“Lo que la vida quiere de uno es valor. Con las cobardías viene la muerte. Aquí, pues, me quedo”

Libertad Demitrópulos, "Río de las congojas".

 

Marchar es numerar: las matadas que nos faltan, los días, los meses, los años que pasan mientras contamos. Las cuentas en las que ciframos lo incontable, porque los femicidios componen, a lo largo de siglos, un genocidio interminable.

Las cifras, esas formas hechas de un número al lado de otro, y otro, pero que al mismo tiempo contienen violencia y dolor sin medida, son el modo de hacer pasar –siempre inacabadamente- una ausencia, cada ausencia, a la Historia.

Marchar es numeroso. Numerosidad creciente, muchedumbre mucheante. El cuerpo, cuando vuelve a casa, trae lo mucho consigo. Lo hace durar, lo mucho se vuelve lámpara para la noche y los demás anochecimientos, amparo para los desiertos de hoy y los que vendrán.

#NiUnaMenos cumple diez años. Es ya un hito feminista, un acontecimiento tal como lo definió alguna vez Alain Badiou: eso que sucede cuando un inexistente se pone de pie; un evento a partir del cual una verdad adviene, ocurre, precipitando metamorfosis, resignificaciones del pasado y del porvenir. En esta década #NiUnaMenos transformó nuestro lenguaje, puso palabras y números a lo que no lo tenía, definió una agenda pública, impactó en diversidad de ámbitos forzando desnaturalizaciones y permitiendo reconocer, identificar y nombrar lo “invisible”, porque las inexistencias son producciones sociales, no son fenómenos naturales. Las inexistencias se fabrican.

#NiUnaMenos infiltró los vínculos, posibilitó aquellas batallas que dieron lugar, tan arduamente, a la conquista de leyes, esas leyes que hoy peleamos por defender. Amplificó y fortaleció nuestras luchas, las expandió más allá de nuestras fronteras. Este año, este junio, el movimiento #NiUnaMenos se nombra antifascista y hace caber lo niunomenos: todo lo matado, todo lo matándose cada día, cada hora dañada de fascismo.

Marchar –hoy- es y será unir las luchas. Coser todos los pañuelos y todas las intemperies para así arroparnos y caber allí, que haya calor donde caber, calidez para lo árido.

Marchar es contar: narrarnos con cantos y carteles, vociferar desgarros, hacer pasar la presencia a la Historia. Marchar es decir presente, es hacer presente.

La Historia de este país nuestro se cuenta (digo contar con cuentas y digo contar con cuentos) en plazas, en calles caminadas, en multitudes arrumbadas y rumbeantes. La historia se escribe con #nuncamás y con #niunamenos, ni más ni menos que pancarta escrita a mano alzada, a voz alzada, a corazón alzado diciendo –a fin de cuentas- siempre lo mismo: se acabó esto de contar lo inaceptable. Cada cifra crecida, cada número que se añade a la fila es inaceptable.

Parar de contar lo inaceptable requiere contarnos en las calles, enfilar a la plaza, a las plazas, patear adoquín y asfalto, descontarnos de la mansedumbre y la obediencia, de la vida reducida a administrar la muerte, a disputarse sitio entre salvados y hundidos.

Escribo, escribimos una guía sobre el arte de marchar porque marchar es un arte. No es protocolo, no es técnica, es correr la voz y poner el cuerpo más temprano que tarde.

Anne Dufourmantelle, con inteligencia finísima y poética escribió lo siguiente: “… La risa libera, el sueño también. Intentan, por lo menos, sacarnos de allí, de esas lealtades que mantenemos a la fuerza, contra vientos y mareas pero, sobre todo, contra nosotros mismos. De alguna manera nos hacen experimentar un trauma positivo. Son un evento sin regreso, que sobreviene, y eso es todo. Un riesgo radical. De la misma naturaleza que la alegría, creo, son un momento del que uno no se repone, abriendo, durante unos cuantos segundos u horas, un espacio de abertura psíquica a lo inaudito. El sueño como la risa, nublan las fronteras de la noche o de la vigilia, de lo luminoso y de lo oscuro, de lo preciso y de lo borroso, testigos de una posibilidad de invención y de resistencia nueva que subvierte la repetición hacia el lado de lo inesperado. Durante un breve intervalo, irrumpen hacia lo que aún no ha sido dicho, escrito, ya firmado, ya destruido, regalándonos unos cuantos signos mágicos”.

Marchar, poetizando a Anne, es y sigue siendo –cada vez- un evento sin regreso, sin retorno, un espacio y un tiempo de abertura a lo inédito, a lo inaudito, a lo que carece de huella previa. Marchar es subvertir la fatalidad, en cualquiera de sus sentidos, en cualquiera de sus decretos.

Marchar es sentido por hacer, es disponerse a un acontecimiento siempre ignorado antes pero que leeremos mañana.

Marchar es un llamado, el llamado a que todxs escribamos el Diario.