Tras una pausa larga, un antiguo analizante decide retomar el espacio de psicoanálisis. Es su tercera primera entrevista de análisis, y como en cada una de ellas, la introducción tenía su propio tono afectivo, sus temas y vacilaciones. Su angustia tiene que ver con que se enfrenta a un nuevo período de oscuridad política.
Tiene la edad suficiente para haber atravesado más de un período como el actual, y esas experiencias simplemente lo introducen en la desesperanza de saber que deberá arremangarse y padecer otros cuatro años de su vida, que se sumarán a todos los demás años de inmoralidad política que carga en su cuerpo.
Es Enero de 2024 y sabe lo que va a suceder: la pérdida de la capacidad adquisitiva, el regalo de las empresas nacionales a capitales privados, desempleo, venta del país a corporaciones internacionales, más deuda, ver cómo todo alrededor irá degradándose hasta perder su color, la pérdida de los valores. Los amigos que se quedarán sin trabajo, los ingresos que deberán redistribuirse más aún familiarmente para aminorar un impacto inevitable, los proyectos que deberán postergarse más aún que antes.
Plantea su inquietud acerca de si ese dolor es ocasión de análisis o si será un truco de su inconciente que le hace enmascarar allí toda una serie de cuestiones puramente individuales que ignora sobre sí mismo.
Dar estatuto de realidad a lo que se siente
A pesar de que Freud escribió sobre los malestares en la cultura moderna y sobre las represiones que generaba la moral victoriana sobre la sexualidad europea, ciertos sesgos universalistas y luego estructuralistas, han querido centrar todo el drama del sufrimiento humano en las primeras relaciones edípicas.
De modo que todo relato sobre un sufrimiento presente, sólo remitiría hacia contenidos latentes relativos a la otra escena inconciente. Se fue creando una distancia cada vez mayor entre la realidad psíquica y la realidad.
Muchos psicoanalistas, argentinos en particular, hemos demostrado la ingenuidad de tales planteos. No hay realidad psíquica sin realidad compartida, ni realidad compartida que tenga sentido si no fue recreada psíquicamente de modo subjetivo.
En estos últimos meses me he encontrado en reiteradas oportunidades interviniendo para señalar que ciertos sufrimientos que las personas traen, relacionados a sus condiciones laborales, económicas, al malestar circundante, al modo en que están viendo a familiares y amigos padecer estas condiciones… eran reales.
Me encontré diciendo que eso que sucedía, estaba sucediendo. Que no era responsabilidad de ellos lo que les sucedía, sino en todo caso, ver qué hacer con este tramo histórico que les tocaba atravesar.
Y entonces muchos podrán plantearse esta pregunta: ¿es preciso analizarse para saber cuál es la realidad y cómo nos afecta? ¿No son acaso aquellos aspectos inconcientes lo que nos pondría a buscar una ayuda que vaya más allá de la realidad material concreta y de lo que yo ya sé acerca de lo que me sucede, en tanto no puedo hacer cesar de que me suceda?
Abstinencia y neutralidad
Hay dos principios técnicos que nos dirían que no forma parte de nuestra tarea como analistas, legitimar que aquello que una persona padece son las condiciones histórico-políticas y no sus fantasías infantiles reprimidas: la abstinencia y la neutralidad.
La primera refiere al trabajo que el analista debe darse sobre sí mismo para evitar tratar de satisfacer demandas que sólo desviarán el trabajo que el propio paciente debe realizar sobre sí mismo para transformar desde dentro lo que le sería tanto más fácil reclamarle a aquel.
La neutralidad tiene que ver con evitar incluir nuestros propios ideales, juicios y valores sobre los del paciente o, peor aún, guiar el análisis desde los mismos.
En ocasiones esto ha conducido hacia un desenlace paradojal: que tales principios de la técnica analítica queden parasitados por la ideología neoliberal y neofascista, la cual trata de hacernos creer que la verdadera política es la antipolítica o, en su etapa más exitosa, la apoliticidad.
De este modo, al inhibir toda intervención que pueda tomar aquellos emergentes vinculados a las condiciones histórico-políticas de existencia de las personas, salvo como elementos sintomáticos que ocultan los verdaderos fantasmas inconcientes, lo que se hacía era transgredir el propio principio de la neutralidad. Una fenomenal y tragicómica paradoja: introducir los valores políticos de la antipolítica en un análisis que pretendía no introducirlos.
Antes nos preguntábamos si realmente era necesario analizarse para saber cuál es la realidad y cómo nos afecta, y ahora nos encontramos con que los analistas podemos introducir valores políticos sin darnos cuenta. Evidentemente las afectaciones políticas no son tan claras. Y en tal sentido podemos considerarlas como el Inconciente del Inconciente o, dicho de otro modo, si lo inconciente es la otra escena respecto de la realidad de vigilia, lo histórico-político es el marco, el escenario mismo donde esa otra escena despliega sus personajes, relaciones y dramas.
La desmentida del afecto
En los análisis he encontrado que muchas personas plantean sus malestares de raíz social bajo la clave de la descreencia o desconfianza de ellos. Constantemente reciben mensajes que le dicen que eso que están vivenciando en sus vidas cotidianas, no está sucediendo. Hasta se les llega a decir que es más bien lo contrario: están en su mejor momento.
De ahí que el padecimiento que cargan es doble: el sufrimiento que produce una política de la crueldad y el desguace simbólico, político y económico del país y sus ciudadanos, y la desmentida de lo que ya están percibiendo al respecto.
Se suma el recurso de la responsabilización individual por los efectos de las necropolíticas sobre sus cuerpos y existencias.
Entonces el trabajador o el pequeño comerciante sienten que no les va bien porque no se administran bien con el dinero o porque no se esforzaron lo suficiente, y se manejan de modo similar con las demás víctimas de las políticas de empobrecimiento colectivo: “son pobres porque quieren”, “la vida es una moneda, quien la rebusca la tiene”, “no labura el que no quiere”, etc.
Cuando un pueblo o comunidad no puede procesar por sí mismo lo que está vivenciando o cuando, más aún, se hace sobre ellos un trabajo activo para imposibilitar ese trabajo elaborativo, lo que tenemos es un daño colectivo y, en consecuencia, un problema de salud colectivo.
Los acontecimientos histórico-sociales conmocionantes, devienen traumáticos si no cuentan con las condiciones de elaboración para ello, reproduciéndose de una generación a la siguiente, y transmitiendo dolores que se individualizarán a pesar de que muchos de ellos nacieron de condiciones colecticas de sufrimientos que excedían la responsabilidad singular individual de las personas.
Entonces sí, lo político nos afecta y cuando se trata de una política de la violencia, nos deja efectos de afectos confusos, que se perciben pero que no se sienten con derecho a ser sentidos, que se proyectan o que se enmascaran en la historia vincular personal, vivencias que no se saben si son realidad o fantasía.
Como dijera una médica, psicoanalista y sanitarista a quien respeto, Rosana Onocko Campos, en nuestro trabajo analítico es preciso devolver a lo político lo que es de lo político.
Sólo así una persona podrá responsabilizarse por lo que le corresponde y no por lo que se le impone, experimentando tanto el alivio de la discriminación entre lo propio y lo ajeno, como la tarea de simbolización que deberá darse para poder reposicionarse ante tales afectaciones.
Psicólogo (UNR), Profesor en Psicología (UNR), Magíster en Salud Mental (UNR). Psicoanalista. Escritor. Investigador. Psicólogo en Ministerio de Desarrollo Social. Autor de La violencia en los márgenes del psicoanálisis (Editorial Lugar) y de Los procesos de subjetivación en psicoanálisis: el psicoanálisis ante el apremio de una revolución paradigmática (Editorial Topía).