Vieron a Braulio caminando a la orilla del riachuelo, en su mano derecha agitaba una horqueta de sauce llorón y rengueaba un poco de la pierna contraria, o sea, de la izquierda. Pensaba en su prima Marisa. Cuando ella llegó a la casa para quedarse a vivir con la familia como si fuera su hermana, porque sus padres habían muerto al caer en la Garganta del Diablo el helicóptero de turismo con el que sobrevolaban las cataratas del Iguazú, él intentó matarla.
Y sí, tenía esas cositas un poco antipáticas el enano. Con la mejor de sus sonrisas le ofreció a su flamante hermana una buena porción de veneno de hormigas granulado asegurándole que era maní con chocolate pero ella, nadie lo sabía aún, era inmune a todos los venenos conocidos, por eso, más tarde, después de algunos años, comenzaron a llamarla “la bruja”. Dios le había dado en sistema inmunológico lo que le había negado en belleza, comentaban por lo bajo los vecinos.
Braulio, a quien sus padres, que no podían tener hijos, habían comprado barato a unos gitanos que pasaban, siempre había sido considerado por el barrio como un enano megalómano. Famoso por sus piernas torcidas, se sentaba en el borde de las sillas dejando sus piececitos colgando, ya que no llegaban al piso. A esta dificultad se agregaba, además, el pánico que sentía ante la sola idea de apoyarse en el respaldo. Delirio paranoico, diagnosticaban apresuradamente algunos, pero no, era más bien miedo de que le fueran a ver las manchas que dejaba en su camisa ese lunar feo que tenía entre los omóplatos y que parecía la boca de un volcán purulento, por eso nunca iba a la playa y no porque odiara la arena, como solía argumentar para excusarse.
Ella, Marisa, fue la iniciadora de Braulio en los arcanos del curanderismo cuántico luego de culminar con notas sobresalientes un curso online de cinco clases sobre física clásica y contemporánea. También lo inició en otras cosas no tan secretas de las que algún día alguien hablará, o no. Desde entonces están entrelazados cuánticamente de un modo singular, por eso es que cuando a uno le pasa algo el otro lo sabe inmediatamente aunque esté en el otro extremo del universo, suponiendo, claro, que el universo tenga extremos.
Y ahí estaba él ahora, de puro altruista ya que nadie se lo había pedido ni le pagaban un peso por su tarea, intentando, con su horqueta de sauce llorón, descontaminar mediante complejos algoritmos mapuches y mágicos pases de física cuántica ese rio roñoso que ya ni peces parecía tener y soportando la burla de un grupo de gaviotas muertas de hambre que se reían de él desde el velamen en ruinas de un barquito abandonado.
Braulio miró hacia las putrefactas aguas y alcanzó a ver a un bagre que, a duras penas sobrevivía en ese caldo infecto, tratando de saludarlo o, tal vez, queriendo pedir auxilio agitando sus bigotes un poco alicaídos, pero no pudo constatar esa primera impresión porque antes de devolverle el saludo o de preguntarle qué estaba necesitando, las susodichas gaviotas muertas de hambre cayeron sobre él y una de ellas, la más apta para la lucha por las supervivencia, lo tragó de un solo picotazo. Hubo al menos una de ese grupo de aves que habiendo fracasado en su intento a causa de un ala quebrada se suicidó arrojándose desde lo alto del palo mayor del velero antes citado a las negras y fétidas aguas. Y lo bien que hizo, evitó de esa manera que Gendarmería la capturara para ser fusilada en plaza pública, como se hacía con todos los minusválidos desde que gobernaba el país el Gran Tigre Por Demás Rayado.
Pero ahora Braulio se detiene a vigilar su pie izquierdo. ¿Está sangrando? No, todavía no, por suerte, le duele pero todavía no sangra. No puede dejar de pensar en eso. Recuerda siempre aquella vez que al salir de su ducha semanal se sentó en el borde de la cama para, alicate en mano, comenzar a cortarse la uñas y, sin querer, se lastimó la piel del dedo meñique. Quién hubiera podido imaginar que de un corte tan minúsculo pudiese manar tanta sangre. Como solución de emergencia se calzó un balde de plástico a modo de bota y, con su Gilera a toda velocidad, se dirigió al hospital más cercano. Todavía recuerda con amargura las risas de la médica de guardia y de las enfermeras que la acompañaban. Pero qué sangre, le decían. Usted no está sangrando, saque el pie de ahí, no sea ridículo y vuelva a su casa, Como él insistía gritando de rabia y salpicando de sangre todo el ambiente le aplicaron una inyección con alguna droga desconocida que lo sumió en terribles pesadillas. Antes de caer rendido alcanzó a llamar a Marisa aunque no hubiera sido necesario hacerlo porque ella ya lo sabía. Al día siguiente lo sacó de la internación.
Por esas cosas es que él la quiere tanto, ella siempre lo rescata de situaciones peligrosas, como aquella vez que quisieron lincharlo. Después de dos años de sequía y cuando todos estaban desesperados y hartos de misas y procesiones invocando a San Isidro sin resultado alguno, él, con su dotes mágicas y científicas, logró que lloviera. Llovió un año entero ¿y qué hicieron aquellos agricultores desagradecidos? Lo culparon de la inundación. Nadie sabe cómo pero Marisa llegó, dicen que volando montada en un raro vehículo monoplaza, y lo rescató llevándolo colgado de los pelos para dejarlo libre, unos minutos después, sentado en un banco del laguito del Parque Independencia. Allí Braulio, mientras balanceaba sus piececitos que no llegaban al suelo, se empeñó, otra vez de puro altruista, en curar a los gansos de la peste que los estaba diezmando y amenazaba acabar con ellos.
Esta vez sí obtuvo el merecido reconocimiento y, a raíz de ello, fue contratado por Newell’s Old boys para que tratara a su centroforward que hacía dos años que no convertía un gol. Su intervención fue exitosa, el Ranita Gutiérrez volvió a hacer goles, sobre todo los días de lluvia, hasta que una rara enfermedad afectó el dedo meñique de su pie izquierdo y lo sacó de las canchas. Para curarlo, Braulio se contagió voluntariamente de la rara enfermedad y el Ranita volvió a convertir goles. De hecho, el episodio de hemorragia que sufrió y que lo llevó aquel día al hospital calzando un balde de plástico como si fuera una bota, fue a causa del tal contagio. Al año, el club, luego de una pésima campaña, se fue al descenso y otra vez tuvo Braulio que enfrentar la violencia y la ingratitud. Así que huyó a Buenos Aires perseguido de cerca por la barra brava leprosa. Allí volvió a rescatarlo Marisa que lo dejó a orillas del riachuelo luego de sobrevolar la Bombonera, renombrada desde la privatización del fútbol como Boca Juniors Stadium, para ver de colado el clásico aunque sea un ratito.
Sin embargo, ahora está a punto de perderla. Pero a pesar del dolor que está padeciendo está también muy feliz porque la fama de su hermanita ha trascendido estas insignificantes anécdotas a que se acaba de hacer referencia y ha sido convocada por el Gran Tigre Por Demás Rayado, para hacerse cargo, sin condiciones ni compromiso alguno con Dios ni con la patria, para hacerse cargo del Ministerio de Eroticidades Esotéricas y Afines.