En junio oscurece temprano. Los últimos días del otoño son los más cortos del año, por eso son pocos los que trotan por Malaver o Libertador, o los que pasean sus perros por Maipú o Villate. En cada puesto de vigilancia, los milicos se pasan el mate sin sacar los ojos de la tele. Se preguntan si tendrán una noche movida.

Adentro, el principal habitante luce, una vez más, desconcertado. No es el desconcierto cotidiano al que está acostumbrado su pequeño círculo íntimo. Es un desconcierto mayor y contagioso a la vez. Los que intentan calmarlo se sienten como él, aunque disimulen. Finalmente, él tuitea. Finge celebrar.

Le preocupa su futuro a mediano plazo. Su libertad ambulatoria, para ser precisos. Si la maquinaria judicial sigue respondiendo a su antiguo dueño, tarde o temprano pagará por $Libra. Ese pensamiento lo atormenta. $Libra es el elefante en la habitación, del que no hablan porque temen dañarse aún más. 

Después está la cuestión de la estrategia electoral. No es lo suyo, hay quien se ocupa de eso. Ahora tienen que descartar todo lo que hicieron y volver a empezar. Así es la vida. Le informan que hay manifestaciones multitudinarias del peronismo en todas las ciudades del país. Ordena que no le cuenten más nada. Toma la pastilla que le acercan.

Después de Olivos, las estaciones del Ferrocarril Mitre en sentido a Tigre son La Lucila, Martínez y Acassuso. En una muy coqueta casona cercana a la estación, el ingeniero está feliz, pero feliz en serio, aunque su rostro permanezca, como siempre, inexpresivo. Es una de esas escasas ocasiones en las que lamenta no tomar alcohol. 

Mira el sillón vacío frente a él y recuerda que allí comenzó todo. Allí sellaron el pacto, el que su socio incumplió, una y otra vez, compulsivamente, y que ahora sí, definitivamente, acaba de volar por el aire. Los negocios le generan felicidad, pero es una felicidad pasajera. La única felicidad duradera proviene de la venganza.

Fue un trabajo de orfebrería. Algunos le costaron más de lo esperado pero al final cumplieron y eso es lo que cuenta. Está para descorchar un buen champán, brindar y tomarlo entero, paladeando cada sorbo, hasta hundir el pico de la botella vacía en la frappera, piensa, con los canales de noticias de fondo. Acaba de hacer una carambola importante. Justo cuando lo daban por muerto.

Claro que la jugada abre escenarios inciertos, pero de eso habrá tiempo para ocuparse más adelante. Lo importante ahora es disfrutar el momento. Imagina el sudor frío por la espalda de los hermanitos, tal como se los advirtió. Siempre se manejó así: hoy resolvemos los problemas de hoy. Después vemos.

A partir de mañana, Pucho y Diego se mostrarán menos dóciles y poco complacientes con los términos que les imponen. Fantasea con que acaba de cambiar el balance de poder interno. Aunque, en realidad, las elecciones le importan poco, porque con esto ya se siente ganador. Casi puede escuchar el amenazante tic tac tic tac en la cabeza de esos socios tan complicados.

Qué barbaro esta mina, piensan en Olivos y en Acassuso. No se inmuta. Te canta las cuarenta. Nunca pierde de vista la perspectiva. No conocen el dicho porque nunca anduvieron por Tolosa (mucho menos por Villa Elvira, El Mondongo o Los Hornos): "plata y miedo nunca tuve".

Pero lo que se les escapa, lo que los hace persistir en el mismo error generación tras generación, es más que una frase. En José León Suárez, donde hace 69 años fue la masacre, en cada rincón del conurbano, el que tenía la llave de la unidad básica va y la abre. 

Cansados porque tienen dos o más laburos, angustiados por el presente pero confiados en su potencia para construir futuro, se irán acercando, de a uno, de a dos, de a cinco, como hicieron antes sus padres y abuelos.Tienen también una mezcla de ansiedad y excitación, pero sobre todo una íntima convicción. 

Como pasó ya media docena de veces en nuestra historia, los sin Patria vuelven a agarrar el mismo cable pelado y, en su torpeza, ordenan lo que estaba desordenado. Revitalizan lo que lucía desganado. 

La calle San José se convierte en el centro de la solidaridad. Las conversaciones vuelven a politizarse: en la cola del banco, en la puerta de la escuela, en todos lados. 

El chabón de la unidad básica prende las luces, pone la pava, pega una barrida, acomoda las sillas. Decide regar las nomeolvides, esas florcitas celestes, hermosas y a la vez rústicas y resistentes, que no habitan la casona de Acassuso ni los jardines de Malaver y Libertador.