A veces, como en esta mañana fría y soleada, da gusto caminar por los caminos arenosos del bosque invernal y sus variaciones de sonidos. Admito que no soy un experto en la distinción de las especies de vegetales ni de aves. Me frustro queriendo adoptar una actitud a lo William Henry Hudson, quien además de cultivar una prosa pulcra, además de cartearse con Joseph Conrad, se ocupaba de estudiar nuestra tierra. Si bien cruzo estos senderos con frecuencia nunca me preocupé seriamente por las clasificaciones de la vegetación pero puedo diferenciar un eucalipto de un laurel. Importa cómo se llaman, me pregunto. El amor no tiene nombre, escribió Mary Oliver, la notable poeta norteamericana. Oliver pertenece a toda una tradición que inaugura Walt Whitman (según Harold Bloom, el padre fundador de una poética orientada en la construcción de una nación o, al menos, de una voluntad de plantarla), cuya influencia se propaga a través de Emily Dickinson, Ralph Waldo Emerson, Henry David Thoreau, Robert Frost, incluyendo una larga lista que alcanza el presente.
En un principio, al menos durante sus cinco primeros libros de poemas y hasta Americano Primitivo,1984, ganador de su primer Pulitzer, su obra era apenas tenida en cuenta como poeta para mujeres. Oliver había sido etiquetada también como una poeta provinciana. Cuando las moras cuelgan/hinchadas en el bosque, en las zarzas/ que no son de nadie, yo paso, empieza su Americano primitivo. Si uno, en superficie, se deja llevar por estos versos, puede pensarse en una heredera de Dickinson, pero no, y no porque el poema, en ella, tiene una mayor duración. Se comprueba así en los versos de Agosto, que concluyen: Entre las campanillas negras, las hojas, anda/ la lengua feliz. Esta alusión a la lengua no es casual: radicaliza el gesto de afirmarse como dueña de la individualidad de la naturaleza, parte de su escritura. Por lo general, mucha poesía norteamericana tiene esta característica: una descripción de paisaje, con sutileza, como distraída, deriva en un aserto sutil, que a veces no lo es tanto, en sentencia moral. Es decir, la observación minuciosa de la naturaleza permite extraer una lección. Por tanto, resulta una pedagogía que puede aplicarse al ser humano aún cuando es al revés: es la subjetividad la que contempla buscando una metaforización proyectiva en una lengua feliz que oficia de brújula espiritual. Mary Oliver pertenece a esa corriente, me señaló una tarde Lola James, estudiosa de las ciencias del ambiente y traductora fervorosa de la poesía de Oliver. Es más, la ignoraba hasta que Lola me la descubrió. Tengo que reconocerlo, al principio me costó entrarle a Oliver. Se me antojaba un tanto naive, hasta que le encontré la vuelta de tuerca: la lengua feliz, si lo era, feliz, se debía a su capacidad y aptitud para nombrar un sentimiento, los más diversos estados de ánimo, tanto la alegría, el entusiasmo, como la angustia y la desolación, todo a través de una flor, una planta. Contame tu desesperación y te contaré la mía, dice en unos versos y establece una conexión con quien la lee pensando que la naturaleza puede ser también una revelación emocional.
Un ejemplo, tomado al azar: Fuerte zumbido. Cuchillo / reluciente. Cuando sueñan contigo/ los cuervos, capturada finalmente / en sus picos negros (…) Lo saben. Te odian. Sin embargo / cuando algunos de ellos te espían, todos se dirigen/ rápidamente hacia la violencia y el enfrentamiento. Como si ver la prueba viviente, ayudara./ El príncipe rompehuesos de los días oscuros, sombrío/ porque interrumpieron su descanso/ silbando y atacando, atroz / como el tambor de la muerte, un hecho/ lúgubre, inalterable.
Nacida en 1935 en un ámbito rural de Cleveland, Ohio, por más que se había ganado fama de poeta popular, prefirió mantenerse al margen del mundanal ruido y permanecer fiel a sus orígenes y temas, tanto la vida silvestre, central en su obra, como los orígenes del país, incluyendo la problemática masacre de los indios. Dónde están ahora los Shawnee, se pregunta en Tecumush. A veces quisiera pintarme el cuerpo de rojo y salir/ en la nieve brillante/ a morir.
Ya consagrada habría de mudarse con su pareja, la fotógrafa Molly Malone Cook, a Cape Cod, donde encontraría la combinación entre tierra y agua. Vale la pena curiosear las fotos en blanco y negro que le hizo su compañera, en las cuales se muestra, hasta su muerte de cáncer en 2019, como una mujer alta y flaca, curtida, de pantalones y puloveres claros que resaltan un rostro curtido por el aire libre. Serían sus caminatas por los bosques lo que iba a constituir no sólo su fuente de inspiración sino una razón de ser. Escucha, / la única manera de inducir la felicidad en tu mente es/ introduciéndola / antes en tu cuerpo, como pequeñas/ ciruelas silvestres.
A propósito, tal vez sea oportuno recordar el film Nyad, biopic de la nadadora Diane Nyad, interpretada por Anette Beaning y Jodie Foster como su compañera. Aquí Beaning lee Día de Verano, un poema de Oliver, de quien es fan. Quién hizo el mundo, /el cisne o el oso negro? / ¿Quién hizo el saltamontes? / Este saltamontes, quiero decir... / el que se ha arrojado fuera de la hierba,/ el que come azúcar de mi mano, /¿Quién mueve sus mandíbulas hacia adelante y hacia atrás / en lugar de hacia arriba y hacia abajo ?/ que mira a su alrededor con sus enormes e inquietos ojos./ Ahora levanta sus pálidos antebrazos / y se lava minuciosamente la cara./ Ahora abre sus alas de golpe y se aleja flotando. / No sé exactamente qué es una oración. / Sé cómo prestar atención, cómo caer. en la hierba, / cómo arrodillarse en ella, / cómo estar ociosa y bendecida,/ cómo pasear por los campos, / que es lo que he estado haciendo todo el día. / Dime ¿qué más debería haber hecho? / ¿No muere todo al final, y demasiado pronto? / Dime, ¿qué planeas hacer? ¿con tu única y preciosa vida? El objetivo de la atleta, a los sesenta años, consistía en batir un nuevo record al unir a nado Florida con Cuba, todo un trecho, probando así que no sólo se encontraba en forma a pesar de la edad sino también marcar un nuevo hito. La intención de Nyad estaba lejos del sentido del texto de Oliver. Lo que a la nadadora le interesaba subrayar era, inspirándose en sus versos, el sacrificio por el éxito, reunir la voluntad y la fuerza, además del coraje, para lograr su meta deportiva. En la intención de Oliver, y queda claro porque es su sentido, hay una interrogación sobre la vida, el destino y especialmente la ausencia de apuro en la contemplación serena de la naturaleza. Esta divergencia conceptual, aunque Oliver le prohibió citar su poema en actos públicos por sus records, Nyad hizo caso omiso, y tal como se la ve en la ficción, el poema siguió divulgándose a través de una equívoca voz oportunista.
Después de cruzar una vez más el bosque, la enésima, y bajar a la playa fui caminando hacia El Náutico y la mesa de siempre, donde seguí leyendo a Oliver en la edición bilingüe local traducida por Daniela Espósito. De qué me hablaba, me habla, su poesía. No, no cabía duda, Oliver Se refería, se sigue refiriendo a las respuestas orientadas hacia el interior, el ignoto centro/ jamás visto.