Año que cierra atravesado por renovados proyectos antipopulares, el 2017 teatral comenzó con el fantasma de las salas semivacías y con un estado de alerta por el posible cierre de centros culturales y salas independientes incapaces de hacerles frente a los tarifazos y a la creciente inflación. Si el año anterior las declaraciones negacionistas de Darío Lopérfido sobre la última dictadura militar habían merecido palabras de condena al final de cada función, la metodología de repudio se repitió este año para manifestarse, entre otras cuestiones, contra el 2x1 de la Corte Suprema y para exigir el esclarecimiento de la desaparición de Santiago Maldonado. Como todos los años la cartelera de Buenos Aires parece redoblar su cantidad de estrenos respecto de la temporada anterior, las páginas de este diario apenas pudieron dar cuenta de un pequeño número de esos espectáculos. Este balance menciona algunos de esos montajes con la idea de ofrecer pistas acerca de las inquietudes teatrales de este año.

El valor del sueño y la utopía, desde siempre un tema recurrente en los escenarios, fue puesto en foco en obras como El cruce sobre el Niágara, de Alonso Alegría, con dirección de Eduardo Lamoglia, un asunto que también abordó Vagamundos, texto de la española Blanca Doménech que dirigió Carlos Ianni en el Celcit y que también por efecto metafórico estuvo presente en El cantar de los soñantes, último trabajo de Periplo Compañía Teatral. Proponer una reflexión sobre los peligros del vaciamiento cultural fue uno de los asuntos principales de El imitador de Demóstenes, escrita e interpretada por Diego Starosta, quien también realizó una reflexión sobre la creación teatral. Otro montaje que puso al teatro en el centro de atención fue Ricardo Bartís con su montaje La liebre y la tortuga en el Centro de las Artes de la Unsam , “una broma” acerca del teatro nacional”, según definió el director, que contó con un elenco de 33 actores.

Sin historia ni personajes, en su obra Cimarrón,  la dramaturga y directora Romina Paula compuso un entramado de ideas sobre cuestiones de género, además de otras ligadas a la filosofía, el lenguaje y los vínculos amorosos. Los temas de género también fueron los que privilegió el director Mariano Dossena en los tres montajes que estrenó durante el año: Carmencita, de Patricia Suárez, La noche a cualquier hora, de Patricia Díaz Bialet, y Los invertidos, el clásico de José González Castillo. Otro clásico, El padre, de August Strindberg, bajo la dirección de Marcelo Velázquz, apostó a subrayar el carácter intenso de una mujer del s. XIX que se opone a los designios masculinos. Además de asumir ese rol, Marcela Ferradás interpretó otra mujer decidida a todo en Pequeñas infidelidades, de Mario Diament, esta vez junto a Horacio Peña, dirigidos por Manuel González Gil  Escrita e interpretada por Brenda Fabregat y dirigida por Eloísa Tarruella, El mundo en mis zapatos reflejó el mundo de la mujer que comienza a transitar los 40. Sobre la adolescencia y sus secretos, Ana Alvarado dirigió Diarios de 15, un espectáculo de carácter performático. La actriz y directora Gabriela Izcovich en Siempre hay que irse alguna vez de alguna parte abordó el tema de la memoria y los modos de apresar el pasado. La gravitación de la tecnología en la vida cotidiana fue tema de Próximo, escrita y dirigida por Claudio Tolcachir. También Yoska Lázaro desarrolló el tema de la dependencia a las redes sociales en Ego tu alter App.

Hubo muchas versiones de textos dramatúrgicos o narrativos. Entre otras, Emilio García Wehbi, Maricel Alvarez y Horacio Marassi dieron a conocer Orlando, Una ucronía disfórica, versión de la famosa novela de Virginia Woolf, un espectáculo performático sobre el personaje de un humanista desilusionado que vive 500 años intentando modificar las convenciones sociales. Pompeyo Audivert estrenó La farsa de los ausentes, versión de El desierto entra en la ciudad, el texto en el que trabajaba Roberto Arlt al morir, versión que el director condujo hacia el tema de las metamorfosis posibles del populismo. Guillermo Cacace, por su parte, estrenó Parias, una versión libre de Platónov, de Anton Chéjov. Otro ruso versionado fue Nicolás Gogol cuya obra El inspector subió a escena bajo la dirección de Daniel Veronese. Por su parte, el director Fernando Ferrer en La fiesta del viejo ubicó en un club del barrio de Villa Crespo la acción de Rey Lear, de Shakespeare. Y en su Mishiadura bailable, el director Manuel Longueira encontró el modo de versionar La ópera del mendigo, del británico John Gay, inscribiendo los sucesos del original en el Once porteño. Finalmente, en Abandonemos toda esperanza, versión de En familia, de Florencio Sánchez, el actor y director Alfredo Martin, desde sus aportes a la dramaturgia logró amplificar y referir al presente toda referencia al empobrecimiento y el deterioro moral de la sociedad.

En Unificio, el director, actor y dramaturgo Norman Briski –este año premiado con el María Guerrero a la trayectoria– puso en escena las imágenes de un posible mundo del futuro, articulando ciencia ficción, absurdo y clown. También en clave de humor, La Shikse, escrita y dirigida por Sebastián Kirszner, abordó el tema de la discriminación mostrando los intentos de una mujer empecinada en convertir al judaísmo a su mucama paraguaya. Con la dirección del mismo Veronese y actuación de Luis Machín y María José Gabin, I.D.I.O.T.A.,del catalán Jordi Casanovas, enfatizó aspectos críticos a partir de un cruel experimento con el que se somete a un hombre desesperado por la crisis económica. Paredón, obra escrita y dirigida por Natalia Paganini, también hizo foco en la crítica social y política generada desde el humor que, con intenciones reflexivas apareció también en la obra Hermanas, de Carol López, bajo la dirección de María Figueras. El director Nelson Valente dio a conocer El declive, una obra en clave de grotesco sobre las relaciones interpersonales. Gaby Fiorito, en Viejas ilusiones, de Eduardo Rovner, versionó la historia absurda y cruel de dos mujeres ancianas enlazadas por el amor y la necesidad. Por su parte, Enrique Dacal llevó a escena Gato en tu balcón, de Luis Sáez,  “una obra de diván que se transforma en comedia negra”. El humor también fue parte fundamental de la propuesta de este año de Teatro X la Identidad , ciclo de micromonólogos que reunió una docena de autores, actores y directores, bajo la coordinación dramatúrgica de Mauricio Kartun y la dirección del mismo Veronese.

Año en que se llevó a cabo la 11º edición del FIBA cuya propuesta curatorial fue la transnacionalidad de los espectáculos y las experiencias escénicas de larga duración, también en el Teatro Cervantes hubo espacio para espectáculos de largo aliento, como 38 SM, sobre toda la obra de Shakespeare, con dirección del francés Laurent Berger y La terquedad, de Rafael Spregelburd, obra ambientada hacia el fin de la Guerra Civil Española que expuso a lo largo de tres diversos  puntos de vista sobre una misma serie de sucesos protagonizados por  personajes de ideas políticas contrapuestas. El mismo período de la historia de España fue el evocado en La panadera de los poetas, obra de María de las Mercedes Hernando que celebró con poemas y canciones la relación artística que mantuvieron García Lorca y Miguel Hernández.  Dirigida por Tatiana Santana, Fanny y el Almirante, de Luis Longhi, se basó en el enfrentamiento entre Fanny Navarro, actriz incondicional del peronismo, y el almirante Isaac Francisco Rojas. Otras dos posiciones irreconciliables fueron el eje de La controversia de Valladolid, obra de María Elena Sardi que puso en escena otras dos miradas opuestas, en este caso, respecto de la conquista y colonización de América. Con referencias a la última dictadura cívico militar, Todas las rayuelas, de Carlos La Casa, con dirección de Andrés Bazzalo, buscó condensar en la historia de Lisandro, el protagonista, los dolores y desencuentros vividos por todo un país. Tomando a la Revolución Rusa a modo de disparador, Mariano Pensotti en Arde brillante en los bosques de la noche desarrolló tres historias para indagar sobre “cómo la opresión hacia las mujeres es equiparable a la opresión de una clase por otra”. Sin una localización concreta, Héctor Levy-Daniel en su obra El mal de la colina  planteó un caso de discriminación y exterminio sobre el fondo de una historia de amor.

Entre las obras de los autores clásicos de esta temporada, la directora Corina Fiorillo llevó a escena El avaro, de Molière, junto a Antonio Grimau, en tanto que seis de las piezas breves del autor de Esperando a Godot fueron incluidas en Hacela corta Beckett, bajo la dirección de Rubén Pires. Por su parte, el director Santiago Doria realizó con su puesta de La discreta enamorada, de Lope de Vega, un homenaje al teatro español del Siglo de Oro, según su apreciación, base desde la cual surgió el grotesco criollo. Con dirección de Analía Fedra García, Relojero, la última obra que escribió Armando Discépolo, puso en valor las disputas en un tiempo de crisis de un matrimonio de clase media con tres hijos abiertos a las ideas de cambio.