El 4 de septiembre se estrena La mujer de la fila, largometraje basado en una historia real, dirigido por Benjamín Avila, producido por Buffalo Films y Mostra cine y protagonizado por Natalia Oreiro.
La vida de Andrea Casamento, fundadora de ACIFAD, llega al cine para interpelarnos como sociedad, en el escenario más brutal para las personas en contexto de encierro y para las mujeres que acompañan. Sí, la lógica del afuera se replica en los penales: desde el Comité contra la tortura rafitican la teoría de que son las mujeres en su gran mayoría las que llaman al organismo para denunciar violencia institucional. Madres. Rara vez llama un familiar hombre.
“Yo no sabía nada de la cárcel. Me tocó conocerla de golpe, con dolor, miedo e incertidumbre. Muy ingenuamente creía que existía algún espacio donde pudiera recibir orientación, contención, respuestas. Pero alguien me dijo una frase que no olvidé: “Señora, el Estado no le va a dar eso que necesita. Ármese una ONG”.
Y así, hace 20 años, junto con otras compañeras de la fila, fundamos ACIFAD”, cuenta Andrea Casamento.
En el mundo Milei, el odio tiene permitido violar la constitución, arrasar con todo tipo de derechos y parte de la sociedad se alinea a un discurso en el que las mujeres que maternan en este contexto son arrastradas a otra celda a cielo abierto: la de las malas madres.
La violencia institucional como forma de castigo extra dentro de los Servicios Penitenciarios condena a las madres a ser testigos de la imagen imborrable de hijos torturados y silenciados.
“Afuera, siempre está la sospecha. La mirada que juzga, que te señala. Siempre serás “la madre de”, “la pareja de”, “la cómplice de”. Siempre alguien te va a decir: “algo habrás hecho”, relata Andrea.
El desorden psíquico, emocional, físico y económico es tal en la vida de esas mujeres, que una vez más, lo primero que sacrifican es el autocuidado: no hay tiempo. Transformarse en un eslabón vital entre el afuera y el adentro multiplica las obligaciones y le suma a su o sus jornadas laborales, una jornada más: una nueva rutina en la que las visitas a un establecimiento penitenciario ocupan varios días del calendario. Colas interminables de mujeres. En los registros de visita abunda en un 72% la palabra MADRE en el casillero de parentesco.
“Las mujeres familiares de personas detenidas somos las verdaderas guardianas de lo que el Estado abandona. Nos paramos en la trinchera de lo que no funciona: cuidamos, denunciamos, exigimos".
Porque el sistema no sirve.
"Y no sirve para nadie”, afirma.
Hay un campo minado imposible de detectar esperando a cada madre que se inicia en el submundo carcelario. Volver a cuidar a un hijo con la urgencia vital de sus primeros días de vida, no importa la edad que tenga: ahí el cronómetro se pone en cero. Atravesar a ciegas una secuencia de rejas interminable y del otro lado, una fecha lejana que anuncia el fin del calvario.
La mujer de la fila se para en los bordes, en el desmoronamiento y en la reconstrucción después de la implosión familiar. En el rol de las mujeres que siguen amando, aferrándose a una esperanza muy distinta, renacida de los escombros.
“Cuando la cárcel llega a tu vida, se instala en el living de tu casa. Todo gira en torno a ella: los tiempos del Poder Judicial, los traslados, las visitas, los viajes interminables, el llamado diario. Trabajás más horas para juntar lo mínimo: comida, jabón, un abrigo. Lo básico para garantizar la subsistencia adentro. Porque si no lo hacemos nosotras, no lo hace nadie”, continúa Casamento.
La violencia simbólica del sistema judicial y la falta de acceso a la justicia obliga a esas mismas mujeres a deambular por pasillos, intentando descifrar un código imposible de un sistema con un engranaje pensado para darse por vencidas.
“Con La mujer de la fila tengo la convicción que vuelve un cine comprometido, destinado a visibilizar a quienes también son alcanzadas por una condena penal, sin haber cometido ningún delito. Las mujeres de la fila son quienes de manera silenciosa y constante sostienen amorosamente a quienes se encuentran cumpliendo una condena penal. Colaboran también en la prevención de la violencia dentro de la cárcel, cumpliendo muchas veces un rol que corresponde al Estado que se ausenta en los procesos que requiere el cumplimiento de una condena penal”, describe Mariana Volpi, abogada, mediadora, facilitadora del Programa Probemos Hablando de la Procuración Penitenciaria de la Nación, consultora en proyectos audiovisuales y productora ejecutiva de La mujer de la fila.
¿Qué tan malabaristas logramos ser las mujeres para sostener en el aire las dos vidas sin que una se reviente contra el asfalto? ¿Cómo mantenemos nuestros puestos de trabajo y las tareas de cuidado al resto de la familia?
En esta película imprescindible, el desmoronamiento de aquella vida antes de la detención de su hijo se vuelve por momentos sutil y por otros tan contundente como desolador. La impotencia de no llegar con todo, la falta a los otros hijos, la mirada del entorno, la pérdida en todos los ámbitos.
Yo soy una de las 130.000 madres de personas privadas de su libertad. Ser una mujer de la fila es una marca escrita en mi cara, mis brazos, en la planta de mis pies, en mi voz.
Maternar la sombra del hijo que ya no está, que está a medias, deja en evidencia la trampa: ¿la sociedad necesita condenar a las madres por el delito de parir y criar a un hijo que terminó mal?