“La única razón por la que estamos aquí es por un poco de satisfacción”, dijo Miguel Mateos hacia el final del recital. Si bien la alocución sirvió para introducir a su homónimo clásico, a grandes rasgos eso fue lo que se palpitó en la noche del jueves en el Movistar Arena. Y no fue un poco, sino todo un torbellino de satisfacción lo que experimentaron las casi 12 mil personas que asistieron al debut del veterano músico argentino en el predio de Villa Crespo, donde celebró los 40 años de la salida de su legendario disco Rockas vivas. La excitación que se vivió en las dos horas de show fue de tal magnitud que era difícil tomar distancia del hecho emocional al que siempre invita la nostalgia. No sólo eso: hubiera sido un grave error no sumergirse en ese maremágnum de sentimientos y canciones, porque ésa era la consigna.

Sin embargo, Mateos, cual académico, fue claro en la delimitación del marco histórico. Y así lo hizo saber: se trató de una retrospectiva de su obra de entre 1981 a 1985, lo que involucraba el álbum en vivo, así como algunos de los temas que salieron en los tres discos que dieron material a esa epopeya. Antes de que el artista apareciera en escena, los supervivientes de los cuatro teatros Coliseo en los que se grabó ese repertorio, al igual que los que asistieron a su posterior presentación en el Luna Park (a los que se sumaron los que fueron a la conmemoración de los 25 años de esa obra cumbre del rock argentino en el templo erigido en Bouchard y Corrientes), repartieron anécdotas a granel. Revisitadas, en buena medida, por excompañeros de la secundaria que se reencontraron para recrear sus primeros pasos recitaleros.

De todas formas, en una suerte de censo aleatorio por varios sectores del estadio, el cantautor dio cuenta de que no sólo la vieja guardia colmaba el lugar. También dijo presente la sangre nueva. Es más: cuando Mateos explicaba la historia detrás de las canciones, solía hacerlo de manera inclusiva, en una especie de diálogo entre pasado y presente. “Cómo puede ser que hoy tengamos que explicarles a los chicos que hubo una época en este país en la que no se podía hablar, no se podía votar, y no se podía salir a la calle con el pelo largo. Y había que tocar música muy bajita en sótanos horribles. Quiero dedicar esta canción a los 649 caídos de Malvinas. Es una canción a la que le tuve que poner un nombre de mujer, pero está dedicada a un gobierno de dictadores”, espetó el músico para presentar “Su, me robaste todo”.


En tanto ese tema versa: “Hay ganas, hay onda, que nadie más se esconda por miedo a andar con la verdad”; “Extra, extra” expresa: “En este tiempo nos han hecho olvidar que en este país se puede ser feliz”. Esto habla sobre la vigencia de esas canciones, concebidas en medio de la represión, pero que hoy se resignifican con la vuelta de la oscuridad al poder. Además, su trascendencia, devenida en contemporaneidad, radicó en que, antes que apelar por el formato austero y tradicional de la música de protesta, se subieron a la modernidad de la mano del desparpajo de la new wave, los colchones de texturas sonoras disparadas por los sintetizadores del synthpop y la elocuencia del pop sofisticado. Herramientas, formas y recursos que siguen demostrando su efectividad, a tal punto que decantaron en flamantes estilos revisionistas.

A propósito de eso, como para entender el contexto global en que esos temas fueron concebidos, el otrora líder de Zas tuvo la brillante idea de invocar hits mundiales de ese período, para luego mecharlos con sus creaciones. Si en la segunda mitad del show el cantante, compositor, guitarrista y pianista puso a charlar a “Everybody Wants to Rule the World”, de la banda inglesa Tears for Fears (y al que se refirió como su “canción favorita”), con “Tómame mientras puedas”; al comienzo había hecho lo mismo con “Mujer sin ley” y “The Power of Love”, de Huey Lewis and the News (fue el tema central de la película Volver al futuro). Dos canciones antes, Mateos había irrumpido en el tablado, secundando da los músicos que lo acompañaron en esta recreación de Rockas vivas.

    A contramano de lo que suele suceder en los shows en vivo que festejan el aniversario de un disco, donde se respeta el orden del track list, en esta ocasión la dinámica del recital rompió con esa estructura. Y eso quedó evidencia desde el propio inicio, en el que, en vez de tocar “Perdiendo el control”, Mateos abrió con “Va por vos”, que igualmente tuvo la eficacia de desatar la efervescencia. Con él, además, convertido en un dínamo, a razón de ese ímpetu tan estremecedor como contagioso. Acto seguido, al clamor de “No me hagan perder el control”, toda una paradoja debido a que ese arrebato suyo era lo que incentivaba a que el estadio entrar en descontrol, y tras sentarse en el piano, desenfundó “Perdiendo el control”, la única canción del disco que se celebraba que fue grabada completamente en estudio. 

    A partir de ese instante, el concepto de su actuación iba a ser todo un enigma. Más tarde explicó en qué iba a consistir la propuesta del show, en la que todo iba a girar en torno al periodo 1981 – 1985, por lo que imploró (con humor) que no le pidieran éxitos como “Obsesión”, partícipe de su etapa noventosa. Entonces, los cuatro caños que invitó para el festejo y que sumó para potenciar algunas de las canciones, se lucieron por vez primera en “Su, me robaste todo”. A pesar de la incorporación de esa sección, se respetaron las versiones originales de los clásicos. A continuación, Juan Mateos, vástago de Miguel, se llevó el protagonismo en el solo de guitarra de “Mujer sin ley”, y eso dio pie para “Tengo que parar”, cuyo pasaje al ritmo del ska el cantautor lo bailó. No obstante, al terminar bramó: “¡Me van a matar!”.

    A sus 71 años, Mateos evidenció en esta vuelta a los escenarios un notable energía, aguante y temperamento, así como un genio desopilante. Desencadenó la risa con anécdotas como cuando un ovni lo abdujo en Mar de Cobo, previo a interpretar “Luces en el mar”, el aporte swing a esa cofradía de géneros por los que se pasearon. O al hacer las veces de pastor cristiano, pidiéndole al público, al que llamaba “hermanos y hermanas”, que se parara o se sentara, según el tempo del tema que estaba por desenvainar. Y eso llegó a su clímax tras juntar fuerzas con el Coro Joy en “Mundo feliz”. También conserva una voz increíble, potenciada por los músicos que le respaldaron en escena, todos ellos decanos del rock argentino, entre los que destacó su hermano Alejandro Mateos, el tecladista Leonardo Bernstein y el violero Ariel Pozzo.

    Al new wave “Ana, la dulce” le siguió un “acercamiento al rock progresivo de los primeros '80”, tal como este vecino ilustre del barrio porteño de Liniers rotuló a “Hijos del rock and roll”. Una vez que llegó la introspectiva “Bulldog”, en el último tercio del show, se produjo un raid de temazos. Hicieron el pop “Un poco de satisfacción”, y luego vino “Extra, extra”. La cosa se puso caliente al sonar la beatlesca “Un gato en la ciudad”, subió el voltaje con la rockera “En la cocina, huevos”, y alcanzó una proyección sideral con la que faltaba: “Tirá para arriba”, en la que volaron camperas, bufandas y todo lo que tapa el frío. Después de ese himno del rock argentino, retumbó el “olé, olé”, y Mateos -que prometió una función más para fin de año- hizo lo impensado: tocó “Obsesión”, firmando otra noche para la memorabilia.