Las imágenes de esta semana son de una crueldad que debería convocar a la rabia. Lo que sucede en el Hospital Garrahan, un símbolo probablemente inigualable de lo estatal que funciona bien, como centro de atención pediátrica a cuya excelencia se remiten niños y adolescentes de todo el país, tendría que ser un límite -uno, aunque sea- para la bestialidad.

Como ocurrió al cabo de la primera marcha un