Lothar Hermann, sobreviviente del Holocausto, logró escapar del horror junto a su esposa y se refugió en el norte de la provincia de Buenos Aires, buscando reconstruir su vida en paz. Sin embargo, al poco tiempo descubrió que uno de los vecinos de su nuevo barrio era Adolf Eichmann, el principal responsable de implementar la maquinaria mortal de los campos de concentración donde habían asesinado a sus propios familiares. Este hallazgo cambió todo, y empujó a Lothar a iniciar una cruzada para denunciar al criminal de guerra ante diferentes organismos internacionales. A pesar de ser ignorado, acosado y finalmente relegado al olvido, Lothar Hermann y su tenacidad resultaron fundamental para capturar y enjuiciar a uno de los genocidas más despiadados del siglo XX. En El héroe olvidado (Sudamericana), Alejandro Parisi relata cómo Liliana Hermann, sobrina nieta de Lothar, reconstruyó esta extraordinaria historia, sacando a la luz el legado de un hombre que arriesgó todo para enfrentar al nazismo y buscar justicia para sus víctimas. Y Parisi lo hizo a través de una novela.
Parisi es también guionista, y hace un tiempo lo convocaron para un documental sobre la historia de Lothar. Allí conoció a Liliana Hermann. En esa reunión, Liliana le contó tres cosas. Le dijo que ella no tenía familia paterna y que en el locutorio que tenía en Hurlingham empezó a buscar en internet a ver quién era la familia y, de golpe, encontró a Lothar, acusado de ser nazi. Después le contó que investigó y que se dio cuenta de que Lothar había denunciado a Eichmann, que era ciego, que había contratado a una secretaria para que escribiera las cartas que él tenía que mandar a Israel y Alemania. "Yo me bajé del documental porque no estaba de acuerdo con la línea editorial. Después me llamó ella y me dijo que si yo quería contar su historia, cosa que yo quería, porque cuando hacés un documental tenés que obedecer al productor y un montón de cosas. Y cuando uno escribe un libro tiene más libertad para decidir. Obviamente, como era la vida de ella, la entrevisté y fuimos charlando y ella me fue aprobando los textos, pero pude tomar decisiones más literarias sin sopesarlas con nadie. Eso me dio libertad para hacer lo que yo quería hacer, que era contar la historia de esa piba en el conurbano buscando al padre, al abuelo y todo lo que desencadenó esa búsqueda", explica Parisi a Página/12.
-No es la primera vez que abordás una temática relacionada con el Holocausto. ¿Crees que hay aún mucho para contar ahí?
-Cada pequeña historia es un mundo. A mí me gustan las historias más chicas. Empecé de casualidad, estaba trabado con una segunda novela. Y un amigo mío me dijo: "¿Por qué no entrevistás a mi abuela y escribís su historia, que no se la contó nunca a nadie?". La abuela era sobreviviente del ghetto de Varsovia. Y así empecé. Después me llamó una amiga de la abuela, luego otra más y me fui metiendo. Siempre el miedo está en repetirse, en contar siempre lo mismo. Pero los dolores y las aberraciones de la humanidad tienen un montón de dimensiones. Pude escribir la primera, sobre el ghetto de Varsovia, la segunda de una pibita que sobrevivió con papeles falsos haciéndose pasar por católica, la tercera que estuvo en Auschwitz y vio todo lo que vio. Y esta cuarta que, si bien yo no lo entrevisté a Lothar porque ya falleció, a raíz de todas las entrevistas que hizo Liliana a la gente que lo acompañó en la parte que vivió en Coronel Suárez, pude reconstruir la historia. Es la primera vez que un sobreviviente de los nazis decide hacer justicia, y me pareció digno de contar.
-Por otro lado, el entorno o el contexto puede ser similar, pero está la singularidad de cada historia, ¿no?
-Total, cada familia es distinta, es un mundo distinto cada historia, y sobre todo está el tema de las edades. La primera que entrevisté tenía 18 años cuando empezó la guerra, y ella sabía lo que estaba pasando. La segunda tenía 13, 14, y no sabía qué era lo que estaba pasando, pero sabía que tenía que fingir ser católica. Y la tercera, ya a los 9 años vio cómo un nazi le clavaba la bota a la cabeza de un bebé, y se terminaron las metáforas, supo lo que era. A Lothar lo dejaron ciego en 1935, porque los judíos no podían sacar dinero de Alemania, y él con un hermano se arriesgaron, los engancharon a la vuelta a la frontera con Francia, y ahí los metieron en un campo de detenidos, los torturaron, y Lothar quedó ciego. Siempre son como cebollas estas cosas, nunca se termina de contar todo.
-¿Siempre tu idea fue reconstruir el hecho con una estructura novelada?
-Sí, fue la condición que puse porque yo soy novelista. Más que por ser novelista es porque no soy politólogo, ni me dediqué a las relaciones internacionales, no soy historiador, ni siquiera soy judío como para contarlo desde ese lado. Siempre fue la idea hacer una novela porque cuando la conocí a Lili, me contó esas dos o tres imágenes que relataba al principio, y lo imaginé con forma de novela. Si bien seguí la realidad de todo lo que pasó, quería contarlo como un cuento.
-¿Cuánto ayudó para la investigación todo lo que Liliana te dio acceso como entrevistas que conservaba de su tío abuelo?
-Todo. Cuando la conocí nunca había escuchado hablar de Lothar ni de lo que había vivido, y ella ya llevaba más de dieciséis años reconstruyendo la historia. Había logrado que le desclasificaran documentos oficiales de Israel, había logrado que Leopoldo "Polo" Schiffrin le desclasificara documentos de la Policía Secreta de la Provincia de Buenos Aires. Y lo más importante para mí era la gente que Lili pudo conocer de Coronel Suárez y que le contó quién había sido el ser humano, más allá de ser el denunciante de Eichmann. Por honestidad intelectual, no podría haber escrito una novela sin todo lo que ella me ofreció. Porque yo, para inventar algo, ya hago ficción. Y esto tenía que ser totalmente real, porque si nosotros queríamos reivindicar la historia de Lothar teníamos que tener bien la historia real, los documentos, las notas que salieron o nos dieron de la época. Eso para mí fue fundamental. Incluso las postales que le mandaba la hija desde Estados Unidos, y detalles que me fueron armando el personaje como autor para saber de quién iba a hablar. Pero también para saber que ese personaje ameritaba un libro que lo sacara del ostracismo en el que había estado durante más de sesenta años.
-¿Y qué otros elementos incorporaste para desenredar la madeja? Las cartas, las entrevistas...
-Las cartas que él se intercambiaba con Tuviah Friedman, que era un cazador de nazis, encargado de un centro de documentación de crímenes nazis en Haifa a principios de los '60. La comunicación con su hija a través de postales, entrevistas a las secretarias que había tenido Lothar, los documentos desclasificados de Israel y el Servicio Secreto de Buenos Aires, y las notas en los diarios, porque es muy curioso que a Lothar lo metieron en cana acusándolo de ser Mengele, cuando Mengele vivía en Argentina con sus propios documentos. Y fue toda una movida para sacarlo del medio y era un momento en que nadie quería que se denunciara a los nazis que estaban viviendo acá. Esos detalles me permitieron darle un espacio a "la ficción" de inventar una secretaria que reemplazara a las dos que tuvo Lothar, pero esa secretaria llamada María, que es un personaje de ficción, está basada en lo que vivieron las verdaderas secretarias de Lothar.
-¿Por qué a Hermann lo confundieron con Mengele?
-Quince días antes del operativo de marzo de 1961, donde lo metieron en cana, se presentaron en la casa de Hermann dos periodistas que dijeron ser del Daily Express, de Londres, y le dijeron que se corría la bola de que Mengele estaba en Argentina y que era él. Y él les dijo: "¿Cómo voy a ser Mengele si yo soy judío, y estuve en un campo de tortura?". Y los tipos le dijeron: "Si nosotros escribimos en nuestro diario que usted es Mengele, nuestro diario tiene 12 millones de ejemplares de tirada diaria, ¿cómo usted va a convencer a los 12 millones de lectores que usted no es Mengele?". Le tiraron encima una fake news, que hoy es algo que vemos todos los días, pero en esa época también se usaba, aunque más a cuentagotas. El pueblo, por miedo, le dio la espalda. El comisario que lo detuvo sabía que él no era Mengele. No se sabe de dónde vino la orden, pero podemos especular mil cosas. Lo cierto es que alguien dijo "Este tipo está rompiendo las bolas, hay que sacarlo del medio. O amedrentarlo".
-¿Por qué lo que él advertía y denunciaba era callado por muchos?
-Yo nací en 1976, y lo linkeo mucho con nuestra historia. Hubiera sido como pedirle el primer día de asunción a Alfonsín que hiciera el Juicio a las Juntas. Imposible. A Lothar no le importaba la diplomacia, no le importaban los acuerdos de reparación histórica que estaban firmando Israel y Alemania. La hija se cruzó con el hijo de Eichmann, vio que vivía a tres cuadras de la casa de él en Olivos y empezó a denunciarlo sin importarle nada. De hecho, empezaron a amenazarlo los alemanes, servicios secretos, que no estaban dispuestos a que se supiera eso y él tuvo que mandar a la hija a Estados Unidos para salvarla. Hay que pensar que él era un sobreviviente, los nazis le mataron a toda la familia. Y a él no le importaba nada, ya había perdido todo. Lo único que quería era que encarcelaran y enjuiciaran a Eichmann. A veces, la sed de justicia no va de la mano con los tiempos de la Justicia y los tiempos de la política, sobre todo. Y yo creo que Lothar se jugó todo a que pasara algo, que finalmente terminó pasando porque Eichmann fue enjuiciado y a él le reconoció el gobierno de Israel en 1972 la importancia que tuvo en la captura y en la denuncia.
-¿La actitud de Lothar tenía que ver más con la búsqueda de justicia para muchos y no de venganza para uno solo?
-No sé. Venganza, no sé. Justicia, sí, porque la familia Hermann vivió desde el siglo XVIII en Alemania. Liliana tuvo la suerte de ir a Alemania, al pueblo de donde habían salido los Hermann, y él quería justicia. Imaginate el primer día de democracia encontrarte con Astiz por la calle y Astiz mató a tu familia. ¿Vas a esperar que se fortalezca la democracia para que se pueda hacer un juicio? No, querés que a ese tipo lo metan en cana ya. Y yo creo que es lo que le pasó a Lothar, porque no deja de ser una coincidencia que él viviera a tres cuadras del tipo que organizó la "solución final". La historia lo puso en un lugar, y él con mucha decisión y terquedad hizo todo lo posible para que Eichmann terminara enjuiciado.
-Es interesante lo que decís para entender por qué Lothar, que podría haberse mantenido en su zona de confort en la Argentina, arriesgó mucho con sus denuncias. Incluso puso nuevamente en juego su vida.
-Imaginate que él vivía en Olivos, estaba empezando su vida con su familia, la mujer también era sobreviviente. Se encontró con Eichmann, él empezó a denunciarlo, lo empezaron a amenazar, tuvo que salir de Buenos Aires, fue a Coronel Suárez, porque él era gestor de jubilaciones para alemanes. Y se fue a Coronel Suárez, donde estaban las colonias de los alemanes del Volga, desde fines del siglo XIX. Se fue a trabajar ahí y siguió insistiendo con la denuncia. Cuando lo capturaron y se lo llevaron a Eichmann, ahí le tiraron todo encima, y lo empezaron a hostigar. Imaginate un tipo ciego, encerrado en la casa, que lo llaman por teléfono, lo amenazan de muerte, de noche le golpean la puerta para asustarlo, le mandan paquetes raros. De hecho, la vecina le instaló distintos timbres, la campana de los timbres en la casa de Lothar y en la casa contigua, la de la vecina, ella tenía el pulsador del timbre. Cuando ella veía autos extraños que no eran del pueblo, y gente caminando por la vereda, relojeando la casa, tocaba timbre para que Lothar fuera por el fondo, donde lo esperaba la vecina, y lo escondía en un sótano para protegerlo. Es como algo visceral.
-¿Lothar tuvo el reconocimiento que merecía o murió en el ostracismo?
-El tuvo un reconocimiento, porque hay un documento de Golda Meir, que le reconoció su participación, pero hubo una década, entre la captura de Eichmann y ese reconocimiento, donde se lo ninguneó, se lo bastardeó. Y el tipo con el que él hablaba, y al que le elevó la denuncia, Friedman, también fue desplazado, y sufrió el mismo ninguneo. De hecho, cuando se reencontraron diez años después, a través de cartas, Tuviah le dijo: "Acá hay sobrevivientes que quieren honrarlo a usted y a su hija por lo que hizo, y queremos pagarle el pasaje para que venga a Israel". Lothar ya estaba enfermo y no pudo viajar. Pero fueron diez años de ostracismo. Por eso me parece que es importante lo que hizo Liliana. Ella consiguió que en 2012 se reparara la tumba de Lothar en el cementerio de Coronel Suárez, que la gente volviera a hablar de él, que el embajador de Israel le entregara una plaqueta, que el Museo del Holocausto incorporara su nombre a la lucha contra los nazis, y así un montón de instituciones que cambiaron lo que estaba escrito. Las instituciones están llevadas por hombres y mujeres que cuidan deseos políticos, personales; permanecen en el tiempo, y cuando cambiaron los funcionarios, algunos se enteraron de que este tipo merecía el reconocimiento. Lo de Liliana es importante en ese sentido, porque ella buscaba un abuelo y encontró un tío abuelo que fue menospreciado por todos cuando en verdad era un héroe. Y logró que lo respetaran como el héroe que era.