“Este libro les dice a los que trabajan en la canción que hay un pasado de creación y dignidad que alienta. Y hasta puede ser guía”. Oche Califa acaba de publicar Toda la piel de América y esto es lo que responde, solicito y calmo, ante una pregunta vinculada a la importancia de publicar un libro así, en este contexto. “Los que trabajamos en las industrias culturales sabemos que el viento a favor suele ser circunstancial. Ahora remamos en dulce de leche, pero si miramos lo que se ha hecho en la Argentina sin el Estado y hasta frente a su hostilidad, como en buena medida ocurre hoy, veremos que son mayúsculos los esfuerzos y sus resultados”, desarrolla el escritor y periodista nacido en Chivilcoy, cuyo flamante trabajo publicado por Marea sigue fiel a la investigación sobre las músicas populares contadas en sus contextos políticos y económicos que Califa acostumbra alumbrar.
En el caso de Toda la piel de América, el leitmotiv pasa por fijar la atención en 50 canciones del acervo popular argentino y latinoamericano para pivotar, a través de ellas, sobre cuatro ejes: la presencia de la mujer en la canción, la cultura de los pueblos originarios, la mirada revisionista de la historia argentina y la construcción del latinoamericanismo. “El trabajo es resultado de una dedicación a la canción popular que tengo desde hace mucho, incluido como autor”, asegura Oche, a quien varias de las cuestiones abordadas en el flamante libro “le explotaron en las manos”, justamente mientras investigaba y escribía Canto rebelde, trabajo anterior que aborda la llamada “canción de protesta” de las décadas del sesenta y del setenta. “Lo que hice ahora fue ir y venir por el siglo XX, que fue propicio para la canción como producto artístico masivo debido a las sucesivas apariciones tecnológicas que la formatearon, sobre todo el disco y la radio, luego el cine y la televisión. La canción cambia porque la sociedad lo hace y la industria de la música encuentra lo nuevo y los canales propicios”.
-¿Por qué el título, ante tantos posibles?
-Porque el color de la piel pone en evidencia que América latina contiene, con distintos idiomas aunque prevalezca el español, una multiplicidad de culturas. En la canción popular esas culturas se expresan de mil maneras, y creo que cuando los pueblos cantan lo hacen con sus corazones y su piel, tal como dice uno de los versos de “Canción con todos”, la más conocida y cantada entre las canciones latinoamericanas.
Califa resuelve el grueso de su trabajo en los cuatro tópicos antedichos. La particularidad es que cada cual está hilado por alguna obra de la dupla Ariel Ramírez-Félix Luna. Por ejemplo, la Cantata sudamericana –que ambos grabaron en 1971 junto a Mercedes Sosa- introduce el capítulo dedicado al continente; Los caudillos, de 1966, la parte revisionista; y Mujeres argentinas, también grabada con Mercedes pero en 1969, el dedicado a la mujer. Según él, porque aquel dúo siempre estuvo muy atento al clima de época. “Partí de sus creaciones e interpretaciones para dedicarme a detallar cómo la canción popular se manifestó, y jugó un papel al hacerlo ante el pasado histórico”, sostiene Califa, ahora abocado en un libro sobre letras de tango.
“A lo largo del siglo XX, la historia argentina fue cantada desde distintos ángulos. También fueron cambiando las referencias a la mujer y a los pueblos originarios. Y finalmente surgió y se expandió la idea de América latina como unidad cultural y política, hecho en el que la canción popular también gravitó. Creo al cabo que las canciones expusieron protagonistas en nuestra historia y eso mismo obligó a repensarla. Me pregunto, por ejemplo, qué tan conocida era Juana Azurduy antes de la famosa canción”, profundiza Oche, cuya lupa no solo está puesta en conocidas obras del acervo popular en sus tres ramas base (folklore, tango y rock) sino que se extiende hacia otras que tal vez (o directamente) no han prosperado en el imaginario musical atemporal, pero sí en esas sensibilidades que transitan por fuera de los cánones del mercado.
"Juan Manuel", por ejemplo, el candombe compuesto por Homero Manzi y Sebastián Piana en 1934, que asume la misión de recordar el fervor que suscitaba Juan Manuel de Rosas en la población negra de Buenos Aires, cuando le tocó regir los destinos de la Confederación Argentina. O aquella Cantata Sanmartiniana que escribió Leopoldo Marechal –con música de Julio Perceval- en 1950, y que, de haber sido registrada, podría haber operado como antecedente de las obras conceptuales y revisionistas de la década del '70. “La información que vierto sobre esta cantata es la que figura en las reseñas de la época, pero la obra no fue grabada. La puse porque es significativo que a una cantata se la pensara y creara fuera de los ambientes cultos, y se la ofreciera en un ámbito masivo debido a una celebración patriótica. Lo que ocurre luego con las cantatas populares o las obras integrales es que son hijas del disco de larga duración. Sin él, es posible que no hubiesen existido”, refrenda Califa.
Otra que tal vez forme parte de este grupo de obras poco reconocidas y/o transitadas que el escrito aborda en el libro es la Cantata Tupac Amarú, de Enzo Gieco y Raúl Maldonado, con composiciones de Yupanqui. “Esta cantata fue grabada en Francia por el famoso sello “La chant du monde” en 1979. Gieco y Maldonado eran músicos radicados en ese país, donde Yupanqui la escribió y figura interpretada solo una vez en el Teatro Regina de Buenos Aires”, refresca.
-¿Qué otro hallazgo te sorprendió, durante la investigación?
-Bueno, fue una sorpresa encontrar interpretada y filmada en el Centro Cultural Kirchner, con muy buena imagen y sonido, Romance de aquella porteña, de Margarita Durán e Hilda Herrera. Hermosa obra, sin duda.