Desde Barcelona

UNO En principio, el término psicotrónico se utilizaba para lo investigable en el difuso terreno de lo paranormal. Fantasmagorías inasibles, cosas que se movían más o menos solas, pensamientos a leer como si se tratasen de tweets, esos ovnis que nunca llegan pero siempre vuelven (y aquí vienen de nuevo), y ciencias ocultas al descubierto a las que se les buscaba solidez y certeza de hecho comprobados. Más tarde, se amplió lo psicotrónico a la conspiranoia de agencias secretas gubernamentales lavando cerebros o implantando allí células durmientes para despertar a magnicidas. Ahora, lo psicotrónico está en todas partes raras y en todos lados bizarros y abarca desde el freakismo pop hasta la chifladura plop. 

Y “¡¡¡Bienvenido a la semana más psicotrónica de tu vida, Rodríguez!!!”, le grita desde su tele el científico loquísimo y abuelo bestial Rick Sánchez. Pero no, no es cierto. Rodríguez alucina. Y lo que en realidad está viendo Rodríguez es un noticiero. Y es que la tercera temporada del demencial psycho-cartoon Rick & Morty –que aún no pertenece a la Disney, pero quién sabe por cuánto poquísimo tiempo– acaba de terminar. Y tal vez sea síndrome de abstinencia o, quizás, la certeza de que los delirios de ese dibujo animado son mucho más graciosos e inspiradores que los caricaturescos y desastrosos prohombres y promujeres del Procés Catalán y de sus contrapartes (ahora ocupados en el comentario de los muy entre  Tintín y Umberto Eco asuntos de las reliquias religiosas de Lleida/Sejena o de la Moleskine con los apuntes para la Independencia). En cualquier caso, lo que pasa es que Rodríguez ya está extrañando las aventuras chifladas de ese Rick y de su inocente pero inestable nieto Morty al que una y otra vez le abre los ojos con prepotencia de naranja y mecánica Técnica Ludovico que te prohíbe parpadear y que te obliga a verlo todo, incluyendo lo que no se quiere ver. “¡Abre los ojos, Morty!” le ordena Rick metiéndole los dedos en los ojos. Como a Rodríguez, ahora, en la semana más psicotrónica de su vida en las que al jediondo Rodríguez no lo acompaña La Fuerza sino La Debilidad.

DOS Porque a contar y a saber: Martes 19 de diciembre (cierre de campaña en plan todos-contra-todos en ambos bandos); Miércoles 20 (jornada de reflexión y de hacer flexiones para aflojar tensiones musculares); Jueves 21 de diciembre (discutidas y reñidas y, en las encuestas, muy empatadas y nada empáticas elecciones catalanas en día hábil y con niños en casa llorando más que Marta Rovira, porque lloran de felicidad por el adelanto de sus vacaciones); Viernes 22 (resaca por el grave conteo de votos y las voces agudas de los monstruosos Niños de San Idelfonso repartiendo el Gordo Navideño y, por suerte, adiós a ese espantoso spot de la Lotería dirigido por Amenábar con alien rubia y pretenciones psicotrónicas pero más cerca de Corín Tellado); Sábado 23 (el clásico Barça-Real Madrid con el psicópata de Ronaldo asegurando una vez más que “soy el mejor jugador de fútbol de la historia” a todo quien quiera oírlo mientras Messi sonríe con esa sonrisa); Domingo 24 (Rey discursivo, Nochebuena en familia rota por la grieta entre separatistas y unionistas y, ahora, entre separatistas y separatistas con Puigdemont vs. Junqueras; y alguno intentará suicidarse con chupito de cicuta como bosniocroata en La Haya al no poder aguantar la muerte de la utopía o el triunfo de la distopía); Lunes 25 (visita navideña a los heridos en hospitales con nuevas salas en Emergencias no para accidentes pirotécnicos sino para los que se agarraron a golpes junto al arbolito); Martes 26 (San Esteban, a quien se suele invocar para que alivie los dolores de cabeza y de articulaciones desarticuladas). 

Y a partir de ahí esos días-limbo hasta el Año Nuevo primero y Reyes después con los regalos que no eran los que esperaban. Y las promesas a no cumplir y –tal vez peor– las promesas que se querrán cumplir sin importar leyes o minorías o mayorías. Y Rodríguez recuerda que Rajoy dijo aquello de que “las elecciones traerán aire fresco”. Pero a Rodríguez le parece que lo que van a traer es aire helado. Y psicotronics para todos: Carles Puigdemont (Rodríguez leyó que de pequeño y no tanto le obsesionaba la nigromancia y que su esposa rumana “es medio bruja-maga”) insistió desde Bruselas con eso de fundar “la primera república nativa digital a llamarse E-Stat o eRepública” con “una identidad digital catalana autogestionada y un voluntariado digital y una moneda digital catalana”. Algo así como eso de los bitcoins; pero que, en lugar de precipitarse desde la cima de un esquema piramidal cuando la burbuja estalle acabará precipitándose desde lo alto de castell. Mientras tanto y hasta entonces, ahí estarán todos: intentando (de)formar gobierno con piezas de rompecabezas que no encajan pero sí dan jaqueca.

TRES Y Rodríguez apaga la televisión y busca el diario para averiguar si todavía sigue en pie la exposición Andy Warhol: El Arte Mecánico en Caixaforum. Y Rodríguez pensó en las mutaciones psicotrónicas que, a lo largo de la vida, experimenta el examen de los periódicos y lo que allí interesa. Y recuerda haber leído –pero no recuerda dónde– que la lectura de las diferentes secciones de los periódicos se suceden como forma alternativa del ciclo de la vida: durante la infancia leemos los cómics; en la adolescencia, los horóscopos (en tándem con las igualmente imprecisas predicciones políticas); en la juventud, los horarios de la sección de espectáculos y los suplementos culturales; en la madurez, el pronóstico meteorológico como si se tratase de algo fascinante y vital; en la vejez, la curiosidad y alivio de todavía no figurar en las páginas de necrológicas y avisos fúnebres. Pero Rodríguez se aferra a su mocedad y, sí, Warhol sigue ahí hasta el 31 de diciembre. Y allí va con su hijo. Y Andy tiene un look bastante Rick. Y Rodríguez le va contando la historia del Pop Master a su pequeño. Le dice que Warhol lo vio todo antes: Gran Hermano, la fama instantánea y efímera, la idea de que no existe nada de nadie y el que todo es de todos. Pero que, también, era un genio y un adelantado. Y que (como los verdaderos profetas, cuya influencia y descendencia suele ser nefasta) justo se murió cuando comprendió que el mundo real comenzaba a parecerse demasiado a sus fantasías. Y que, por lo tanto, fantasear ya no tendría gracia: porque todos verían lo mismo que él, pero mucho peor hecho y colgado. Y, de paso, le cuenta que esa música que se escucha de fondo de expo es The Velvet Underground. Y que esa canción se llama “Heroin”, y Rodríguez aprovecha para mencionarle que se ha disparado el consumo de esa droga en la ciudad y que han aumentado los narco-pisos en el Raval y... Su hijo lo interrumpe y le pregunta  si esa droga es como la que –en los avances de la temporada que terminó, con todos esos dibujantes y todos esos estilo– consume por accidente Morty en el garage/laboratorio de Rick. Y que le hace ver tantas cosas raras. Y Rodríguez le contesta que no; que esa otra droga es el psicotrónico LSD. Y añade que, mejor, por las dudas, ni una ni otra, ¿sí?, ¿por favor? Y su hijo lo mira como si estuviese drogado. 

Después vuelven a casa y el televisor está lleno de encuestas y reproches y debates y dichos tanto más raros que los de Rick que –hijo y padre vuelven a ver ese capítulo en el que el abuelo se convierte en un pickle para escaparle a una sesión de terapia familiar– es como si lo mirase a Rodríguez y le gritase y le  escupiese un “¡Abre los ojos, Rodríguez!”

Y, con los ojos llenos de basuritas, Rodríguez obedece; porque la desobediencia a esa orden sería algo así como estar ciego, ¿no?