Son casi veinte minutos de una master class del sonido Mingus. Si alguien quisiera conocer a uno de los grandes músicos del siglo pasado, tal vez no habría mejor prueba de exigencia que la escucha de “Sue´s Changes”, tema dedicado a su esposa, grabado en vivo en Buenos Aires. La crudeza de la improvisación pasa por los estadíos más diversos, todos en uno: arrancando como un grito explosivo con la batería y el piano a todo volumen luego se estaciona en un aire de balada, asentada en la raíz del blues para con el saxo como guía ir hacia un acople rítmico con contrabajo en la tónica del bebop. De la mitad hacia el final, un solo de saxo que termina en el free jazz entre los chiflidos del público y las onomatopeyas y risas del propio Mingus, un acelere y desacelere de puro swing con su quinteto brillando bajo una textura atemperada con la irrupción protagónica de la trompeta. Y entonces la sección rítmica encendida en el clamor de la llama tribal, que en el epílogo suena a New Orleans y a las profundidades de los toques afroamericanos.
Grabado en dos presentaciones en el Teatro Coliseo y el Teatro Sociedad Hebraica Argentina, entre el 2 y 3 de junio de 1977, Mingus In Argentina: The Buenos Aires concerts, editado por Resonance Records, es uno de los rescates discográficos del año por, al menos, dos razones. Por un lado, es uno de los últimos recitales del extraordinario contrabajista: los conciertos tuvieron lugar tan sólo seis meses antes de que a Mingus le diagnosticaran esclerosis lateral amiotrófila (ELA), que lo llevó a la muerte el 5 de enero de 1979 en Cuernavaca, México, con apenas 56 años. Y, por otro, los trece tracks ofrecen una mirada reveladora a la banda de aquella época, poco documentada en su extensa trayectoria. El quinteto que acompaña a un Mingus vigoroso, que no parece estar debilitado por la enfermedad que marcará su ocaso, estuvo formado por el trompetista Jack Walrath, veterano de la legendaria “Banda Changes” de mediados de los ’70, el saxo tenor Ricky Ford, el pianista Robert Neloms y el baterista Dannie Richmond, que tomó la posta y continuó con discos como The Last Mingus Band AD, publicado en 1980. Apenas dos años después de su visita a Argentina, para completar el mapa contextual, Joni Mitchell le rendiría un homenaje con su disco Mingus, concebido en colaboración con el contrabajista y lanzado seis meses después de su fallecimiento.
Resucitado de las cintas mágicas del archivo de Carlos Melero, sonidista de aquellas presentaciones, y por el mismo sello que publicó recientemente los conciertos de Bill Evans en Buenos Aires en 1973, los recitales en vivo se editaron bajo la masterización de Matthew Lutthans en un sofisticado álbum de tres LPs, con una versión en dos CDs y que también se pueden escuchar en las plataformas virtuales. Fue un Mingus efervescente en el escenario, que abrió el primer concierto con uno de sus clásicos, “Goodbye Pork Pie Hat”, su tributo al fallecido saxofonista Lester Young, melodía famosa y encantadora, y una elección obvia de apertura, con poco más de siete minutos de duración. Todo al calor de un público que se refugiaba en el encierro del goce musical, con el jazz en su función de gala, ante la siniestra sombra de las calles bajo dictadura militar.
Pero así como fue un líder magnífico no dejó de mostrar una personalidad algo sombría que le ganó el mote de “el hombre furioso del jazz”, dueño de un temperamento tan irascible como inestable, reflejados en su célebre autobiografía Menos que un perro y en la valiosa e indispensable Mingus: una biografía crítica. Su autor, Brian Priestley, escribió las notas originales del disco, completadas con un fragmento del libro Grandes del jazz internacional en Argentina (1956-1979), de Claudio Parisi, y con entrevistas a algunos músicos. Según las crónicas de época, Mingus dio una conferencia de prensa con pocas pulgas y los diarios casi ni se hicieron eco de su presencia. Claudio Parisi, que asistió a los conciertos, escribió: “Desafortunadamente, la prensa musical local no le brindó la bienvenida que cabría esperar de una figura tan importante del jazz. En consecuencia, la presentación no tuvo una gran afluencia de público. Fueron publicaciones de rock como Pelo y Expreso Imaginario las que dieron más importancia a este gigante musical”.
Lo que predomina en Mingus In Argentina es un jazz sucio, festivo, adrenalínico y desprolijo, el que simbolizaba perfectamente su prédica de tocar desde un punto de vista más dilatado y con largas sesiones que las elegantes big band, con un exigente nivel de arreglos aunque lejos de las partituras y colocando, en el centro de la escena, los diálogos de solos y banda en la búsqueda de la expansión de la forma. En eso, Mingus fue un maestro difícil de dominar e imitar. “Escribo en una partitura mental y dejo que esa composición pase, parte por parte, a los músicos”, solía decir, combinando las raíces del blues, las rítmicas africanas, del bebop, del postbop y del ragtime, el calipso y el hard-bop, el góspel o incluso el free jazz.
La química del quinteto –que, de acuerdo a Priestley, fue el menos apreciado de las formaciones de Mingus– interpretó con visceral espontaneidad temas que abarcaban desde composiciones conocidas como “Fables of Faubus” (un blues que escribió contra el gobernador racista de Arkansas, Orval E. Faubus), hasta otras más modernas como “Duke Ellington's Sound of Love”, “Three or Four Shades of Blue” y la latina “Cumbia and Jazz Fusion”. Mingus no abusó de sus solos de contrabajo y se alternó con fluidez en su arquitectura de improvisación grupal –en más de una ocasión se aprecian destellos polirrítmicos que anteceden al rap y al hip-hop– en “For Harry Carney” y “Noddin’ Ya Head Blues”. El sonido y la furia, la intuición y la guía cerebral, y dos perlas con Mingus al piano que flotan brevemente serenas, como si el teatro se hubiera vaciado para que él, a oscuras y con las plateas vacías, hubiera permanecido a solas, introspectivo y juguetón.
Influenciado por Duke Ellington, el que podía hablar en los mismos términos de Bach o Debussy como de Freddie Webster o Art Tatum, el que tocó con Louis Armstrong y Charlie Parker, el que con Mingus Ah Um (1959), llegó a las cumbres del jazz, el enfant terrible del jazz, el que se indignaba por los atropellos raciales y produjo una música indómita y enigmática como su contemporáneo Thelonious Monk, el inefable Mingus revive con un disco de gran consistencia. “Sólo tocar, nada más”, era su viejo lema, y aquellas cintas de su convite en Buenos Aires reflejan fielmente su alma salvaje, la que parecer seguir tocando “todos los sonidos, fuertes, suaves, sonidos que no se oyen, sonidos, sonidos, sonidos”.