François Ozon sopla veinticuatro velitas. No, no se trata de su vigésimo cuarto cumpleaños –el realizador parisino nació en 1967– sino de la película que completa las dos docenas de largometrajes realizados a lo largo de casi tres décadas, si se dejan de lado los cortometrajes y se comienza a contar a partir del documental Jospin s'éclaire (1995). Prolífico como pocos de sus coterráneos, alguna vez llamado el nuevo enfant terrible del cine francés –cuando títulos como Los amantes criminales, Gotas que caen sobre rocas calientes y Bajo la arena arrasaban en los festivales de cine y disfrutaban de amplios estrenos comerciales en todo el mundo–, autor personalísimo pero casi siempre con un pie apoyado en narraciones de interés popular, Ozon regresó el año pasado al Festival de San Sebastián para el estreno mundial de Cuando cae el otoño. Pero si el título parece señalar hacia algún que otro elemento crepuscular –como parecería confirmarlo la edad de su protagonista–, los ritmos y condimentos del film no hacen más que contradecir con creces esa impresión desde un primer momento.
Michelle es una mujer mayor tan activa como lúcida interpretada por la experimentada Hélène Vincent –actriz que a lo largo de su carrera supo ponerse a las órdenes de cineastas como Bertrand Tavernier, André Téchiné y Krzysztof Kieślowski–, una abuela que se ve envuelta en una trama que conjuga el drama familiar con el relato de suspenso, aunque con un tono ligeramente cómico que, por momentos, coquetea con el humor negro. Cuando cae el otoño es una película inconfundiblemente francesa, en su vertiente pueblerina; en otras palabras, un cuento de pueblo chico con varias vueltas de tuerca que entrelaza oficios vergonzosos, hongos venenosos y amistades inoxidables, a prueba de todo y de todos. Es, asimismo, un juego narrativo de cualidades muchas veces impredecibles en el cual los vínculos entre abuelas, hijos y nietos adquieren una dimensión de esencial relevancia. Con un reparto que incluye a otra veterana del cine, la actriz, realizadora y escritora Josiane Balasko, y a una favorita del director de 8 mujeres, Ludivine Sagnier, el último Ozon llegará a las salas de cine comerciales de Argentina en el mes de julio.
La sombra de una duda
Michelle camina, pasa la aspiradora, arregla su pequeño huerto y sale en busca de hongos comestibles en el bosque cercano junto a Marie-Claude. También, cuando llega el momento, lleva en el auto a su amiga del alma a visitar a su hijo, que está terminando de cumplir una sentencia en prisión por un hecho aparentemente menor. Marie-Claude no parece estar tan bien de salud como su compinche, pero igualmente fuma y, como Michelle, ofrece una imagen muy alejada de la vejez como arquetipo de fragilidad y reservorio de actitudes pasivas. El llamado de su hija Valérie (Sagnier) pone a Michelle en una marcha aún más frenética: finalmente podrá volver a ver a su nieto, quien luego de la separación de sus padres se ve zarandeado por un clásico de los hijos del divorcio: la definición de con quién pasará las vacaciones. Michelle pone la casa en orden para pasar una semana en compañía del querido descendiente, prepara una tarta y vuelve al bosque a recoger champiñones y otras especies de hongos comestibles. Pero la tirantez entre madre e hija no tarda en aparecer, apenas los recién llegados cruzan el umbral. Rencores que se adivinan añejos afloran de inmediato, interrumpiendo el almuerzo y minando el terreno del reencuentro. Todo pasa a un segundo plano cuando Valérie es llevada de urgencia al hospital, intoxicada con hongos venenosos. No ha transcurrido ni un cuarto de proyección de Cuando cae el otoño.
“Tuve una tía a la que quería mucho y que, en algún punto, era una especie de abuela perfecta”, declaró François Ozon el año pasado en San Sebastián, durante una entrevista con el medio especializado FilmInt. “Una vez organizó una cena para toda la familia y cocinó unos hongos que había recogido en el bosque. Todo el mundo terminó enfermo e incluso algunos tuvieron que ir al hospital. Por esa razón, la pregunta que nos hacíamos era si acaso nos había querido asesinar. ¡Por supuesto que no! Bueno, al menos yo no lo pienso. Pero ella fue la única que no los había comido. De chico me encantaba esta historia familiar, porque por aquel entonces ya era un poquito perverso y me encantaba la idea de que mi tía hubiera intentado matar a toda su familia. Esa anécdota fue la idea inicial que me llevó a hacer la película: hacerse la pregunta de si, cuando cocinás hongos para alguien, no tenés la intención inconsciente de matar a esa persona”. En la ficción, como en la realidad, la cosa no pasa a mayores, pero la visita de Valerie y el pequeño Lucas llega a su final antes de tiempo y sin posibilidad de reanudación a la vista. Según Ozon, Cuando cae el otoño es una película sobre el amor y la muerte. “La muerte es parte de la vida. Sin embargo, estas mujeres que saben que morirán pronto, estas mujeres que están en el otoño de sus vidas, siguen llenas de vida y energía y quieren sacar ventaja del tiempo que les queda. Especialmente Michelle con su nieto. Desde muy temprano en mi vida me interesó el tema, por eso mis películas suelen girar alrededor de la idea de la muerte, los fantasmas. Sobre todo Bajo la arena, un film sobre la muerte, la desesperación, los espíritus, aunque no me gusta analizar mis películas”.
No es casual que Cuando cae el otoño comience con una escena en la iglesia del pueblo, el cura recitando una parábola de la Biblia que menciona a María Magdalena y destaca las miradas reprobatorias de los presentes en el relato. Valerie detesta a su madre y, antes del incidente de los hongos, le pide –casi le exige– que le deje a su nombre la confortable casita del pueblo. “Pero si ya te di el departamento de París”, le responde la anciana, aunque esas palabras, lejos de calmar los ánimos, no hacen más que escalar la discusión. La consecuencia directa de la ingesta fúngica no se hace esperar y madre e hijo regresan a la capital, con una advertencia. “Eres peligrosa, no puedo dejar a tu cargo a mi hijo”. El retrato naturalista de un pequeño drama familiar le cede el espacio, luego de un hecho insospechado, a un retrato oscuro pero al mismo tiempo inteligentemente ligero de los deseos, miedos y ansiedades de los personajes. Es entonces cuando viene a la mente el recuerdo de Claude Chabrol, en particular sus film policiales más perversamente humorísticos.
Belleza al natural
En la conferencia de prensa del film en tierras donostiarras, Ozon puso de relieve esa filiación por interpósita persona. “Creo que la influencia más grande es la de Georges Simenon. Las novelas del comisario Maigret, pero también otros libros. Siempre se trata de la descripción de un pequeño pueblo en el cual todo luce perfecto, aunque por debajo de esa imagen, o detrás de las cortinas, ocurren cosas extrañas. Simenon era muy bueno describiendo las relaciones perversas y neuróticas de las familias. Por supuesto, uno de los cineastas que mejor lo adaptó al cine fue Chabrol”. Más allá de esas referencias literarias y cinematográficas, Ozon tuvo en cuenta otro aspecto más general, ligado a la falta de oportunidades para las actrices de cierta edad a la hora de conseguir papeles de importancia. “Por supuesto, están los personajes, pero al mismo tiempo quería hacer un retrato de una mujer mayor. Esa clase de mujeres que se han vuelto totalmente invisibles en el cine: a los 70 u 80 años una actriz ya no existe más. Por eso quería enfocarme en su existencia, el ritmo de su vida, su rostro. Hay una obsesión con el tema de las cirugías plásticas en las mujeres, especialmente con las actrices, pero para este papel quería tener a una actriz totalmente natural, poder ver la belleza de las arrugas.” Ozon recuerda también que, en un primer momento, pensó en Isabelle Huppert para interpretar a la protagonista, pero la gran actriz francesa le respondió que aún no quería interpretar a una abuela, que esperara unos años más.
Michelle lee una novela de Ruth Rendell –elección nada casual, ya que la autora británica fue adaptada al cine por el propio Ozon en Une nouvelle amie, de 2014– mientras espera novedades de su amiga. El hijo de Marie-Claude, Vincent (Pierre Lottin) saldrá de prisión, aunque las perspectivas laborales no parecen demasiado amigables. Es por ello por lo que Michelle le ofrece un empleo temporal “en negro”, limpiando las malezas del huerto y cortando madera para pasar el invierno. El personaje de Vincent es esencial al resto de la historia, amén de un viaje a París cuyas consecuencias nadie puede prever. Entonces, y sólo entonces, los secretos comienzan a apilarse, cada uno de los personajes sabedor de algo que el resto desconoce. Podrá pensarse que Cuando cae el otoño es un film “menor” dentro de la filmografía de Ozon, en particular cuando se lo compara con algunas de sus mejores obras, pero al mismo tiempo –como ocurría con esas películas “menores” de Chabrol, otro filmador empedernido– es en los detalles donde se esconde el demonio cinematográfico. Por supuesto, hay una muerte, que pudo haber sido accidental o un crimen perfecto, y el dolor por la pérdida va acompañado de otras emociones e impresiones, que el realizador conjura, sensible e inteligentemente, con la cámara siempre apoyada en el rostro de Hélène Vincent. En paralelo, Michelle debe afrontar nuevamente el desprecio por un pasado que todos conocen y del cual casi nadie habla, excepto su hija, incapaz de perdonarla. De allí los hijos putativos, que la protagonista apoya con sensatez, sentimientos y, en algún caso, dinero.
“Pertenezco a una generación que descubrió la sexualidad al mismo tiempo que la muerte”, declaró Ozon en el Festival de San Sebastián. “Soy de la generación del sida. Cuando descubrí la sexualidad la gente me decía ‘Tené cuidado, si tenés sexo te podés morir’. Y realmente vi morir a mucha gente alrededor mío. Así que este tema de la muerte siempre ha estado allí, en todas mis películas. El filósofo francés Montaigne decía que hay que aceptar la muerte, pensar en ella todos los días. Tal vez el hecho de filmar la muerte, de matar gente en mis películas, sea una manera de lidiar con ella y aceptar esa injusticia”. Sea como fuere, François Ozon, quien ya se encuentra en plena preproducción de su siguiente película, una adaptación de la novela de Mario Camus El extranjero, considera que en Cuando cae el otoño quería mostrar “el contraste de la belleza de la naturaleza y la oscuridad de la situación. Eso es algo que siempre es muy poderoso en las películas. Quería mostrar la belleza del otoño. El otoño es un período de pérdida, pero también de belleza. Es una suerte de metáfora para esta historia”.