Vienen del mundo de la muerte, seducen con su canto y su belleza hipnótica, seguirlas significa caerse como rocas hasta el fondo del mar. El encanto de las sirenas como un embrujo que confunde y atrapa, un peligro ineludible para los que naufragan. Nadie puede resistirse, si alguien lo logra pierden su encanto, sin posibilidad de salvarse, a la deriva, se vuelven piedras y ya nunca vuelven a recuperar la magia.
La serie de Netflix, Sirenas, que permanece hace varias semanas entre las más vistas de Argentina y Latinoamérica, retoma el mito de estas criaturas, mitad mujeres hermosas, mitad peces, para ubicarlas en la actualidad en un mundo de riqueza y superficialidad. Julianne Moore es una de estas sirenas, inmersa en una vida de lujos, glamour y falta de conciencia social, vive en el medio del bosque, rodeada de lagos, playas y seres humanos casi esclavos que utiliza a su antojo y conveniencia. El personaje de Michella llegó a su pequeña burbuja de poder al casarse con un millonario, interpretado por el legendario Kevin Bacon, y creó una pequeña secta ocupada en idolatrar a las aves.
Milly Alcock es Simone una especie de ama de llaves odiada por todo el personal que dirige la casa y tiene una relación simbiótica con su jefa Michella. El orden perfecto se ve interrumpido cuando aparece en escena la hermana de Simone, Devon, en la piel de Meghann Fahy, una mujer que viene de las márgenes de la ciudad, con una vida de excesos y pocas posibilidades. De repente, viene a desestabilizar la aparente perfección, para destapar los velos que cubrían a todos los personajes y desenmascarar las trampas y los misterios que ocultaban detrás de los brillos y las apariencias.
El personaje de Devon funciona como eje problemático para develar las mentiras, los secretos, las trampas, las hipocresías y las malicias que escondían estas personas que vivían simbólicamente en una isla, alejadas de la realidad y la vida de la gente común. La serie de cinco capítulos tiene el punto más alto de su narrativa en esta tensión e intención de cuestionar las relaciones de poder que se tejen en las clases más altas de la sociedad: el contexto de la ostentación muchas veces nubla las mentes y los sentimientos de solidaridad y empatía. La trama se detiene sin demasiada profundización en las relaciones entre mujeres, ya sean hermanas, empleadas o jefas, para dar cuenta de cómo el dinero y la clase social puede determinar desigualdades e injusticias.
La relación entre Devon y Simone se enfoca en un pasado oscuro en común que derivó en distintos caminos para cada una de ellas, una decidió borrarlo y empezar de nuevo y la otra se quedó en su lugar de origen para seguir cuidando a su padre y haciéndose cargo de quién es. Una prefirió olvidar su identidad para llegar a vivir en la opulencia y la otra decidió mantenerse fiel a sí misma, aunque eso le haya costado su felicidad. La narración no se pone del lado de ninguna de las dos, aunque deja entrever que hay un tercer camino superador: no negar sus raíces para poder brillar.
Sirenas le da una vuelta al mito para poner de manifiesto cómo las estructuras de poder y las imposiciones jerárquicas pueden manejar la vida de las mujeres. Aunque no sean protagonistas, los hombres desde las sombras siguen dominando y estructurando las relaciones, las mujeres un día pueden gobernar pero al día siguiente perder todo el poder si los hombres dejan de protegerlas. Es Peter, el personaje protagonizado por Kevin Bacon, que decide qué mujer va a ser dominante cuando él quiere y cuál va a volver en barco a una vida simple y llana. Hay una mirada crítica a cómo las masculinidades siguen dominando y manejando los destinos.
“¿Qué es este lugar y por qué todo el mundo parece un huevo de Pascua?”, dice Devon cuando llega a la isla y ve todo decorado de colores llamativos y fluo, como un modo de resaltar esa superficialidad, falsamente empoderada en estas clases altas.