La trata y la pedofilia tienen una economía política y moral, marcas de género y de edad, además de una geopolítica. Cuando en EE.UU. la prensa dio a conocer las fotos del multimillonario Jeffrey Epstein y su esposa Ghislaine Maxwell con la leyenda “sexual offender”, esas etiquetas jugaron un papel doble: señalarlos como responsables de víctimas de trata, y a la vez cargaron las tintas en esos dos personajes tratando de borrar las tramas que hicieron en una isla que funcionaba como un estado “libertario” bajo el paraguas del Gobierno de Florida. 

A la tan promocionada Guardia Costera de Miami y en los aeropuertos americanos no llamó la atención el traslado de mujeres y niñas desde las costas hasta el territorio donde la explotación era ley ¿Como se explica que los vuelos que llevaban a las víctimas hasta el infierno de Little Saint James --hoy rebautizada como la “isla de la pedofilia”-- salieran del propio Aeropuerto Ronald Reagan de Washington? La economista italiana Loretta Napoleoni, que estudia los fenómenos de circuitos económicos criminales como funcionales al capitalismo, afirma que la liberalización profundiza e imposibilita impartir justicia. La brecha entre regiones y entre ricos y pobres está dando lugar a procesos de desposesión de derechos y garantías de poblaciones a manos de corporaciones, llevándose puesta la clase media y volviendo más lábiles las fronteras.

Cuando la Secretaria de Justicia de EE.UU., Pam Bondi, recientemente publicó 200 páginas de documentos oficiales, confirmó lo que ya se rumoreaba o se había dado a conocer extraoficialmente luego del dudoso suicidio de Epstein en su segunda detención en el año 2019 cuando fue denunciado por “tráfico sexual”: estaba detenido en el Correccional de Manhattan donde se ahorcó antes de escuchar la condena. La clave son los “contactos” del matrimonio Epstein-Maxwell. 

Lo más extraño es que Epstein ya había tratado de suicidarse cuando estuvo detenido en una celda junto con un ex policía de Nueva York acusado de cuatro asesinatos, York Nicholas Tartaglione, quien dijo no acordarse nada de esos intentos. Por su “seguridad”, Epstein fue trasladado a otra celda que era monitoreada con cámara y allí se quitó la vida, justo un día en que las cámaras estaban apagadas. Así Epstein pasó a la historia como “inimputable por muerte”, pero su esposa, hoy en prisión --cómplice durante 30 años de la cotidianeidad de Little Saint James-- sigue viva. Eso sí, su triple nacionalidad británica, francesa y estadounidense, pero principalmente por ser la hija del magnate de la prensa británica Robert Maxwell --dueño del influyente Daily Mirror y presunto colaborador de la Mossad-- le permite proveer a su hija facilidades frente a sistemas de justicia que no son imparciales ante la clase, el género o la etnia. De hecho la pena otorgada fue menor a la solicitada por la fiscalía del caso, a pesar de que testigos como “Carolyn”, “Kate”, “Jane” y Annie Farmer --la única que dio su apellido-- declararon que cuando tenían entre 14 y 17 años fueron obligadas a tener relaciones sexuales frente a Ghislaine.

En las doscientas páginas que la Secretaria de Justicia publicó en el marco de los conflictos interinstitucionales que Donald Trump y su troup libertaria promueven, no figura solo el Presidente. Las listas distinguen entre “contactos” e “invitados”: a Trump se le suman los actores Alec Baldwin, Kevin Spacey y Ralph Fiennes, Michael Jackson y Courtney Love, la modelo Naomi Campbell, miembros del clan Kennedy y el príncipe Andrés del Reino Unido. Más allá de la diferencia entre “contactos” e “invitados”, muchos de esos nombres fueron denunciados sin distinción durante estos años en filtraciones y demandas relacionadas con el caso.

En relación con Donald Trump y su esposa Melania, no solo aparecen registrados allí, sino que se puso a circular una foto cuando aún la ingeniería capilar del Presidente no era tan evidente y su esposa posaba sin sombreros de ala ancha. Pero un detalle anterior refuerza el lazo Trump-Epstein: un registro del 15 de mayo de 1994 da cuenta que Donald junto con su anterior conyuge, la actriz Marla Maples y su hija Tiffany, llegaron a la isla en un vuelo privado. Los viajes del actual mandatario eran más periódicos que los de muchos que figuran en los temidos listados. Esto, sumado a rumores de intercambio espistolar entre el duo Epstein-Maxwell y Trump complican su situación y produjeron un quiebre entre los seguidores del trumpismo quienes ahora lo critican como la congresista Marjorie Taylor Greene que tildó a su jefe de traidor, mientras otros se filman quemando sus rojas gorritas trumpistas.

Las denuncias judiciales fueron presentadas por víctimas anónimas, muchas de las cuales tuvieron que hacerlas más de una vez porque eran rechazadas por los jueces o porque recibían amenazas. Es el caso de una mujer que denunció a Trump y Epstein en 2016 en California con el pseudónimo de Jane Done y por oficios del abogado trumpista Alan Garten y persiones nada sutiles, la causa se cajoneó. La lista es larga y compleja: en el año 2015 Virginia Roberts Giuffre contra Ghislaine Maxwell; al año siguiente, denuncia anónima contra Epstein y Trump en Nueva York. Y sigue la lista. Las denunciantes son mujeres trabajadoras que hoy viven en distintos estados. 

Cada año se sumaron denuncias que alcanzaron al Banco JP Morgan Chase en el año 2022 por haber facilitado los hechos denunciados. Morgan fue banquero de Epstein durante quince años y por su implicación desembolsó 290 millones de dólares para resolver demandas presentadas por víctimas de Epstein-Maxwell. El funcionamiento de un estado paralelo como lo era la isla Saint James también requiere una política económica y de una ingeniería financiera que Loretta Napoleoni define como “economía canalla”.

La campaña Trump-Vance sostenida por el Partido Republicano se basó en argumentos delirantes y frases efectistas como la de atacar al “Estado profundo” (ese que Milei identifica en sus delirios con una “asociación mafiosa” donde él juega al topo) y “drenar el pantano”, es decir, aclarar eventos sospechosos de la historia americana que van desde el asesinato de John Kennedy hasta el dudoso suicidio de Epstein. Pero nada de esto ocurrió y el repertorio de promesas de Trump mutaron: se focalizaron en poblaciones migrantes, LGBT y batalla geopolítica, bien porque Trump es parte de la continuidad de la oligarquía dominante en el país (su casta) o porque si drena el pantano, él y su troup pueden ser parte del barro que se filtre. 

El escándalo desatado no se trata de una obra de “loquitos” o “sexual offenders”, sino de cómo las desregulaciones económicas y financieras han dado lugar a la creación de entornos propicios para actividades ilegales, dinero sucio y prácticas ilícitas con una moral normalizada que define relaciones geopolíticas y humanas. Como escribe Loretta Napoleoni, la liberalización extrema de la economía desata “fuerzas oscuras” que a su paso destructor de las potestades estatales, fundan desiertos llenos de descartados en territorios y culturas, donde no hay prójimo y lo que se comunaliza es el olvido y el desprecio, algo que solo una política humanista, solidaria y comunitaria podrá revertir.