Hace algo más de un mes, el viernes 30 de mayo, en la sala "Angélica Gorodischer" de la Biblioteca Argentina, se presentó "Un árbol para John Berger y otras crónicas", el nuevo libro de crónicas del escritor rosarino Ciro Korol, editado con admirable cuidado por el sello local Río Belbo, con diseño por Joaquín Pellegrini y Carmen Pez Ido. El editor Fidel Maguna, la periodista de este diario Sonia Tessa, la moderadora Victoria Herrmann y una cálida concurrencia hicieron un acontecimiento que culminó a todo tango, con la pareja de baile integrada por Facundo Corvalán y Kaśka Roszak (Polonia) creando bellas figuras al son de virtuosas versiones al piano por Federico Finocchiaro.
Ciro Korol (Rosario, 1989) se formó con Juan Forn y en la Fundación Antonio Gala. Publicó Monte (2020, Libros Silvestres), El anuncio (2020, ficción publicada en entregas durante la pandemia como "Aislamiento" en la sección Contratapa de Rosario/12), La rotonda (2023) y el libro de cuentos El revoque de la luna (2025).
En este nuevo libro, Ciro Korol muestra su gran talento como "narrador nato". Como diría Walter Benjamin, se afianza en la estirpe de los narradores que vienen de lejos, de los que escriben relato épico en la artesanía de la escucha y la memoria. Fue muy lejos a buscar sus historias verdaderas. Y volvió. Fue a su Moldavia ancestral, y volvió. Fue a la locura y volvió. Aquel 30 de mayo, en la Biblioteca Argentina, la comunidad lo recibió y lo abrazó, lo reintegró en su seno, recibiendo con gratitud el elixir de crónicas que trae a su patria chica desde más allá del mapa del mundo conocido.
En uno de aquellos viajes, Ciro conoció a John Berger, quien no sólo da título al libro sino que lo ilustra, en su tapa y solapa, con un dibujo que representa un árbol de cerezo. Por supuesto, está la historia de cómo ese árbol de cerezo llegó aquí, narrada magistralmente en el libro en una crónica donde el discípulo transmite a su vez las enseñanzas del maestro narrador: John Berger mismo, su eslabón anterior en el linaje, a través de una charla cálida con vino que por muy poco no fue. Todo lo que nos cuenta Ciro en su libro tiene ese carácter cautivante del relato que pone la contingencia en primer plano, bordeando lo imposible: además de lo épico hay algo de lo maravilloso en ese "casi no, pero...". Como si algo de la función del donante en el cuento de hadas obrara en secreto, auxiliando al cronista en sus aventuras.
No sólo la escucha y la memoria sino la mirada están presentes todo el tiempo construyendo unos planos montaje casi inverosímiles en el interior de cada relato. Porque todo buen narrador sabe que el mejor relato verídico es aquel que se juega su credibilidad al filo de lo inverosímil.
Ciro pone suma atención a lo que ve, y como guionista que también es, arma secuencias de aquello que Eisenstein llamó "el montaje dialéctico": las imágenes puestas unas junto a otras hablan con su propia elocuencia, dicen cosas más allá de su mero estar ahí. Lo verídico, en estas crónicas, desmiente y desmonta el verosímil. "Junto a la imagen de Jesús está la de Karl Marx, al lado un duende y más arriba León Tolstoi", describe observando la casa de un veterano soviético de la Segunda Guerra Mundial, que le abrió su puerta por ese azar venturoso que siempre lo sigue.
Tanto en la presentación como en el libro está presente la marca de agua de Ciro Korol: su singular sentido del humor. Un humor inteligente y fino, que conecta los puntos por el revés de la trama, en lo impensado. Un humor revelador. Un humor que es una forma amena y amable del conocimiento. El veterano del relato, en una de sus increíbles peripecias existenciales, trabajó como actor de teatro haciendo de Lenin; su pareja en la vida real actuaba con él en las funciones, en el papel de la esposa de Lenin. "No me quiero imaginar esa cama", comentó el autor en un aparte muy festejado. Actor, además, Ciro tuvo un instante autoconsciente en la presentación: ey, esto parece un stand up, estamos hablando de la guerra y de la locura, y nos reímos...
Fidel, fiel amigo del autor, lo fue a visitar en otro de sus viajes: un descenso hacia la locura, hacia adentro de la mente. El Centro Regional de Salud Mental Agudo Ávila lo alojaba junto a otros padecientes. Ciro contó esto con una gratitud que habla del valor innegociable que tienen en la sociedad estas instituciones del Estado cuyos trabajadores velan por la salud mental de los ciudadanos. Fidel, el visitante y editor, le pidió una serie de crónicas y el escritor cumplió. Como despachos desde el frente, salieron por Internet hacia un mundo que las leyó, replicó y comentó. La más leída fue la que Ciro escribió sobre el actual presidente de la Nación, quien entonces era un candidato que había ganado las PASO. En obras del teatro barroco como Hamlet, donde Shakespeare confronta a los espectadores con un "tiempo desquiciado", la voz del loco le habla a la corte, a la polis. "¿Qué pasa en un mundo donde ganaron Trump, Bolsonaro...?", pregunta Ciro con lucidez. "Cuando estaba loco yo también quise ser presidente de la Argentina", escribe, desafiando el peligro del estigma social. "Yo creía que era el salvador de la Argentina. Pero la gran diferencia con Milei era que nadie, además de yo mismo, confiaba en mi destino mesiánico", reflexiona Korol. Y he aquí, otra vez, la contingencia al filo de la imposibilidad: por entonces, la entronización del príncipe Hamlet podía todavía no ser. Pero fue, y es. Y las preguntas toman otra urgencia. Al menos Hamlet, el de la obra (spoiler), moría matando.
¿Y de qué nos reímos? No nos reímos de, sino con. Con el cronista casi profético (y le dije esto con el reparo del temor a empujarlo de nuevo a la megalomanía, pero por suerte él se rió, nos reímos, fue un nuevo chiste) que es Ciro Korol, quien se zambulle en el barro del presente para extraer de él una sabiduría del pasado y del futuro. Y resurge riendo, porque confía. Confía en la comunidad lectora que su nuevo libro de crónicas convoca, comunidad de oyentes que escuchan atentos sus relatos alrededor del fuego del pensamiento.