas, ese acercamiento a la literatura, al deseo casi inconfesable de ser escritor y se enfrenta al mismo desafío que Rodolfo Walsh: contar una historia que no se deja escribir: una anécdota, un recuerdo, un volver hacia atrás en un intento vano de apresar aquello que sabemos que es inapresable porque sencillamente ya no es, como esos mundos que de un momento a otro dejan de ser nuestros.